Desde hace décadas el Oriente Medio es una zona en constante ebullición, fértil en convulsiones políticas y sociales, en guerras y conflictos continuos de una complejidad tal que su solución parece pertenecer al reino de la utopía más que al de la realidad. Los desarrollos prometedores que en ocasiones aparecen en el panorama han mostrado ser bastante efímeros debido a la complejidad y fuerza de los rezagos y de los movimientos antagónicos que frustran los escasos avances que por momentos parecieron augurar tiempos mejores.
El 2013 no ha sido, en este sentido la excepción, ya que si bien registró algunos importantes cambios positivos -que aún está por verse si fructifican- contuvo también guerra y destrucción en proporciones colosales, sobre todo en el caso de Siria que es, hoy por hoy, el más preocupante.
El 2013 no ha sido, en este sentido la excepción, ya que si bien registró algunos importantes cambios positivos -que aún está por verse si fructifican- contuvo también guerra y destrucción en proporciones colosales, sobre todo en el caso de Siria que es, hoy por hoy, el más preocupante.
No sólo estremece la cifra de 130 mil muertos, dos millones de refugiados en los países vecinos, nueve millones de desplazados, torturas, desaparecidos y mutilados, sino también el hecho de que no esté a la vista un fin cercano a ese infierno en el que se ha convertido Siria. A pesar de que la comunidad internacional se apuntó un logro con el proceso de destrucción de las armas químicas de ese país –que fueron utilizadas comprobadamente en operativos bélicos del régimen– más allá de eso y de la convocatoria a una todavía nebulosa Conferencia de Paz en Ginebra para fines de enero, no hay en el panorama ningún indicio de que esa feroz guerra pueda terminar pronto. Es más, Líbano aparece ahora como una nación al borde del caos, debido al efecto de contagio del conflicto sirio sobre la fragmentada población libanesa cuyas lealtades e intereses están divididos entre los bandos en pugna en Siria.
Por otra parte, la situación en Egipto dista mucho de ser estable. Luego del derrocamiento del régimen de Mubarak en 2011, el gobierno electo de Mohamed Morsi -representante de la islamista Hermandad Musulmana- no logró funcionar más allá de su primer aniversario, registrándose en 2013 el golpe de Estado que lo derrocó. El ejército y una parte importante de la sociedad civil descontenta con la gestión de Mursi y la Hermandad fueron los artífices de tal operativo, pero desde entonces ha privado una confrontación cotidiana entre las fuerzas a favor y en contra de Mursi, en la que la represión violenta, los encarcelamientos y los juicios a la disidencia se han vuelto moneda común dentro de la gestión del nuevo gobierno cuya recién nacida Constitución debe aún ser aprobada en referéndum. Mientras tanto, el país profundiza su crisis económica a pesar de contar con apoyo de los países árabes del Golfo que contribuyen a paliar sus numerosas carencias. Interesante ha sido también cómo el gobierno turco de Erdogan se ha distanciado de su homólogo egipcio de forma contundente. Ankara se pronunció a favor de Morsi, condenó su derrocamiento y desde entonces la hostilidad entre los gobiernos egipcio y turco ha subido de tono notablemente.
Muy importantes han sido también dos iniciativas diplomáticas detonadas en 2013 gracias a los esfuerzos de la comunidad internacional: las pláticas de paz entre israelíes y palestinos para las cuales el secretario Kerry realizó esfuerzos monumentales, y los acuerdos celebrados entre el gobierno iraní encabezado ahora por su nuevo presidente y el grupo G5+1. En el primer caso, se han registrado ya cerca de una veintena de encuentros cuyos contenidos aún no son conocidos. Se trata de pláticas en las que existen aún demasiadas diferencias y dificultades como para vislumbrar su éxito en el corto plazo, pero a fin de cuentas, estar negociando es mejor que la parálisis que existió en los cuatro años anteriores. En cuanto al tema iraní, la perspectiva de que la negociación del tema nuclear esté reemplazando al discurso beligerante anterior constituye un avance considerable aun cuando, por supuesto, un arreglo final satisfactorio para ambas partes diste de concretarse cabalmente.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.