En este 2010, que ya termina, se han sucedido importantes cambios políticos en América que, seguramente, van a tener secuelas y que quizás, por efecto dominó, podrán ser el comienzo del realineamiento de gobiernos en el continente. Estos cambios, por lo que es posible prever, no tendrán la violencia de los sucesos de décadas pasadas. Serán parte del corsi e ricorsi que históricamente se ha dado en  nuestra región y, por supuesto, en el mundo.

En la primera década de este milenio, en nuestro continente se expandieron nuevas corrientes -la más notoria: la del populismo- que configuraron un nuevo escenario político, aunque marcado por tensiones que, por fortuna, hasta ahora han sido salvadas. Lo que persiste es un duro enfrentamiento político con Estados Unidos, que llega a la diatriba, y un clima de desconfianza intra regional. Pero, como ya se percibe, hay otras tendencias que tendrán el sello de un nuevo cariz en las complicadas relaciones entre los latinoamericanos y entre ellos y los Estados Unidos.

El viraje comenzó este año en Chile, aunque en ese país nunca se llegó, como en el caso de los países dominados por las corrientes populistas, a ponerse en riesgo las libertades democráticas. Por el contrario, los sucesivos gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, se erigieron en los símbolos de la recuperación institucional, después de la larga época del régimen militar. El empeño común de los gobiernos y los opositores, fue consolidar la democracia.

Ahora hay un perceptible cambio. El gobierno de Sebastián Piñera se diferencia, con mayor nitidez en el campo internacional, del que encabezó la ex presidenta Michelle Bachelet. En Chile hay una nueva orientación, como lo afirmara el presidente Piñera, substancialmente diferente a la del régimen de Hugo Chávez y de sus socios de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), y con un distinto énfasis del que le dio la entusiasta participación de su antecesora en la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Puede darnos muchas sorpresas 2011. En este nuestro impredecible continente, se sobreponen esperanzas, dudas e impaciencias.

Luego vinieron otras importantes decepciones para la opción chavista: en Costa Rica, la del respetado Oscar Arias, no pudo cuajar un proyecto populista; la candidata Laura Chinchilla Miranda del oficialista Partido Liberación Nacional, a la que sus opositores la identificaron como de la derecha costarricense, triunfó ampliamente en las elecciones del 7 de febrero de este año, aventajando a la opción de la coalición electoral de partidos y movimientos de socialdemócratas, progresistas e izquierdistas liderada por Ottón Solís Fallas, del izquierdista Frente Electoral Patriótico Progresista. Claro está que, a veces, el triunfo despierta deseos de revancha, lo que sucede en estos días con el diferendo provocado por el sandinismo de Nicaragua, uno de los socios de la ALBA.

El 20 de junio, en Colombia, en  la segunda vuelta electoral, el candidato oficial Juan Manuel Santos, que fuera ministro de defensa del presidente Álvaro Uribe, obtuvo un triunfo abrumador sobre Antanas Mockus Šivickas, del Partido Verde, para consternación del caudillo venezolano que advertía que, si ganaba Santos, aumentarían los peligros de guerra con su país, para luego, ante la magnitud del apoyo de los electores colombianos, avenirse a una reconciliación.

Se añade, por supuesto, el tropezón de los “bolivarianos” en las elecciones parlamentarias venezolanas del 26 de septiembre pasado. Aún resuena ese fracaso electoral, pese a la antidemocrática fórmula por la que el oficialismo, aun perdiendo en votos, ganó más congresistas. Esto refleja la inseguridad e inquietud de un gobierno que, al decir de un venezolano, ya en está en “caída libre”.

La súbita muerte de Néstor Kirschner, el hombre fuerte del gobierno argentino, deja en solitario a su viuda, la presidenta Cristina Fernández, y se abren muchas interrogantes sobre el futuro del ala de partido peronista gobernante. Por supuesto que aun persiste un sentimiento popular de condolencia con la presidenta, lo que le ha dado algún repunte en el índice de apoyo ciudadano. Pero aun queda un largo año, en el que seguramente habrá pugnas, no solo en la oposición, ahora dispersa, sino en el seno mismo del sector peronista en el poder. Cualquier cambio en la Argentina, influiría también en el realineamiento continental.

Los brasileños acaban de elegir presidenta a la ex  guerrillera Dilma Rousseff, que fue candidata del Partido de los Trabajadores, impulsada por el exitoso “Lula” da Silva. Se repiten en este caso las interrogantes que siguieron a la elección del ex tupamaro uruguayo José Mujica. Se piensa que habrá grandes similitudes. La nueva presidenta brasileña tiene la carga de la popularidad de su antecesor que prudentemente siguió las fórmulas y el legado orientador del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Es más: el éxito de la gestión de Lula no se trasmitirá por encanto; puede declinar si se cambia de orientación y su gestión se radicaliza hacia la izquierda, y esto Rousseff lo sabe. Lo que queda aún por develarse es si la política exterior brasileña en adelante será influenciada por la moderación en el manejo político interno, abandonando aventuras en otras regiones, o continuará el estilo de “Lula”: el del “divo” que procura notoriedad permanente.

El escenario en otras latitudes también está cambiando. Esto, seguramente, preocupa al populismo latinoamericano. Unos cuantos casos: las elecciones parlamentarias y de gobernadores en Estados Unidos, que marcaron un dramático avance del Tea Party,  recomponen las tendencias conservadoras en Estados Unidos; el fortalecimiento de la alemana Ángela Merkel; el éxito electoral de los “tories” en el Reino Unido; el deterioro de los socialistas españoles; el viraje sueco hacia el centro, no serán elementos que preserven el pasado buen ambiente para los populistas latinoamericanos.

Puede darnos muchas sorpresas 2011. En este nuestro impredecible continente, se sobreponen esperanzas, dudas e impaciencias.