La violencia indiscriminada de palestinos contra israelíes no sólo es un crimen, es además un error. Aliena fuentes potenciales de solidaridad internacional, fortalece posiciones extremistas en la sociedad y la política israelí, y genera una escalada en la violencia que suele tener entre los civiles palestinos a la mayoría de sus víctimas. Los palestinos suelen recordar que antes de que muriera el primer israelí en la actual escalada, este año ya habían muerto decenas de palestinos a manos de soldados o civiles israelíes (incluyendo un bebé de dieciocho meses y sus padres), sin que ello generara similar interés. Siendo cierto, eso no es relevante: un crimen no justifica otro, y, por lo dicho, el asesinato de civiles israelíes es contraproducente para los propios palestinos.

Lo más grave de esta situación es que la violencia no es atribuible a organización alguna. El propio servicio de inteligencia interior israelí (el Shin Bet), contradijo al Primer Ministro Netanyahu cuando este acusó a Mahmud Abás de incitar a la violencia. Y aunque Hamás si incita de manera explícita a la violencia, buena parte de los ataques se produjeron en Jerusalén Oriental (zona bajo control de seguridad israelí en la que Hamás no tiene presencia organizada), y fueron cometidos en lo esencial por personas sin filiación política conocida o antecedentes penales.     

Una omisión en los artículos de Stephens y Goldberg resulta sintomática, podría incluso calificar como un recuerdo reprimido: ninguno de ellos menciona siquiera la palabra "ocupación".

Bret Stephens y Jeffrey Goldberg publicaron en The Wall Street Journal y The Atlantic (respectivamente), artículos cuya explicación de la violencia es evidente desde el título: “Palestine: the Psychotic Stage” y “The Paranoid, Supremacist Roots of the Stabbing Intifada”. Para individuos que apelan a diagnósticos psiquiátricos como explicación sin ser profesionales en esa disciplina, llama la atención la disonancia cognitiva de la que hacen gala. Pareciera que la victimización de civiles fuera patrimonio de una de las partes. En Dimona por ejemplo un civil israelí acuchilló a cuatro palestinos durante la actual escalada, y aún antes de que esta se produjera un civil israelí (Ishai Slisler), acuchilló en dos ocasiones a compatriotas suyos durante Marchas del Orgullo Gay (en 2005 y 2015). Y en una estación de buses en Bersheeva, un inmigrante eritreo fue baleado y linchado al ser confundido con un atacante palestino. De hecho, la abrumadora mayoría de las víctimas civiles en la historia de este conflicto han sido palestinas.

En otras palabras, incluso si concediéramos que las explicaciones psiquiátricas de la violencia son relevantes, habría que diagnosticar una patología compartida. ¿Cuál podría ser la fuente de esa patología común? Una omisión en los artículos de Stephens y Goldberg resulta sintomática, podría incluso calificar como un recuerdo reprimido: ninguno de ellos menciona siquiera la palabra "ocupación". Los palestinos son un pueblo que vive bajo la ocupación militar de  Israel, una ocupación que es ilegal bajo el derecho internacional. Salvo dentro de la deUna omisión en los artículos de Stephens y Goldberg resulta sintomática, podría incluso calificar como un recuerdo reprimido: ninguno de ellos menciona siquiera la palabra "ocupación".recha israelí (diversas organizaciones judías dentro y fuera de Israel condenan la ocupación sin ambages), ese no es un hecho en controversia. Por ejemplo, que Jerusalén Oriental es un territorio bajo ocupación ilegal de Israel es algo que admiten resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y una Opinión Consultiva de la Corte Internacional de Justicia. Constituye además la posición oficial de Estados aliados de Israel, como los Estados Unidos y aquellos que conforman la Unión Europea. Esa es la razón por la cual pese a que Israel considera el íntegro de Jerusalén como su capital “eterna e indivisible”, ningún Estado tiene la sede de su embajada en esa ciudad.

Como toda ocupación militar, la israelí se ejerce a través de la violencia. Los palestinos que viven bajo ocupación israelí (pero a quienes Israel no concede ciudadanía), son sistemáticamente víctimas de prácticas que contravienen el derecho internacional, como la confiscación de sus tierras, o la destrucción de sus viviendas y cosechas. Organizaciones israelíes como B’tselem proveen evidencia fílmica regular de los ataques de colonos judíos contra civiles palestinos, mientras soldados israelíes contemplan la escena sin intervenir.        

Y cuando los palestinos protestan contra esas prácticas son reprimidos con armas de fuego, práctica que el gobierno israelí jamás ha desplegado contra sus ciudadanos judíos. Especifico la religión porque la policía israelí sí ha empleado armas de fuego para dispersar manifestaciones entre los ciudadanos árabes (musulmanes o cristianos), de Israel. Este mes por ejemplo se cumplen quince años del asesinato de 12 ciudadanos árabes de Israel (y un palestino de territorios ocupados), a manos de la policía israelí. En 2003 una comisión presidida por un magistrado de la Corte Suprema (Theodor Or), concluyó que se había producido un uso excesivo de la fuerza y que el Estado de Israel debía hacer esfuerzos para “dar una verdadera igualdad a los ciudadanos árabes del país”. Doce años después, ninguno de los policías que tomaron parte en los hechos ha sido procesado judicialmente, y continúa la discriminación oficial contra los ciudadanos árabes de Israel.