Dicen que decir no, no es fácil; dicen que las verdades duelen; dicen que todo tiene un límite; dicen que todo efecto tiene una causa; dicen que tarde o temprano todo se paga; dicen que la reciprocidad es el principal tribunal; dicen que uno es responsable de sus actos, y como tal, debe asumir las consecuencias, pero también dicen que uno de los principales atributos con los que contamos es la dignidad. Sí, ¡dignidad!, esa que nos hace tomar decisiones a través de las que finalmente terminamos gritando un digno ¡no más!

Sea libre, invoque un ¡no más! Primer trabajo, te formaste y creciste profesionalmente, le dedicaste casi la mitad de tu vida, te ganaste cada año de permanencia; te sumaste e involucraste con cada administración, "te pusiste la camiseta", obtuviste más de un reconocimiento de tus clientes, entregaste tus mejores años con la única pretensión de que la institución te permitiera desarrollar una línea de carrera, donde como es comprensible aspirabas a tener un cargo de mediana responsabilidad, pero finalmente, después de varios intentos en los que cegado por una obstinación propia del significado del primer trabajo aceptas la realidad, te das cuenta que sólo eres un monto presupuestado, asociado a un alto retorno de inversión que se mantiene en función de la rentabilidad del mismo, sin ninguna proyección profesional objetiva y una muy particular forma de promoción al interior de vuestra organización.

Es cierto que en el centro laboral no se te paga para que seas feliz; se te remunera para que produzcas. Pero lo cierto también es que el empleado desde épocas bíblicas busca un reconocimiento púbico, busca el tan ansiado crecimiento profesional en la organización en donde se encuentre, y está comprobado que no sólo suma y genera satisfacciones el incentivo pecuniario, aunque algunos opinen, festinando o no,  que "todo es plata".

Así las cosas apreciado lector, en la ocasión en la que esté transitando por una situación como la expuesta, en donde perciba que su institución no reconoce ni da crédito a su desarrollo profesional, por el contrario, le entregan excusas de orden administrativo, o en algunos casos vinculadas a factores circunscritos a lo más íntimo de su vida personal, pues no hay que olvidar que cuando se desea justificar algo, las excusas sobrarán, por ende, no le queda otra que recurrir a esa cualidad que llevamos adentro: dignidad, y decir ¡no más!

Pero así como decimos ¡no más!, también nos toca aceptarlo, de manera estoica, con hidalguía y frente en alto, ante esa sociedad sancionadora, crítica y juzgadora solamente con terceros, asumiendo lo que nos corresponde, pues no podemos olvidar el principio universal que rige, o que al menos debería regir nuestro Universo, el de la reciprocidad. El aceptar un ¡no más!, demandará mucha fuerza de voluntad y en algunos casos una maniobra de viraje que incluso puede ser de 180°.