Aunque es fácil pensar que el machismo perjudica a las mujeres y, contrariamente, beneficia a los hombres (o al menos no les afecta), no es tan así. En realidad, se trata de un pierde-pierde tanto para unas como para los otros (aunque indudablemente un lado más que el otro).

Si todas y todos pudiéramos de ver algo de esto y se unieran más voces de hombres a esta lucha que es casi exclusiva de las mujeres, sería mucho más fácil el camino a esa sociedad más justa y con equidad que buscamos.

Piénsenlo, ¿verdad que el mundo sería mucho más chilero y relajado, mucho más auténtico −y justo sobre todo− si esta lucha contra el machismo fuera una lucha tanto de mujeres como de hombres?

El sistema patriarcal nos encasilla, nos impone formas de ser y de desenvolvernos (el género como construcción social del deber ser) dependiendo de si nacemos mujer u hombre (el sexo como un hecho biológico). En base a nuestras diferencias biológicas, se perpetúan roles en la sociedad que no son naturales forzosamente ni mucho menos obligaciones de uno u otro sexo.

Puede que a primera vista, haya hombres que lo nieguen porque de lo que se enorgullecen es precisamente de ser esos machitos y es lo que les gusta ser (pues claro, si eso es lo que se premia en la sociedad). De hecho, muchos, cuando ven a hombres “diferentes” que no se unen a la manada de machos, se burlan.

Estoy segura que habría hombres más seguros y tranquilos si pudieran denunciar las agresiones de las que son objetos en su infancia o adolescencia por parte de otros compañeros. Sin embargo, la realidad es que muchos niños tienen que aguantar golpes o bromas pesadas (bullying) porque quejarse o llorar es solo de niñas o mariquitas. Muchos han tenido que ofrecer o aguantar cuentazos que no querían, porque si no lo hacían serían tachados de “huecos”.

Por presión grupal se ven obligados a hacer cosas de machos que probablemente no harían solos, como faltarle el respeto a las mujeres (murmurar o gritar groserías), “meterles mano”, etc. porque si no lo hacen también serán tildados de “huecos”.

Estoy segura que habría hombres más felices y desahogados si desde pequeños se les permitiera expresar sus sentimientos en lugar de reprimirlos (“los hombres no lloran, mijo, aguántese”). Imagino más esposos con la capacidad y la confianza de decir lo que sienten en su relación o en la familia en lugar de callar, acumularlo y explotar en momentos inoportunos; o bien, padres siendo más afectivos y expresando sus sentimientos con sus hijos e hijas.

Esta sociedad manda a los hombres a salir a trabajar y ser la cabeza de sus familias y el sostén económico, lo que implica muchas presiones (económicas y psicológicas, sobre todo) que deben ser muy difíciles de soportar. También se espera que sean ellos quienes hagan determinadas tareas en casa, como subirse a los techos y hacer reparaciones por ser los “hombrecitos de casa”.

Estoy segura que sería mucho menos pesado que estas cosas se hicieran de una manera conjunta y compartida –al igual que las tareas del hogar que han sido relegadas a las mujeres-. Y aunque en la actualidad es bastante común ver a mujeres trabajar fuera de casa, no es igualmente común ver a hombres trabajar dentro de sus casas.

Piénsenlo, ¿verdad que el mundo sería mucho más chilero y relajado, mucho más auténtico −y justo sobre todo− si esta lucha contra el machismo fuera una lucha tanto de mujeres como de hombres?

*Esta columna fue publicada originalmente en PlazaPública.com.gt.