Además de los millones de “refugiados internos” sirios, es decir, aquellos que han perdido sus hogares y deambulan dentro del país en busca de alojamiento y resguardo, están los refugiados que se han trasladado allende las fronteras para escapar de la violencia aterradora de la guerra civil en curso. Las cifras al respecto son estremecedoras: según datos del ACNUR de septiembre del año pasado (citadas por Middle East Media Research Institute), se contabilizaban en sus registros hasta esa fecha dos millones 241 mil 100 refugiados, en su inmensa mayoría mujeres y niños. Casi la mitad de ellos caen en la categoría de edad de entre 0 a 17 años. Al parecer, los hombres escasean dentro de esta población ya que o se han quedado combatiendo o han muerto.
Son cinco los países donde se encuentran asilados, en condiciones precarias, estos refugiados: 130 mil en Egipto, 841 mil en Líbano, 567 mil en Jordania, 207 mil en Irak y 540 mil en Turquía. Se calcula que actualmente las cifras son mayores porque, desde septiembre a la fecha, los flujos han continuado imparables en virtud de que los combates y la expulsión de población no han dado tregua. La destrucción de viviendas, infraestructura, empresas, fábricas, escuelas y hospitales continúa sin que haya visos de retorno a una mínima normalidad que aminore el sufrimiento de la población civil.
En la propia Siria, tres millones de niños han dejado de asistir a la escuela debido a los combates y a la destrucción de sus escuelas, mientras que la Oxfam informa que en Líbano, sólo 25% de los niños sirios refugiados tienen acceso a algún tipo de educación.
Los refugiados, excepto los de Líbano, viven hacinados en campamentos de tiendas de campaña carentes de electricidad, agua y suficientes alimentos. En Líbano, una familia de refugiados recibe el equivalente a 250 dólares mensuales para cubrir sus necesidades, incluida la vivienda. En Jordania, el campamento más grande es Al Zatari, que alberga a 120 mil refugiados, siendo con ello la cuarta “ciudad” más grande del Reino Hachemita. El crudo invierno ha sido un flagelo adicional que ha agravado todavía más las condiciones de vida de esta gran masa de desesperados.
En la propia Siria, tres millones de niños han dejado de asistir a la escuela debido a los combates y a la destrucción de sus escuelas, mientras que la Oxfam informa que en Líbano, sólo 25% de los niños sirios refugiados tienen acceso a algún tipo de educación. Muchos de ellos, desnutridos y sin alternativas, se han convertido en presa fácil para su explotación y abuso sexual.
En este cuadro trágico destaca un asunto que puede resultar irónico: los países que proporcionan más apoyo político y militar a los bandos en pugna en Siria son quienes no contribuyen en absoluto a la recepción de refugiados o a la ayuda humanitaria requerida para ellos. Irán y Rusia, los puntales sobre los que se mantiene vigente el régimen de Al-Assad, no están en el registro de proveedores de asilo o materiales básicos a los refugiados. De igual modo, Arabia Saudita y Qatar, quienes respaldan con recursos económicos y militares a los rebeldes, no han abierto sus puertas a los refugiados, haciendo caso omiso de la emergencia humanitaria que prevalece. Ciertamente, se trata de una situación vergonzosa que por desgracia no parece tener un fin próximo. Como lo ha expresado Antonio Guterres, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR): “No hemos visto una salida de refugiados a una tasa tan aterradora desde el genocidio de Ruanda”.
¿Podrá llevarse a cabo la planeada Conferencia de Ginebra programada para dentro de tres semanas a fin de resolver el conflicto en Siria? Y en caso de que sí se celebre, ¿ayudará a paliar esta monumental tragedia humana? Por desgracia, no hay en el panorama muchos motivos para dar a estas preguntas respuestas optimistas.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.