Las recientes elecciones realizadas en Venezuela han otorgado al Partido Socialista Unido (PSUV), que representa a Hugo Chávez, 98 de los 165 escaños de la Asamblea Nacional. Al mismo tiempo la oposición en torno a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) logró la elección de 65 de sus partidarios, mientras los restantes dos escaños fueron ganados por el Partido Patria para Todos.

Uno de los hechos concretos e irrefutables es que Chávez ha perdido la mayoría calificada en el Parlamento, y con ello el poder absoluto que la oposición le había “regalado” al autoexcluirse del proceso eleccionario de 2005.

Lo importante es que estas elecciones han abierto dos polos de análisis. Por un lado, aquellos que rápidamente han salido a sostener que este proceso es una clara demostración de la pérdida de poder y representación que el “socialismo del siglo XXI” esta experimentando.

De este modo, para la oposición, Chávez solo logró mantener la mayoría en la Asamblea Nacional gracias a la Ley de Procedimientos Electorales; la cual fue aprobada con premura antes de estas elecciones. En esencia esta ley permitió redistribuir las circunscripciones electorales según los resultados obtenidos en el referendo de 2007, y cambió el sistema de representación proporcional por uno donde el ganador de cada circunscripción se queda con toda la votación.

Para la región el presidente venezolano es un actor referencial y estas elecciones podían reforzar la tendencia observada en el último tiempo, la cual había sido reforzada por el triunfo de la derecha en Chile.

Precisamente, esto es reforzado por la discusión, que ya se ha hecho presente en la sociedad venezolana, al comprobar la disparidad de representación entre el PSUV y el MUD, cuando el primero solo habría alcanzado 101.865 votos más que el segundo. Así, y aún disponiendo de todos los recursos logísticos que entrega el Estado, Chávez habría sentido el golpe y comenzado a pensar en la existencia cierta de una oposición más organizada y coherente, la cual ciertamente puede incidir en el desarrollo de sus ideas socialistas y en sus aspiraciones de ser reelecto en las elecciones de 2012.

Por el otro lado, están quienes ven en esto una clara demostración de la consolidación del proceso chavista. Para este grupo, Chávez enfrentó uno de los más complicados ambientes pre-eleccionarios desde su llegada al poder en 1999.

Como nunca antes el país caribeño sufría de problemas tan básicos como carencia de luz, falta de agua, inseguridad ciudadana (75 homicidios cada 100.000 habitantes) y de claros problemas económicos que en 2009 había hecho decrecer su GDP a -3%; así como un fuerte proceso inflacionario que el mismo año, según el Banco Mundial, alcanzó al 29%.   

Estos resultados además dejan en “status quo” la situación política en América Latina. Para la región el presidente venezolano es un actor referencial y estas elecciones podían reforzar la tendencia observada en el último tiempo, la cual había sido reforzada por el triunfo de la derecha en Chile. Así, para los gobiernos de centro izquierda Chávez representa el reemplazo de la figura “idílica” de Fidel Castro y, al mismo tiempo, un actor con capacidad discursiva como oposición a la histórica presencia e injerencia de los Estados Unidos. Para los gobiernos de derecha lo que pase en Venezuela podría ver apurado un proceso que lo da por hecho, forzando el inicio de un cambio en el péndulo.

Sin embargo, el punto es que los resultados no alcanzan para que celebren ni unos (la izquierda) ni los otros (la derecha).