Hace casi dos meses que en Chile se vive un proceso social que a todos nos ha afectado muchísimo y que sin duda traerá consigo grandes cambios en todo ámbito. Antes del estallido social, el tema medioambiental tenía para todos reconocida prioridad, y ahora la preocupación social pasa a ser lo más relevante. Sin embargo, ambos temas están absolutamente ligados y la preeminencia de uno no menoscaba la importancia del otro.
Esto ya se venía discutiendo antes de que se anunciara que, para la COP25, Chile ya no podría ser el anfitrión. Si bien, ahora se desplazó a Madrid, Chile sigue llevando la presidencia, lo que conlleva tener un rol clave de liderazgo y responsabilidad.
Por estos días, el Parlamento europeo declaró emergencia climática e instó a todos los agentes a que adopten con urgencia medidas para combatir esta amenaza, antes de que sea demasiado tarde, elevando el objetivo de reducción de CO2 para 2030, del 40% al 55%, respecto a 1990.
En este escenario, es muy importante entender la estrecha vinculación de los temas medioambientales con el contexto social actual. El mundo nos está develando que necesitamos de un enfoque diferente, centrado en las personas y en el territorio, con especial urgencia en cerrar las brechas que generan las grandes desigualdades que se viven en nuestro continente y la humanidad entera.
El mundo nos está develando que necesitamos de un enfoque diferente, centrado en las personas y en el territorio, con especial urgencia en cerrar las brechas que generan las grandes desigualdades que se viven en nuestro continente y la humanidad entera.
No podemos dejar de lado la importante lucha contra el cambio climático que los países discutirán en la COP25, porque afecta a todos, y en especial a las futuras generaciones. Pueblos originarios, pequeños agricultores, migrantes, mujeres, jóvenes, niños y niñas, son muestra de que reducir las desigualdades es imperativo si queremos generar soluciones, adaptación y resiliencia. Es que la desigualdad tiene un cómplice poderoso: el cambio climático.
En la actualidad, el 90% de los desastres tienen como origen la crisis climática. La frecuencia e intensidad de fenómenos como huracanes, sequías, inundaciones y mega incendios se está convirtiendo en una "nueva normalidad" en la que estos grupos se siguen viendo dramáticamente más afectados que el resto. Así, cuando nos referimos a que necesitamos generar mayor resiliencia y adaptación al cambio climático, se está apuntando no solo a cambios en los sistemas ecológicos, sino también en lo social y lo económico.
Aquí es dónde el sector privado tiene un importante rol que cumplir. Debemos juntos cambiar el foco de nuestros esfuerzos para que los procesos de adaptación se conviertan en oportunidades para todos. ¿Cómo? Invirtiendo en las personas y en el planeta, los grandes focos del Desarrollo Sostenible.
En última instancia y como lo hemos apreciado estas semanas, toda empresa necesita ser resiliente, porque cuando los desastres emergen, amenazan la continuidad de los negocios, y la mejor forma de prevenir es construir sociedades justas, pacíficas, inclusivas y en equilibrado balance con su entorno. Así, condenando firmemente la violencia y observando las demandas sociales, el espacio de reflexión que estas plantean, es una oportunidad sin precedentes para mirar la COP25 con una nueva luz de esperanza, que de verdad ilumine a todos.