Los historiadores no son tan complacientes con la presidencia de John F. Kennedy como el común de los mortales. No sólo porque ejerció el cargo menos de tres años, sino además porque, contrastados con las promesas transformadoras de sus discursos, sus logros fueron más bien escasos. Por ejemplo, sus promesas en materia de derechos civiles y políticas sociales se convirtieron en legislación recién durante la presidencia de su sucesor, Lyndon B. Johnson.
Pero la presidencia de Kennedy fue señera por su influencia en los estudios sobre seguridad internacional. Por ejemplo, la pregunta de investigación de Irving Janis en su estudio clásico sobre la fallida invasión en Bahía de Cochinos, fue la siguiente: “¿Cómo hombres brillantes y astutos como John F. Kennedy y sus asesores, pudieron ser persuadidos de aceptar el fragmentario y estúpido plan de la CIA?”. Habría ocurrido, según Janis, por un contagio psicológico similar a la tendencia a la conformidad social observada en grupos pequeños altamente cohesionados, conocida como “Groupthink” (o “Pensamiento Grupal”). En esos casos, la búsqueda de la unanimidad suele anteponerse a una evaluación realista de cursos de acción alternativos. Ofrecer una opinión discrepante tiende a reducir la solidaridad entre sus miembros, y convierte a quien la expresa en un marginal dentro del grupo decisorio: mientras más cohesionado sea el grupo, mayor será el riesgo.
Aunque cabe presumir que la gestión de Kennedy evitó una guerra de proporciones dantescas, es difícil que se le reconozcan méritos por lo que pudo ocurrir, pero jamás aconteció.
Un reportaje del New York Times, publicado poco después de la elección presidencial de 2008, provee indicios de la influencia que esa veta de investigación tuvo sobre el proceso de toma de decisiones en Estados Unidos. Según ese reportaje, el presidente electo, Barak Obama, habría manifestado su deseo de contar con “personalidades fuertes, con opiniones fuertes” para promover un “debate robusto” en su entorno decisorio. Añadía que, “Basado en mi lectura de la historia, uno de los peligros en la Casa Blanca es que uno suele verse atrapado en el Pensamiento Grupal, en donde todos tienden a coincidir en todo, y desaparecen las opiniones discrepantes”.
El relato de la crisis de los misiles en Cuba contenido en el film “Trece Días” ofrece un ejemplo de las implicaciones del Pensamiento Grupal. En una reunión del entorno decisorio de Kennedy durante la crisis, el personal vinculado a los temas de seguridad ofrece sólo opciones militares para lidiar con el problema. Consciente de que ese generoso despliegue de testosterona podría provocar una guerra de imprevisibles consecuencias entre potencias nucleares, el personaje que encarna a Adlai Stevenson sugiere que tal vez sea momento de que algún miembro del grupo “se acobarde”, y añade “seré yo”. Propone entonces una condena diplomática del emplazamiento de misiles nucleares soviéticos en Cuba, seguida de una negociación bilateral. Luego reconocerá que aquello equivalió a un acto público de auto inmolación.
Kennedy se graduó de la universidad con una tesis titulada “Appeasement in Munich” (la palabra “Appeasement” podría traducirse como “Apaciguamiento” o “Contemporización”). Presumiblemente entonces, había aprendido la lección que todos parecían derivar de esa experiencia: ceder ante una potencia expansionista (en el caso de Munich, la Alemania de Hitler), sólo podía ser una invitación a la agresión. Pero Kennedy fue a la vez audaz y prudente en la gestión de la crisis. Su audacia consistió en encontrar una opción intermedia entre las alternativas que se le ofrecían (iniciar una guerra o una virtual rendición): fue el bloqueo naval de Cuba, con el cual cedía a la Unión Soviética la decisión de realizar el primer disparo, invitación que los soviéticos prefirieron declinar. Kennedy logró entonces su objetivo fundamental (el retiro de Cuba de los misiles nucleares de la Unión Soviética), sin disparar un tiro. Pero a su vez la prudencia de Kennedy consistió en ignorar las presuntas lecciones de la historia que el mismo había suscrito en el pasado (V., jamás hagas concesiones ante una potencia a la que consideras expansionista), para ofrecer a los soviéticos una salida honrosa que camuflara su derrota: no intentar de nuevo derrocar a Castro (cosa que, de cualquier modo, no tenía intención de hacer), y retirar a posteriori misiles estadounidenses emplazados en Turquía (cosa que, de cualquier modo, tenía intención de hacer).
Pero el universo de lo contrafactual está plagado de escenarios tan verosímiles como indemostrables: aunque cabe presumir que la gestión de Kennedy evitó una guerra de proporciones dantescas, es difícil que se le reconozcan méritos por lo que pudo ocurrir, pero jamás aconteció.