En México tenemos un problema con reconocer los éxitos, los triunfos, lo bueno de las demás personas. Esta reflexión viene a cuento por la reciente reelección de Michelle Bachelet como presidenta de Chile.

A manera de ejercicio hipotético, si nuestra Constitución no prohibiera a quien ha ocupado la presidencia su regreso a Los Pinos, ¿a quién reelegiríamos los mexicanos de entre nuestros ex presidentes?

El resultado es una sociedad con ausencia de figuras a las cuales ver para arriba, con admiración y como fuente de inspiración.

Dejando de lado su avanzada edad, Luis Echeverría es visto como el culpable de males económicos que hemos pagado por décadas los mexicanos. Además, está su papel en la matanza de Tlatelolco y el Jueves de Corpus, el Halconazo. No veo que pudiese reelegirse, de permitirlo nuestra Constitución, ni ahora ni hace décadas tras haber dejado el poder.

Pese a los muchos avances que vivió el país en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, como la firma del TLCAN que está por cumplir 20 años de haber entrado en vigor, el año terrible que fue 1994 tiene como secuela una imposibilidad para el ex Presidente de tener una relación cordial y fluida con la mayoría del “pueblo” mexicano. Y, por ende, sin condiciones para su hipotética reelección.

En el caso de Ernesto Zedillo, el pleito en el que concluyó su sexenio con su partido, el PRI, haría inviable su regreso a Los Pinos vía la reelección. Para muchos mexicanos, Zedillo es hoy un académico que vive en Estados Unidos como una figura alejada de lo que nunca pareció apasionarle: la política.

Si pensamos en Vicente Fox, el personaje un tanto carismático que desperdició desafortunadamente y sin explicación el capital político que le dio ser el primer presidente de la transición, ¿reelegirlo para qué?, sería la primera pregunta en el hipotético caso de que quisiera, de que le interesara, presentarse de nuevo como candidato a la presidencia.

Por el lado de Felipe Calderón, un presidente que vio por el país en la mayoría de sus decisiones, su figura despierta algunas pasiones entre quienes ven en su decisión de atacar al crimen organizado de manera frontal un acierto y otros el error que nos ha traído mucha más violencia a los mexicanos. Además y desgraciadamente se rodeó de un equipo que, salvo contadas excepciones, fue lamentable.

Los presidentes son ellos y sus equipos y en ese sentido habría más de un mexicano que se pensara dos veces la reelección de Felipe Calderón.

Así somos los mexicanos. Nos cuesta trabajo como sociedad reconocer los aciertos y los éxitos de los demás. No sólo de nuestros gobernantes. También de nuestros deportistas -un día están en la gloria, otro en la desgracia- y de nuestros empresarios -el exitoso es visto como un tramposo, un ladrón-.

El resultado es una sociedad con ausencia de figuras a las cuales ver para arriba, con admiración y como fuente de inspiración.

A manera de deseo para el año que está por empezar, ojalá maduremos como sociedad y sepamos reconocer los aciertos y los esfuerzos de otros. Y reconozcamos auténticamente: honor a quien honor merece.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.