El desencuentro ha sido una vuelta a la realidad: el poder prestado por un congresista afroamericano, Gregory Meeks, que logró el nombramiento de una ministra y un viceministro con Álvaro Uribe, no funcionará con Juan Manuel Santos, porque -además- es claro ahora que la diversidad racial en el gabinete no tiene influencia en el comportamiento del Black Caucus frente al TLC. Con salvedades, nos devolvimos a antes de 1977, cuando López Michelsen nombró a Joaquín Vanín Tello ministro de Agricultura.

A su vez, Santos, posesionado, volvió a sus verdaderas posturas: no cree en cuotas y recluta gente entre las élites, donde prácticamente no hay negros. Sin embargo, no estamos en 1977.

“Mi compromiso con el pueblo afrocolombiano”, del candidato Santos (Cali, 26 de abril), muestra que el discurso político posconstituyente intenta, con dificultades, incorporar la variable étnico-racial: no fue redactado por el equipo programático de la campaña y mezcla promesas que, en rigor, son antagónicas, pues implican promover la diferencia y la igualdad al mismo nivel. Por ganarse unos votos, se metió en un problema filosófico-político de marca mayor. Si buscara cumplir de verdad los seis puntos ofrecidos (y sus antecedentes), estaría cambiando nuestro modelo de sociedad liberal, lo que, naturalmente, no le ha pasado por la mente.

Hasta ahora, el presidente ha ignorado el compromiso y el problema, aunque lo que conviene es que les ponga la cara. Puestos a elegir entre representación simbólica (altos cargos) y políticas de igualdad socio-económica, los activistas afros tendrían que tomar lo segundo. Como los ministros están al servicio de todos los colombianos, que uno de ellos sea negro no conduce, necesariamente, a que haya menos pobres en Buenaventura. El ideal de sociedad que puede proponer el presidente Santos es uno donde el cierre de las brechas de desigualdad lleve a una mayor diversidad (no sólo racial) en todos los espacios de poder, con la probable consecuencia de tener varios ministros negros, y no por decisión de ‘corrección política’, que pone un techo: el camino fácil, coyuntural, se agotó con Uribe. Y el camino largo, pero seguro, estructural, requiere claridad, coraje o franqueza, y políticas de Estado, entre otros.

¿Tenía que nombre el presidente Santos un ministro negro? No. Pero él firmó un compromiso público que contenía esa promesa, cuyo incumplimiento ha provocado amplia insatisfacción.

Una claridad necesaria es que en nuestro tipo de nación, cívico-territorial, es más viable (y deseable) enfrentar la desigualdad  “socio-racial”, primordialmente, con acciones afirmativas de carácter regional. Dado que la población negra está concentrada en las zonas más atrasadas, el objetivo de equidad regional en el desarrollo, a través del Fondo de Compensación y otros, puede ser una forma de honrar explícitamente “Mi compromiso con el pueblo afrocolombiano”. También proponerse que los municipios más pobres alcancen, así sea en 2018, las Metas de Desarrollo del Milenio.

Es mucho lo que se puede mejorar nuestro modelo de sociedad, y eso pasa por construir poderes propios.

*Esta columna fue publicada con anterioridad por Elespectador.com.