En los últimos meses América Latina ha vivido acelerados y profundos cambios sociales, económicos y políticos que han modelado las expectativas ciudadanas, las cuales hoy están basadas en necesidades sociales básicas. Esa imagen de una sociedad capaz de redistribuir la riqueza y mejorar sustancialmente la calidad de vida se estrelló con fuerza con el muro de la realidad.

Es así como nos vimos expuestos a la inequidad en su mayor dimensión, siendo esta nueva “verdad social” la que influye, convoca, une y moviliza; con un activismo que resulta transversal a cada ciudadano en su rol como trabajador, consumidor y votante.

Este contexto requiere de una conducción acorde al tamaño del problema. Estamos en tiempos de más softpower, donde atributos del liderazgo femenino como: escuchar, dialogar, empatizar y conectar desde la emoción deben ser aprendidos por todos –hombres y mujeres– quienes pretendan ser líderes sostenibles. No es casualidad que los personajes más influyentes a nivel mundial sustentan su poder en este estilo, el cual está muy bien representando en el fenómeno de la “jacindamanía” con la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, como uno de los países que mejor ha manejado el coronavirus; con una capacidad notable de generar cambios oportunos en la conducta de la ciudadanía, del cual estamos muy lejos.

Esa habilidad de reconocer activos para construir argumentos más allá de la insistencia en lo contable, de generar emoción, esperanza con una visión de futuro postcrisis y de una actitud humana que reconoce al otro es “la persuasión” de la que estamos hablando y que tanta falta hace en nuestro país, donde la saturación de malas noticias ha producido una peligrosa inercia en la sociedad.

Es evidente que desde el miedo no movilizaremos a que las personas cumplan con las medidas preventivas. Cuando el principal motor de un gran número de quienes salen a la calle es el hambre en un país que lucha por sobrevivir. Una realidad que demanda liderazgos reputados, que sean colaborativos, resilientes, con “calle” y capacidad de gestión. Todos esos atributos, son piezas claves para que nuestro país pueda avanzar.

Sale el estilo vertical y entra la horizontalidad, tan rechazada por quienes se sienten más cómodos con la imposición proveniente de los tradicionales grupos de poder; de aquella elite que por dejar de escuchar fue incapaz de anticiparse a los cambios sociales. Perdiendo de esta manera su principal activo reputacional: la confianza ciudadana.

Estamos siendo testigos de una transición, de una nueva forma de hacer las cosas con los últimos representantes del viejo poder patriarcal; renovándose por un estilo dialogante, integrador, empático y humano que facilita los procesos.

Confío en que tendremos próximamente una consolidación de mayor densidad en nuestros líderes y organizaciones responsables que a través de potenciar su propósito social logren un progreso sostenible. Para esto resulta imperativo la escucha activa de los stakeholders, leer el contexto, adaptarse a esta “verdad social”, aportando valor al bienestar de las personas, en lo económico y medioambiental.

A lo anterior, debe sumarse la capacidad de los liderazgos de tangibilizar su conducción con proyectos que innoven y que respondan de manera concreta a las principales necesidades de sus grupos de interés. En decir, la ecuación perfecta de un buen líder hoy es: un buen relato, habilidades blandas y la concreción de sus promesas con coherencia y consistencia. No olvidemos que lo prioritario en este momento en la generación de certezas.

Otro factor es el sentido de responsabilidad que le corresponde a cada actor desde su rol y considerando a la primera línea política, empresarial y de la sociedad civil; quienes deben guiar a la ciudadanía a un mejor entorno con unidad y sentido común. Pretender que el cambio nazca solo desde las personas, es irreal e ineficaz.

Es de esperar que este desafío no le quede grande a nuestros líderes y que sean capaces de influir a través de maximizar el diálogo deliberativo, evitando el conflicto, cuidando la democracia y neutralizando las ideologías y utopías. Porque en ellos está depositada la esperanza de reconocer qué nos une, y con ello darle conducción y viabilidad a un nuevo sueño de región.

Finalmente, es bueno recordar que en tiempos de persuasión y contrapersuación la realidad se reduce simplemente a una ilusión producto de la falta de comunicación.