El 30 de junio se realizaron elecciones primarias en Chile para definir a los candidatos a presidentes de los pactos políticos Nueva Mayoría y Alianza por Chile. Ese día pasaron varias cosas: los chilenos mostramos que nos importa la democracia, que nos importa quién va a dirigir el país los próximos cuatro años y que nos importa que nos escuchen. Sin embargo, pareciera que no nos importaron tanto las propuestas de programas detallados de gobierno.
Hice un ejercicio sencillo. Revisé las páginas de los candidatos y me encontré con que fueron justamente los candidatos que perdieron los que tenían propuestas bien desarrolladas y detalladas. En cambio, la ganadora del pacto Nueva Mayoría, Michelle Bachelet, ha anunciado sus equipos de trabajo y los grandes ejes de su campaña con directrices generales aunque con poco detalle de sus propuestas. Y en el extremo, Pablo Longueira, el ganador de la Alianza por Chile, ha hablado casi exclusivamente de empleo, crecimiento y un Chile justo, con poca claridad de cómo abarcará estos ejes, más allá de la continuidad que promete sobre el trabajo del actual presidente Sebastián Piñera.
Es posible que el problema sea que la política en Chile no ejerce mayor debate de ideas y alternativas de hacer las cosas, y por lo tanto, se cree que dentro de cada coalición política todos harán más o menos lo mismo, limitando la elección a un tema de credibilidad y empatía.
Lo de Michelle Bachelet no me sorprende, ella fue recientemente presidente de Chile, terminó su gobierno con una importante aprobación y la gente tiene alguna idea de sus capacidades y forma de dirigir el país. Pero lo que pasó en la derecha tiene la particularidad de que era la competencia entre dos candidatos con una ideología y trayectoria política similar, y al menos yo habría esperado que el trabajo empeñado en elaborar propuestas se hubiera impuesto.
Este simple ejercicio revela que la ciudadanía no da mayor peso a los programas detallados, lo que es una mala señal. Es posible que el problema sea que la política en Chile no ejerce mayor debate de ideas y alternativas de hacer las cosas, y por lo tanto, se cree que dentro de cada coalición política todos harán más o menos lo mismo, limitando la elección a un tema de credibilidad y empatía.
Cambiar esto es lento y es tarea de todos, y creo que lo primero es entender que no sólo votar es un deber, sino que también lo es votar informado.
Por el momento, es imperativo que entendamos que la política no cambiará y no será más competitiva si nosotros, los que votamos, no somos más informados, exigentes y expresamos con claridad nuestras preferencias. De esto es que tenemos que exigirle a los candidatos que perdieron, y a los partidos políticos que estos representan, que ejerzan la negociación con los ganadores desde las propuestas programáticas, y no desde los cargos políticos. Este sería un primer gran paso para que las campañas para las elecciones de noviembre próximo sean sobre propuestas claras y no sobre promesas.