Un reporte reciente de investigadores de la ONU señala que cada día desaparecen más y más ciudadanos sirios detenidos sin legalidad alguna ya sea a manos de las fuerzas gubernamentales de Bashar al-Assad o de grupos armados rebeldes de tinte islamista que no se quedan atrás en cuanto a la crueldad con que tratan a sus víctimas. El equipo investigador, comandado por el brasileño Paulo Pinheiro, no duda en calificar a esos actos como crímenes contra la humanidad dada su extensión y naturaleza, especialmente aberrantes. De igual modo, la organización Amnistía Internacional, con sede en Londres, acaba de emitir un documento en el mismo sentido, denunciando el vasto catálogo de abusos realizados por ambas partes en el contexto de esta guerra civil que pronto cumplirá tres años de haberse desatado.
Prisiones clandestinas, detenciones arbitrarias por acusaciones de robo, de sabotaje o de haber ofendido al Islam de algún modo, son el contexto en el que se producen cotidianamente flagelaciones, torturas, juicios sumarios y ejecuciones que afectan no sólo a combatientes, sino también a población civil que incluye a niños y mujeres.
La barbarie que reina en Siria ahora no tiene parangón con lo que ha sucedido en otras naciones donde la llamada Primavera Árabe se ha desarrollado. Cuantitativa y cualitativamente las cosas han llegado mucho más lejos en lo que se refiere a sufrimiento de la población.
Según Philip Luther, director de la sección de Oriente Medio y Norte de África de Amnistía Internacional, niños de hasta ocho años de edad están siendo sometidos a las mismas condiciones crueles e inhumanas que los adultos.
Se reporta, por ejemplo, que en una prisión en la provincia de Aleppo dirigida por la agrupación islamista “Estado Islámico de Irak y del Levante”, la corte que juzga con base en la Sharía determina la culpabilidad de los acusados y los inhumanos castigos que se aplicarán, en audiencias que duran, si acaso, unos cuantos minutos.
La barbarie que reina en Siria ahora no tiene parangón con lo que ha sucedido en otras naciones donde la llamada Primavera Árabe se ha desarrollado. Cuantitativa y cualitativamente las cosas han llegado mucho más lejos en lo que se refiere a sufrimiento de la población.
La descripción de la realidad siria llega al extremo de parecerse en muchos aspectos a lo que han narrado por ejemplo, escritores como Vasili Grossman, al reseñar el salvajismo y el terror practicados en la URSS durante el largo dominio del stalinismo. A los más de 130 mil muertos y los millones de refugiados y desplazados se les suman también decenas de miles de desaparecidos en un pozo incierto de terroríficas prisiones y torturas inimaginables.
El debilitamiento de las corrientes moderadas dentro de la oposición a Al-Assad y el empoderamiento creciente de las agrupaciones jihadistas e islamistas reforzadas por combatientes foráneos infiltrados en el país, y que son ahora el principal rival del régimen de Damasco, han hecho que tanto Estados Unidos como Gran Bretaña hayan tomado la decisión de cortar buena parte de la ayuda que enviaban a la oposición ya que, paradójicamente, tal ayuda ha estado beneficiando en muchas ocasiones a estos grupos cuya brutalidad es equiparable a la de las huestes gubernamentales.
En este contexto, la planeada Conferencia de Ginebra a celebrarse dentro de un mes para tratar de resolver por medio de negociaciones esta atroz guerra, ofrece un panorama nada optimista, por más que sea necesario reconocer que no existen por lo pronto opciones mejores para contener esta avalancha de brutalidad que nos recuerda a los peores episodios de crueldad humana registrados en el siglo pasado.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.