Este lunes, en este espacio, argumentaba que Pemex está quebrada. Hoy toca entender por qué.

Muchos piensan que detrás de las penurias de la petrolera mexicana hay un maquiavélico plan de los gobiernos “neoliberales” (priistas y panistas) para llevarla a la ruina y privatizarla o desaparecerla, de tal suerte que el sector privado se adueñe del petróleo mexicano. Cito un ejemplo de alguien que piensa así y que encontré en el internet: “[Están] conduciendo a su chatarrización e inevitable extinción: agobiada por un régimen fiscal aún más expoliador, reestructurada administrativamente para multiplicar su burocracia de angora, aprisionada en el odio de una tecnocracia extranjerizante, Pemex es una empresa condenada a desaparecer y ser sustituida por compañías privadas, principalmente extranjeras”.

En México ya dimos un primer paso con la Reforma Energética. Pemex ahora tendrá que competir contra otras petroleras. Lo que nos falta es que el Estado deje de ser su dueño único. Esto no significa privatizarla por completo, sino permitir que un porcentaje de su capital cotice en la bolsa.

Se trata de un argumento político que desconoce el verdadero problema estructural de Pemex: que es un monopolio público sin incentivos para controlar sus costos. Digamos que mañana llegara al poder un gobierno que echara para atrás la Reforma Energética y le regresara a Pemex su condición de agente económico único para explorar, explotar y procesar hidrocarburos. Digamos que, incluso, tuvieran la capacidad de combatir y eliminar la gran corrupción que existe en la empresa. Asumamos un gobierno que le da todo su apoyo a una empresa que se convierte en ejemplo de honestidad. ¿Sería Pemex una corporación modelo para las petroleras internacionales con los mayores márgenes de rentabilidad del mundo?

No lo creo. Porque todo monopolio público tiene un problema de carácter estructural conocido en economía como “ineficiencia X”.

Como monopolio, en el escenario antes descrito o el que ocurría antes de la Reforma Energética, Pemex no competía y, por tanto, carecía de incentivos para controlar sus costos.

Cuando vivía periodos de jauja con increíbles precios del petróleo, a los burócratas que la controlaban, tanto dentro como fuera de la empresa, se les hacía muy fácil, por ejemplo, incrementar el número de empleados y así evitarse cualquier problema político con el sindicato. Ahora que los precios del petróleo están por los suelos, pues resulta que la empresa tiene una nómina muy abultada. Sería el momento, entonces, de despedir a aquellos que no agregan valor, que sospecho son muchos. Pero esto tiene un costo económico muy alto en el corto plazo (habría que liquidarlos) y sobre todo político: nadie en el gobierno, menos en uno de extracción priista, quiere pelearse con el sindicato. ¿Cuál es la consecuencia de esta situación monopólica? Costos promedio altísimos.

Agréguese a esto su condición de empresa cuyo dueño es el Estado. Ni los funcionarios de Pemex ni su Consejo Directivo ganan más o menos dinero si la empresa produce ganancias o pérdidas. Tampoco los funcionarios de Hacienda que la controlan. Véase, por ejemplo, lo que sucede en el mercado de las gasolinas que continúa bajo el monopolio de Pemex con precios del combustible controlados por el gobierno. Cuando determinan que la gasolina cueste por debajo del precio internacional, Pemex subsidia a los automovilistas generándole una gran pérdida a la empresa. Pero, cuando establecen el precio por arriba del mercado -como ahora- las ganancias se las llevaba el erario. De esta forma, Pemex pierde por partida doble: con precios bajos o altos.

Esto por el lado de los ingresos. Por el lado de los costos, el asunto es peor. Nadie en la empresa tiene incentivo alguno para controlarlos. Se contrata gente al por mayor, se les ofrecen los mejores sueldos y prestaciones, se compran equipos inútiles y costosos, se contrata deuda con tasas más altas que la soberana, se adquieren más inventarios que los necesarios, etcétera, etcétera.

Sólo hay una manera de terminar con la “ineficiencia X”: acabar con la condición de monopolio público. En México ya dimos un primer paso con la Reforma Energética. Pemex ahora tendrá que competir contra otras petroleras. Lo que nos falta es que el Estado deje de ser su dueño único. Esto no significa privatizarla por completo, sino permitir que un porcentaje de su capital cotice en la bolsa. De esta forma, la gestión de la empresa no sólo sería más transparente sino que los accionistas presionarían a la administración para mantener los costos de operación controlados, cosa que hoy en día no existe, ni existirá mientras el dueño único de Pemex sea el Estado.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.