Olvide buena parte de lo que sabe sobre Martin Luther King: su imagen mediática es producto de una edulcoración post mortem. Si revisa sus declaraciones públicas sobre el capitalismo, el racismo o la guerra de Vietnam comprobará que su discurso político podría calificarse como “radical”. Hoy pensamos en esa palabra como sinónimo de “extremista”, pero la primera definición del término que brinda la RAE es la siguiente: “perteneciente o relativo a la raíz”. En términos políticos, ser “radical” implica sostener que algunos problemas no admiten reformas parciales: deben ser afrontados desde la raíz. Por ejemplo, las leyes segregacionistas que, hasta la década del 60, existían en los Estados Unidos. En parte por ello, una encuesta realizada por Gallup en 1966 (dos años antes de que fuera asesinado), mostraba que dos tercios de los estadounidenses tenían una imagen negativa de King.

¿Cómo explicar entonces que, según una encuesta realizada por Ipsos en 2019, un 90% de los estadounidenses tenga ahora una imagen positiva de King? Primero, porque el movimiento que lideró consiguió triunfar: según la misma encuesta, un 70% de los estadounidenses cree que el movimiento por los derechos civiles hizo del suyo un mejor país. Es decir, hoy incluso una mayoría entre blancos no hispanos está a favor de la ley de derechos civiles de 1964 y la ley de derecho al voto de 1965, pero ese no fue el caso cuando se aprobaron. Segundo, en retrospectiva lo que más se rescata de su legado es su invocación a la resistencia no violenta como forma de acción política. Aquí a los equívocos en torno a la figura de King, habría que sumar los que persisten sobre la figura de quien le sirviera de inspiración: Mahatma Gandhi. Aunque compartían la convicción de que eran éticamente preferibles, la principal razón por la que ambos proponían formas no violentas de resistencia (al colonialismo británico, en el caso de Gandhi, y al racismo institucionalizado, en el caso de King) es que creían en su eficacia política. En eso se adelantaron a su época: a casi un siglo del nacimiento de King, autores como Érica Chenowitz concluyen que, entre 1900 y 2006 a nivel mundial, las campañas de protesta que no apelaron a la violencia tuvieron una probabilidad dos veces mayor de alcanzar sus objetivos que aquellas que sí lo hicieron.

En el caso de King, la lógica detrás de su preferencia por formas no violentas de protesta también ha sido corroborada por investigaciones posteriores. Por ejemplo, la de Omar Wasow, quien no sólo encuentra que los casos de éxito en la reivindicación de derechos para los afro-americanos están asociadas a formas no violentas de protesta, sino además que ello es así por una razón que previera Martin Luther King. Según él, dado que los afro-americanos constituían una pequeña minoría de la población en los Estados Unidos, su causa necesitaba de aliados entre la mayoría de blancos no hispanos. Pero, a su vez, algunos blancos que podían simpatizar con el movimiento por los derechos civiles se distanciaban del mismo cuando lo asociaban con un desafío a la ley y el orden. No en vano, luego de las protestas violentas tras el asesinato de King, esa fue una consigna de campaña que le permitió a Richard Nixon ganar las elecciones presidenciales de 1968.