Cuando se despidió entre lágrimas del Senado chileno en abril de 2008, agitando un pañuelo blanco al aire tras ser destituida como ministra de Educación e inhabilitada por cinco años para el ejercicio de cargos públicos, parecía que la carrera política de Yasna Provoste estaba acabada antes de cumplir los 40 años.
No obstante, su particular travesía por el desierto -que la llevó incluso a pasar un tiempo en Canadá con su familia- podría llegar a su término en las elecciones de este domingo, donde llamará con fuerza a las puertas del Palacio de La Moneda si logra doblegar a las encuestas y pasa a segunda vuelta.
Militante de la Democracia Cristiana desde la adolescencia, esta exgimnasta y profesora de Educación Física lideró en los comicios al Nuevo Pacto Social, bloque de centroizquierda conformado por los partidos que integraron la histórica Concertación, que ha gobernado 24 años desde el retorno de la democracia a Chile en 1990.
Única mujer entre los siete aspirantes a la presidencia, Provoste irrumpió con gran impulso en el proceso electoral, capitalizando el duro papel de oposición que ejerció al frente del Senado y que le llevó a protagonizar fuertes encontronazos con el impopular gobierno del conservador Sebastián Piñera.
Pese al ímpetu con que entró a la contienda, los sondeos la han mantenido de forma obstinada en torno al 10% de las preferencias, incapaz de capitalizar a los descontentos con la polarización del proceso.
Sus visitas a La Moneda para defender reclamos opositores y arrancar acuerdos al mandatario dispararon su popularidad con rapidez, hasta el punto que su partido no dudó en dejar fuera del proceso a la que ya era su candidata, Ximena Rincón.
Poco después ganó con holgura el liderazgo de su sector, dejando en el camino a la socialista Paula Narváez -que contaba con el apoyo de la expresidenta Michelle Bachelet-, sellando un inédito camino de retorno desde su destitución hasta pelear por el más alto cargo de representación popular de la república.
Nacida en la norteña Vallenar en 1969, Provoste se convertiría en la primera presidenta de Chile con ascendencia indígena -diaguita-, así como la primera procedente de la región de Atacama, algo que podría calificarse como un hito en un país en el que casi la totalidad de sus mandatarios han sido originarios de la zona central y, por lo general, de clase alta.
No obstante, pese al ímpetu con que entró a la contienda, los sondeos la han mantenido de forma obstinada en torno al 10% de las preferencias, incapaz de capitalizar a los descontentos con la polarización del proceso, que ha puesto en posición de privilegio para pasar a segunda vuelta a la extrema derecha y a la izquierda radical.
Algunos analistas apuntan a indefiniciones en su propuesta, como abogar por la paz social y el fin de la violencia al tiempo que patrocina el indulto de los detenidos durante el estallido social de 2019, defender la despenalización del aborto siendo creyente, o no ser capaz de cuadrar a sus correligionarios en importantes votaciones en el Senado como la de un cuarto retiro de los fondos previsionales.
"Ella ha asumido un discurso de izquierda, pero no viene de la izquierda, es bastante religiosa, DC de toda la vida. Después de octubre de 2019 pensó que tenía que correrse a la izquierda, porque por ahí pasaba el éxito electoral", señala Robert Funk, cientista político de la Universidad de Chile.
"En principio representa cosas que quiere la calle: no es de Santiago, no es de elite, raíces indígenas", afirma. "Tiene el mejor programa, pero no está sabiendo vender el producto. Hay un mercado electoral y hay que saber qué producto estás comprando. Pensó que tenía que competir con (el candidato de Apruebo Dignidad) Gabriel Boric por la izquierda y no le habló al electorado que dejó huérfano (el oficialista) Sebastián Sichel".
En los últimos días ha empezado a reivindicar el legado construido por los gobiernos posteriores a la dictadura, que convirtieron a Chile en un referente económico regional.
"Somos herederos de una coalición de Gobierno, la más amplia y también la más exitosa en los últimos años en nuestro país, que nos permitió llevar adelante importantes transformaciones (...) quizás estos últimos 30 años fueron los más virtuosos para Chile", dijo recientemente ante un foro empresarial.
Bajo la bandera de un crecimiento verde y sustentable, aboga por una "reconstrucción" del país contrastando "gobernabilidad frente a los populismos", tras los difíciles últimos años vividos por el país, primero por el estallido social y luego por el impacto de la pandemia de COVID-19.
Pese a los errores de diseño de su campaña apuntados por algunos analistas, la existencia de un 25% de indecisos hace que muchos se resistan a darla por derrotada, ante la posibilidad de que muchos votantes opten por una opción más moderada ante la polarización de la política chilena.