A dos meses de instalado, se ha producido un giro muy relevante en el nuevo gobierno del presidente Pedro Castillo, quien pidió la renuncia del jefe de su gabinete y otros ministros. La estabilidad política en Perú es, ya sabemos, un bien extremadamente escaso. Se trata de un país que ha tenido cuatro presidentes en cinco años, con permanentes confrontaciones entre Ejecutivo y Legislativo y cuyos gabinetes ministeriales rotan como si fuesen personal de las cadenas de fast food.
Pedro Castillo llegó a la presidencia del Perú con la sospecha de ser una marioneta del líder de su partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, de izquierda radical. Y la designación del que hasta el pasado miércoles era su gabinete de ministros –encabezado por el afín a Cerrón, Guido Bellido– confirmó parcialmente esta teoría. Fue un gabinete sin capacidades técnicas, compuesto por personas afines al partido oficialista, aparentemente sin una agenda clara y común. Pero en medio de la confusión y contradicciones, sí se hizo sentir en estos dos primeros meses la fuerza de los representantes de Perú Libre en el gabinete, llevando las cosas a un estado de presión que terminó por alejar al propio partido del gobierno.
La aceptación de las carteras de Economía y Justicia por parte de Pedro Francke y Aníbal Torres – de izquierda moderada– horas antes de la juramentación en julio, fue una primera señal de lo problemático que iba a ser el primer gabinete de Castillo. El propio premier Guido Bellido, tiene abierto un proceso judicial por apología del terrorismo. Lejos de ejercer de portavoz y cabeza de un gobierno cohesionado y de mediador con el Congreso, ha priorizado su propia agenda y cayó en constantes contradicciones no solo con sus ministros sino con el propio presidente.
Un claro ejemplo fue el anuncio, a finales de septiembre, de la renegociación del contrato con la empresa comercializadora y exploradora del gas de Camisea y la amenaza de su nacionalización. Ello vía Twitter, y poco después del viaje de Pedro Castillo y su ministro de Economía Pedro Francke a Washington, con motivo de la 76 Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que trataron convencer a los inversionistas internacionales de que Perú es un país estable. Poco más tarde, el medio Epicentro TV, revelaba que Bellido había pedido en un chat grupal del partido Perú Libre que los legisladores pidieran la renuncia de su propio canciller, Óscar Maúrtua, y su vicecanciller, por las declaraciones del segundo afirmando que no hay hoy ninguna autoridad legítima en Venezuela. “Desmiento afirmación de vicecanciller de no reconocer autoridad legítima en Venezuela, no es la postura del gobierno. Nuestro presidente tuvo una reunión con el presidente Nicolás Maduro para solucionar crisis migratoria. Si al canciller o su adjunto no le gusta tienen las puertas abiertas”, aseguró Bellido en Twitter.
Perú necesita un rumbo claro y un gobierno serio, cohesionado y que realmente inspire confianza. El nuevo gabinete parece ser un paso en esa senda.
Pedro Castillo parece haber entendido que mantener a Bellido como primer ministro no solo le hacía un flaco favor a la gobernabilidad local sino también a la estabilidad del Ejecutivo. Y la solicitud de su renuncia y la elección de un nuevo gabinete, encabezado por la excongresista del partido de izquierda “progresista” Frente Amplio, Mirtha Vásquez, supone poner importantes paños fríos a la confrontación febril de las últimas semanas. A Vásquez, quien fue presidenta del Congreso en el gobierno de Francisco Sagasti, se le atribuye un carácter mucho más conciliador que a su predecesor. Y el nombramiento de ministros con un perfil mucho más técnico, independientes y con menor afinidad al partido de Vladimir Cerrón, evidencia un desligamiento del presidente de Cerrón y los más radicales de su partido. Claro, con la excepción del ministro del Interior, Luis Barranzuela, abogado del estudio que representa a Cerrón en sus casos por lavado de activos.
Estos cambios no han sentado nada bien al “ala dura” del partido Perú Libre. De hecho su vocero, el hermano de Vladimir, Waldemar Cerrón, manifestó el miércoles por la noche que su partido no respaldaba al nuevo Gabinete porque lo consideraba una “traición a las mayorías”.
Resulta previsible, entonces, que la facción “cerronista” del partido dé la espalda a la aprobación del nuevo gabinete ministerial en el Congreso, paso necesario en la legislación peruana. Sin embargo, cabe esperar el apoyo de la facción “castillista” y de buena parte del mismo Congreso, que quiere evitar un eventual cierre en caso de que el proceso de aprobación de la confianza no progrese.
El nuevo gabinete, según Pedro Castillo, representa un cambio en aras de lograr la gobernabilidad, pero tiene ante sí un complicado camino, sin el respaldo de buena parte del partido oficialista que podría dinamitar sus proyectos. Ganarse la alicaída confianza empresarial, al fin y al cabo, va más allá de los meros nombramientos. El programa de Perú Libre evidenciaba la apuesta por un brusco cambio en la política económica –con un Estado más controlador y nacionalizador– y no hay certeza de si va a seguir o no siendo la base de las decisiones el gobierno. Por mucho que el ministro Francke se esfuerce en decir lo contrario.
Perú necesita un rumbo claro y un gobierno serio, cohesionado y que realmente inspire confianza. El nuevo gabinete parece ser un paso en esa senda.