En una elección histórica, Michelle Bachelet ha sido reelecta presidenta de la República en una segunda vuelta que registra el porcentaje más alto de apoyo desde que se recuperara la democracia en 1990. No obstante, ello ocurre con un recién estrenado sistema de voto voluntario, que hizo que los niveles de abstención se empinaran, en términos reales (considerando un padrón de 12,5 millones de personas) al 54,4%.
Pese a la baja participación, lo cierto es que la legitimidad no está en cuestión donde un proceso electoral fue realizado de manera limpia, transparente y donde se garantizó la igualdad en el ejercicio de este derecho como principio fundamental. En este sentido, la ciudadanía se pronunció a favor de un proyecto electoral que, además, tiene una fuerza relevante en el Legislativo para impulsar los cambios que se propone. En este sentido, la nueva mayoría tiene uno de los escenarios más propicios para superar las reformas “la medida de lo posible”, característica de los 20 años de gobiernos de la Concertación, donde la minoría siempre logró doblegar o neutralizar a la mayoría para avanzar en temas relevantes en el ámbito político, económico y social.
Comprender si uno o todos los fenómenos explican los déficit de participación es una cuestión central y requerirá de una decidida acción del próximo gobierno...
No obstante, ¿quiere decir esto que debemos permanecer indiferentes ante los bajos niveles de participación? Evidentemente no, pero es necesario entender de manera adecuada la naturaleza de la apatía política y poner correctamente los incentivos para iniciar caminos de reforma. Para ello, propongo algunas hipótesis a explorar.
La primera puede ser de orden coyuntural y tiene que ver con la escasa competencia percibida en la primera vuelta entre ambas opciones o, dicho de otra manera, con la difundida sensación que la carrera estaba ganada desde siempre, dada la enorme diferencia en el resultado de la primera vuelta entre las candidatas que pasaron al balotaje (46,69% Bachelet y 25,02% Matthei). A ello se suma las dificultades y pugnas internas de la Alianza, que se hicieron visibles y públicas, complicando aún más una campaña que partió muy tarde.
Lo anterior se reafirma si se observa con cuidado los datos. Mientras la Nueva Mayoría (antes Concertación) ha mantenido estable sus niveles de votación en segunda vuelta desde 2000 (entre 3,7 y 3,3 millones de personas), la derecha perdió más de 1,3 millones de votos en este balotaje llegando apenas a 2,1 millones de electores (su desempeño en la segunda contienda estaba siempre entre 3,2 y 3,5 millones). La interpretación de esto es más o menos evidente: la baja participación electoral está asociada a la incapacidad de la derecha de movilizar a su electorado porque, de haberlo hecho, los niveles de participación habrían estado en los rangos normales de votación en Chile (entre 6,9 y 7,1 millones de personas desde 1990). Esto permite hacer dos afirmaciones más que es relevante explorar.
Primero, que el cambio de la regla electoral en Chile no significó la llegada masiva de nuevos electores, en su mayoría jóvenes, a las urnas. Segundo, que la Nueva Mayoría, al menos en términos electorales, es bastante similar a la Concertación, aunque es preciso reconocer que a nivel parlamentario su desempeño electoral fue más que sobresaliente alcanzando un número contundente de escaños.
Una segunda hipótesis está asociada a la apatía política, descrita en alguna literatura como la “contrademocracia” o la “impolítica” como diría Pierre Rossanvallon, por esa creciente desconfianza que se observa en distintas democracias del mundo y que deriva en una crisis de sentido que han contribuido a la dilución del espacio colectivo de construcción de un proyecto de sociedad (y cuya expresión social es muchas veces anómica y difusa). Esto es un fenómeno que se viene observando en Chile desde hace muchos años y de manera acelerada (baja confianza en las instituciones como los partidos, el gobierno, el parlamento, etc.) y que se asocia con otros datos preocupantes en nuestro sistema político como la disociación que hacen las personas entre la construcción de su proyecto de vida (que en general asocian solo al esfuerzo personal) y el sentido que tiene lo público, tal como muestra el Informe de Desarrollo Humano 2012 de PNUD.
Una última hipótesis está asociada a cuestiones más prácticas y tiene que ver con los desplazamientos y la ubicación de los lugares de votación, cuestión que podría afectar en mayor medida a las personas de escasos recursos. Vale la pena recordar que en Chile se ha insistido en la necesidad de que el transporte sea gratuito el día de la elección, pero la actual administración no ha hecho nada al respecto.
Comprender si uno o todos los fenómenos explican los déficit de participación es una cuestión central y requerirá de una decidida acción del próximo gobierno, porque evidentemente no es lo mismo ofrecer transporte gratuito el día de una elección, ofrecer voto anticipado o cambiar los locales de votación, que propiciar una reforma electoral y a los partidos para mejorar la oferta y propiciar la participación; mejorar los planes de educación ciudadana en los colegios, para que los jóvenes se interesen en política u ofrecer mecanismos de participación complementarios a las elecciones como plebiscitos o referéndum, para que la ciudadanía se pueda expresar sobre temas de interés colectivo.