Los países, como las personas, tienen ciertos temas que nomás no pueden resolver. Son pesadillas muy reales. México, por ejemplo, lleva décadas tratando de construir un nuevo aeropuerto capitalino y, simple y sencillamente, no puede. Es nuestra bête noire aeroportuaria. El gobierno ha prometido que el 20 de octubre de 2020 despegará el primer avión de un Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad México (NAICM). Para tal efecto, las primeras licitaciones debieron haber ocurrido la semana pasada. Pero la bestia negra ya se hizo presente: vamos retrasados.
En el verano pasado, el gobierno anunció 21 paquetes de licitaciones para la construcción y el equipamiento del NAICM. De acuerdo con una nota aparecida el 27 de octubre en El Financiero, los tres primeros concursos ya se demoraron.
El problema ya no es técnico o político sino de ejecución. Los terrenos ya están listos. También el proyecto —complejo y ambicioso— del renombrado arquitecto Norman Foster y el calendario de 21 licitaciones. Pero resulta que las autoridades no han podido sacar adelante los tres primeros concursos en las fechas definidas.
El pasado 15 de octubre debió haber sido la apertura de propuestas de la licitación para la carga, acarreo y descarga de material; el ganador debió haberse anunciado el 22 de octubre. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. La apertura de propuestas para construir caminos provisionales debió haber sucedido el 19 de octubre y el fallo el 30 de ese mes. Tampoco ocurrieron. Y los proyectos para nivelar y limpiar el terreno debieron haberse conocido el 21 de octubre para que hoy se supiera quién ganó la licitación. Lo primero no aconteció y lo segundo, supongo, tampoco pasará el día de hoy.
Según la nota de El Financiero, firmada por Ana Valle, “documentos de Compranet revelan que las juntas de aclaraciones continúan”. Un experto en infraestructura, citado en la nota, afirma que este tipo de retrasos usualmente “se debe a que no hubo una buena planeación y previsión del tiempo de respuesta para los licitantes, o simplemente porque no se previó el número de interesados”. Haiga sido como haiga sido, por citar a un clásico, el hecho es que ya hay atrasos en el NAICM. Y lo que comienza tarde, pues…
Mientras tanto, el actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) ya fue declarado “en saturación de las 7:00 horas a las 23:00 horas” desde el 29 de septiembre del año pasado. De acuerdo con otra nota aparecida ayer en El Financiero, de Everardo Martínez, el índice de impuntualidad de las aerolíneas nacionales —porcentaje de vuelos fuera de horario o que aterrizaron o despegaron antes o después de 15 minutos— “aumentó a 43% en mayo de 2015, 11 puntos porcentuales más que hace un año”. Los que somos usuarios frecuentes del aeropuerto capitalino lo sabemos. Todas las aerolíneas ya se acostumbraron a pedir disculpas por sus retrasos “debido al tráfico en el AICM”. Es una hazaña salir o llegar puntual al Distrito Federal. Además, en la Terminal 2, cada vez es más frecuente el uso de salas remotas en lugares cada vez más alejados del aeropuerto.
Yo no sé cómo vamos a llegar al 2020 con el AICM actual. Ni me quiero ni imaginar si el NAICM no está listo para esa fecha fatal. Lo único que nos podría salvar es una crisis económica como la de 1995 que desplomara la demanda de transportación aérea. Pero, desde luego, nadie quiere que pase esto. Entonces, ¿qué hacer durante por lo menos cinco años más?
Una solución para descongestionar el AICM en el corto plazo es revivir el aeropuerto de Toluca. Se trata de una opción muy conveniente para una gran cantidad de viajeros que vive en el poniente de la capital. Pero, hoy por hoy, el gobierno federal (de origen mexiquense) tiene abandonada la terminal aérea de Toluca (supongo porque están muy ocupados en construir el NAICM, con muy buenos resultados como estamos viendo).
Al gobierno de Peña se le está apareciendo la bestia negra del aeropuerto capitalino como a sus antecesores. El problema ya no es técnico o político sino de ejecución. Los terrenos ya están listos. También el proyecto —complejo y ambicioso— del renombrado arquitecto Norman Foster y el calendario de 21 licitaciones. Pero resulta que las autoridades no han podido sacar adelante los tres primeros concursos en las fechas definidas. Así, me temo, está empezando la obra de infraestructura más grande de la historia del país. Mientras tanto, el viejo aeropuerto capitalino, que pronto cumplirá cien años de estar operando, se encuentra lleno de viajeros que parecen bestias negras de coraje.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.