El mundo está cambiando a una velocidad insospechada, y los países también. Pero nuestras culturas, instituciones y liderazgos no van al mismo ritmo ni en la misma dirección.
Las comunicaciones son mucho mas rápidas, desordenadas, espontáneas y descontroladas, y aun así, nos creemos todo lo que nos muestran en las redes sociales, sin filtrar ni confirmar.
Las expectativas de las poblaciones son más exigentes y se expresan en formas distintas, más espontáneas y algunas veces violentas, pero muchos políticos, empresarios e instituciones no las logran entender bien.
Sabemos que el mundo requiere modelos de crecimiento más inclusivos, y un medio ambiente mas amigable, pero sólo nos movemos si las leyes lo exigen, sin tomar iniciativas proactivas, por priorizar el corto plazo o temerle a ser pionero o innovador en temas aún poco convencionales.
Este cambio no viene solo. Requiere un paso previo: la cultura del encuentro. Es decir, crear el hábito de salir de nuestras zonas de confort y encontrarnos con otros a dialogar. Sobre todo con pares improbables, es decir, con aquellos con quienes nunca tendríamos posibilidad de conversar si no nos lo proponemos, y así romper suposiciones erradas y descubrir puntos de vista distintos pero útiles.
Consecuencias indeseables
Lo anterior genera pesimismo, insatisfacción, desconfianza en los demás, en los políticos, en los empresarios, en las instituciones, y lo peor, en la misma democracia, fruto del encerramiento en posiciones mezquinas y ausencia de liderazgos transformadores.
La pérdida de fe en el futuro se acumula y consolida por situaciones que rompen las confianzas entre las personas y los actores sociales, empezando con los gobiernos y tristemente involucrando a las iglesias, influenciadoras de valores a niños, jóvenes y no tan jóvenes, que hoy en una buena parte han ido perdiendo la fe.
Las frustraciones superan los logros
Sin embargo, tampoco hay que ser negativos al extremo, y pensando un poco en algunos logros de los últimos 30 o 40 años a nivel latinoamericano, se podría resaltar haber logrado derrotar la inflación en la mayoría de los países (con excepción de Venezuela, y aún en Argentina, aunque este último es un caso muy distinto al venezolano); el aumento del ingreso per cápita promedio; la reducción del nivel de pobreza.
Pero llevamos décadas de frustraciones por muchos países con ciudades llenas de cordones de miseria, campos abandonados a pesar de sus riquezas, baja productividad, desestabilización en gobiernos con democracias vulnerables, instituciones debilitadas, alto nivel de corrupción, niveles de desigualdad intolerables, sobre todo en el caso chileno, bajos niveles educativos y minorías aisladas o postergadas. El resultado de esto decanta en una región con pocas posibilidades de desarrollarse por no tener suficiente capital social, es decir, baja o ninguna capacidad de que las personas, a través de la confianza entre ellas y en las instituciones, sean capaces de resolver sus problemas y aprovechar oportunidades.
Una propuesta diferente
Para cambiar esto, seguramente hay muchas cosas que se pueden y deben hacer, pero en mi modesta opinión hay que empezar por las bases, es decir, por las personas, lo que me lleva a sugerir que es necesario aprender a interactuar entre personas diversas en origen, opinión y perspectiva, para tener mejores posibilidades de construir confianzas mínimas, las que son vitales para el logro de consensos que luego decantan en decisiones y acciones positivas. Principalmente, hay que priorizar esta capacidad en aquellos que aspiran o ya tienen posiciones de liderazgos e influencias importantes. Y luego ampliarlo a toda la base humana que componen las sociedades, a través de las escuelas, colegios, universidades, y diversificarlo en las empresas y otras instancias donde sea necesario.
De esta forma, podremos superar situaciones frecuentes que parecen callejones sin salida, encerrados en disputas de poder o de egos por estar entrampados en posiciones mezquinas, y estar mejor capacitados para encontrar intereses comunes; y así pasar de la intolerancia a las diferencias, a aprovecharlas para encontrar opciones de soluciones más compartidas; de ignorar la diversidad, a abrazarla; de adoptar preconceptos, a comprender al otro antes de juzgarlo.
El eslabón perdido
La capacidad de valorar y respetar a los demás es el eslabón perdido para construir confianzas mínimas que permitan diálogos productivos, ganar-ganar, y lograr los consensos necesarios.
De esta manera, podremos reconquistar la democracia, muy venida a menos en muchos países por haber sido víctima de sus propias virtudes. A través de un mayor capital social, los sistemas políticos participativos se enriquecen al estar más alertas a concentraciones de poder, promover la transparencia y fortalecer la justicia, tres ingredientes importantes que, junto a una población educada, pueden proteger y potenciar los pilares del sistema democrático.
Un nuevo hábito esencial
Este cambio no viene solo. Requiere un paso previo: la cultura del encuentro. Es decir, crear el hábito de salir de nuestras zonas de confort y encontrarnos con otros a dialogar. Sobre todo con pares improbables, es decir, con aquellos con quienes nunca tendríamos posibilidad de conversar si no nos lo proponemos, y así romper suposiciones erradas y descubrir puntos de vista distintos pero útiles.
Hoy en día, tendemos a dialogar y nos esforzamos den entender e incluso aprender de quienes son referencias para nosotros, que podemos apalancarnos en sus conocimientos o experiencia para ayudarnos a progresar, sobre todo cuando tenemos un problema o una crisis. Me parece legítimo y muy bueno que los empresarios se encuentren con otros parecidos para aprender mutuamente, y comprender mejor las problemáticas de distintos sectores o industrias, lo mismo entre académicos o funcionarios de fundaciones, indígenas, dirigentes sociales. Porque en la multiculturalidad y diversidad está la mayor riqueza; representa mejor la realidad del mundo, ya que los países y las sociedades son diversas por sí mismas y solo progresan si esa diversidad es bien comprendida, manejada y aprovechada.
Conclusión
A través de experimentar esta nueva cultura, sin esperar hacerlo cuando las crisis ya están presente, podremos "incluirnos" en la diversidad, "inspirarnos" de estas experiencias nuevas y ojalá "innovarnos" individualmente, cambiando nuestras actitudes y paradigmas, en beneficio de nuevas y mejores sociedades a lo largo y ancho de nuestra región latinoamericana.
Hay buenos ejemplos de iniciativas que están trabajando en este sentido, que deben ser apoyadas por todos, e incentivarnos a ser parte de este aprendizaje que potenciará nuestras sociedades y nuestro rol en ellas.