Después de la crisis económica de 2008 y sus consecuencias, Estados Unidos sigue en la tentativa de recuperar espacio en el escenario económico mundial. Con todo, la inyección de recursos para salvar la economía estadounidense impulsó a los países productores de commodities, que acabaron por absorber el exceso de la moneda global. Brasil fue uno de los pocos países que pasó casi ileso por la crisis económica y, con eso, ganó mayor importancia en el escenario mundial.

La visita del presidente Obama a América latina señaliza un cambio de la postura de Estados Unidos en su relación con los países emergentes, como Brasil, que en otros tiempo, obedecía a la cartilla de la política internacional impuesta por la Casa Blanca y, en la actualidad, demuestra públicamente sus divergencias acerca de los temas sensibles, como por ejemplo, el programa nuclear iraní, o la intervención en la crisis política hondureña. Una visita de un mandatario estadounidense a un país latinoamericano, luego de una sucesión presidencial, demuestra una clara intensión bilateral de estrechar las relaciones comerciales y políticas.

En tanto, las intensiones no serán suficientes para una reaproximación más efectiva entre los dos países. El constante deseo de Brasil de conseguir un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y el fin de los subsidios agrícolas estadounidenses son las principales reivindicaciones del gobierno braisleño. Estados unidos, por su parte, busca participar comercialmente de las abultadas inversiones brasileñas en infraestructura, por la Copa del mundo de 2014 y la Olimpiadas de Río de Janeiro en 2016.

A pesar del esfuerzo político del presidente Obama, las posiciones de Brasil y Estados Unidos permanecen aún sensibles. Con sólo un viaje, el campo de las intensiones no representa la señalización de la evolución en el campo de las acciones y, por ahora, las relaciones bilaterales continúan basándose en la política de la buena vecindad, en problemas comunes, como la desvalorización del yuan frente al dólar o al real, y los ideales comerciales en común, como la exportación de petróleo brasileño para el mercado estadounidense. En cuanto a eso, las divergencias entre los dos países impedirán reales avances en la resolución de las demandas de ambos lados.

A pesar del esfuerzo político del presidente Obama, las posiciones de Brasil y Estados Unidos permanecen aún sensibles. Con sólo un viaje, el campo de las intensiones no representa la señalización de la evolución en el campo de las acciones y, por ahora, las relaciones bilaterales continúan basándose en la política de la buena vecindad.

En Chile, Obama se enfrentó a las críticas de la población chilena sobre el acuerdo nuclear firmado entre los gobiernos de Chile y EE.UU. La incertidumbre del 80% de los chilenos se justifica por el incidente en la planta nuclear en Fukushima, Japón, y el hecho de que el territorio chileno también está sujeto a terremotos y tsunamis. Sin embargo, las diferencias entre los dos países pararon ahí. Chile es un país que tiene una enorme cantidad de acuerdos de libre comercio e importa gran parte de lo que consume su economía.

Si el discurso de Obama, en Brasil, se centró en las relaciones entre los dos países, en Chile centró su discurso en los hispanoamericanos. La elección del país como base para un discurso en América Latina puede ser visto como un reconocimiento de la política de comercio exterior de Chile, que atrae incondicionalmente a EE.UU.

Por ahora, la gran demanda de fuentes de energía en Chile y la fuerte resistencia de la población del país, en relación a la exploración de energía nuclear, es más un problema del gobierno chileno que de los intereses económicos estadounidenses.

En El Salvador, la situación de los país de América Latina se limitaba a la discriminación que reciben los inmigrantes salvadoreños en los Estados Unidos. Simbólicamente, era un discurso dirigido a los países de América Latina que tienen una mayor dependencia económica y tienen gran ascendencia política por parte del gobierno de EE.UU.

Con un discurso específico para el principal país emergente de las Américas, otro dirigiéndose a América latina en su conjunto y un tercero preocupado con cuestiones que remeten mucho más allá de las reivindicaciones de países altamente dependientes de Estados Unidos, se puede inferir que la Casa Blanca ve en la región tres frentes de acción, de los cuáles el más delicado, en cuanto a las relaciones bilaterales, se da con Brasil.