¿Se expondría usted a un tratamiento potencialmente doloroso, a manos de un facultativo que es capaz de herir a un animal, que agonizará por lo menos durante un día, al que luego matará, decapitará y desollará? Ciertamente alguien tan poco considerado para con el dolor de otro ser podrá tener cualquier profesión, menos la de dentista, para la que se requiere una exquisita sensibilidad y delicadeza encaminadas justamente a evitar el dolor a sus pacientes. No enviaría nunca a mi nieto a su consultorio y yo personalmente no iría jamás. Hasta allí estamos de acuerdo creo que el 98% de la humanidad.
Pero de allí a pedir la cabeza de Walter James Palmer, dentista acusado de matar al simbólico león Cecil en Zimbabwe, hay mucho trecho. A esta distancia dictaminar algo sobre el triste caso es difícil. Hay quienes dicen que el león fue atraído desde un parque nacional, para matarlo “legalmente” fuera de él, pero no se aportan pruebas de esta acción. Entre el dentista y su guía se acusan mutuamente de conducta inapropiada. Es un asunto puntual, que los jueces deberán dilucidar y que no afecta la cuestión globalmente considerada.
Algunos países de África han optado por permitir la cacería de cierto número de animales cada año, para dedicar esos ingresos a la conservación de sus espléndidos parques.
No me gusta la caza, cabe decir que me disgusta, pero como a muchas otras actividades humanas (boxeo, gallos, etcétera) que me desagradan, no pretendo que se imponga por ley su prohibición. Eso sí, respaldo los controles más severos posibles a la práctica cinegética, que debe restringirse a unas pocas especies, en cotos muy bien determinados, con las respectivas licencias y autorizaciones. Algunos países de África han optado por permitir la cacería de cierto número de animales cada año, para dedicar esos ingresos a la conservación de sus espléndidos parques. El modelo tiene huecos, pero funciona mejor que la combinación de caza furtiva y prohibición absoluta. En ese continente las especies tienen poblaciones consistentes que facilitan tal tipo de manejo. En cambio, la fauna sudamericana se caracteriza por su alta diversidad, hay muchas especies, pero cada una con pocos individuos, por lo que implantar aquí, de buenas a primeras, ese modelo no sería conducente. Es decir, hay que analizar el tema región por región, variedad por variedad.
Hace un tiempo cierto político dijo que podía hacer fricasé del último cóndor ecuatoriano para dar de comer a los pobres. La frase demostraba que tiene estropeada la región cerebral dedicada a la imaginación, pues se puede “sacar” dinero a los cóndores como para dar de comer a muchas familias, sin necesidad de hacerlos fricasé. Por ejemplo, los gastos que hagan en el país turistas que vienen a conocer a estas sorprendentes aves darían para comprar miles de pollos y preparar el plato que tanto le gusta. Se puede argumentar que al decir semejante disparate el mentado personaje hablaba en parábola o en hipérbole, pero demostró que en realidad piensa así cuando permitió que hagan del Yasuní ensalada bien rociada con aceite mineral. Y no fue para que coman los pobres.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com