La crisis sanitaria que enfrenta la Humanidad, que contagia a las personas y a las economías a nivel global, está cambiando nuestra vida cotidiana modificando los sentidos comunes y prioridades para este periodo y probablemente también para el futuro post pandemia. Lo que ayer parecía improcedente, mañana puede ser imprescindible.

Junto a la urgencia por impedir el colapso de los sistemas sanitarios, para lo cual es indispensable que los contagios no se concentren en un periodo muy reducido, se requiere mantener operativas las cadenas de suministro de alimentos, sin lo cual no seria posible sostener las medidas adoptadas para proteger nuestra salud.

Hasta ahora dichas cadenas han operado de manera bastante normal, considerando que se trata de sistemas interdependientes con diferentes actores y funciones articuladas entre sí. En efecto, la producción primaria depende de insumos, por ejemplo, semillas fertilizantes y agroquímicos que fluyan adecuada y oportunamente, y que los trabajadores puedan desarrollar su tarea en condiciones de seguridad que protejan su salud frente a la pandemia. Tan relevante como ello, es que los flujos financieros y el capital de operaciones permita mantener activa toda la cadena.

Igualmente, las cadenas de suministros dependen del funcionamiento de las instalaciones de procesamiento, almacenamiento y distribución, y especialmente de la logística de transporte. Los aspectos logísticos y la distribución son los que parecen más sensibles a las restricciones impuestas para proteger la salud de la población y, por lo tanto, aquí es necesaria una mayor coordinación entre las autoridades nacionales y especialmente regionales y los actores de la cadena.

Considerando que nuestros principales mercados de destino son China, Estados Unidos y la Unión Europea, y que exportamos vinos, frutas y hortalizas frescas y procesadas, productos cuya demanda es elástica a los ingresos de los consumidores, debemos prepararnos para enfrentar un periodo difícil.

Nuestro país es exportador neto de alimentos; los envíos agroalimentarios solo están atrás de la minería y nuestra balanza comercial es largamente superavitaria, alcanzando en 2019 excedentes por US$5.561 millones, sin incluir al sector forestal. Considerando que nuestros principales mercados de destino son China, Estados Unidos y la Unión Europea, y que exportamos vinos, frutas y hortalizas frescas y procesadas, productos cuya demanda es elástica a los ingresos de los consumidores, debemos prepararnos para enfrentar un periodo difícil. Basta recordar que estimaciones recientes de la OMC señalan que los flujos comerciales globales podrían caer 30% y que el FMI y la OCDE estiman caídas del PIB global entre 5% y 10% para el presente año, todo ello asociado a una masiva perdida de empleos en todo el mundo.

Por otra parte, somos deficitarios en diversa medida, de productos esenciales para nuestra alimentación, especialmente trigo, maíz, oleaginosas, arroz, carnes de bovino y en menor medida de lácteos. Aquí el desafío será doble: asegurar que la producción local se mantenga e idealmente se incremente para la próxima temporada, haciéndonos menos dependientes del exterior, y al mismo tiempo, garantizar que nuestro abastecimiento de alimentos importados se desarrolle con normalidad. Atendiendo que nuestros principales proveedores son países vecinos, es necesario de abordar esto desde ya, utilizando canales diplomáticos de ser necesarios y compromisos de compra tempranos, pues, así como hemos presenciado una competencia feroz por los equipos médicos, podría ocurrir algo similar con los alimentos, sobre todo si la producción en Asia y América del Norte se ve afectada seriamente.

El sector agrícola emplea el 10% de la fuerza de trabajo nacional y agrega numerosos empleos indirectos, lo que es clave para la mayor parte de las regiones del país, exceptuando las mineras en el norte y la Región Metropolitana que concentra el área de servicios. La reactivación post pandemia puede encontrar un muy buen aliado en este sector, que es capaz de responder rápidamente a incentivos de corto y mediano plazo con alto impacto en el empleo y actividad económica sobre todo en regiones.

Urge, entonces, una convocatoria amplia desde el gobierno, incorporando al sector privado, académicos y organismos internacionales especializados, tanto para debatir cómo enfrentar los desafíos de corto plazo, identificando las restricciones así como las oportunidades que ofrece este escenario, e igualmente para redefinir estrategias de mediano y largo plazo que permitan a la agricultura chilena adaptarse a las nuevas condiciones, que probablemente estarán marcadas por restricciones comerciales, cambios en la demanda global de alimentos y una transformación de los paradigmas de la globalización a los que en su momento el sector agroalimentario chileno se incorporó con éxito.