Es fácil resbalar con cualquier tema de finanzas públicas. Prueba de ello son muchos comentarios ligeros y curiosas discusiones sibilinas que hay en los medios de comunicación cuando se revisan y analizan impuestos, gastos y subsidios gubernamentales. Pero extrañamente los temas de la deuda y del endeudamiento públicos quedan siempre medio en el aire. La razón es sencilla: más que en ningún otro renglón de lo fiscal, tales temas tienen que ver con el futuro, es decir, con la incertidumbre. ¿Cuánto se pagará, cómo, en qué plazo, en qué condiciones? No hay respuestas claras y rápidas a estas cuestiones y no podría ser de otra manera: si todo eso lo redujéramos a pagarés o letras de cambio, por ejemplo, estaríamos hablando de promesas, sólo de promesas. Tanto acreedores como deudores se mueven en un tiempo económico insondable.
El gobierno de Peña Nieto ya tiene en sus manos un plan hacendario para el 2014. Tanto el componente de ingresos como el de gasto ya están prácticamente definidos, pero, insisto y aunque usted no lo crea, no así el la deuda, aunque muy probablemente se incrementará tanto en términos absolutos como relativos. Los grupos sociales y políticos organizados para influir en el manejo de este renglón no han sido aún del todo explícitos, pero hay indicios irrecusables de que no hay (ni habrá) consenso sobre los efectos posibles del futuro endeudamiento, de la deuda acumulada y de todo lo que hay alrededor de este tema siempre controversial.
El “realismo económico” nos ha dejado extenuados por muchos años en el caso mexicano y si no se cree esto hay que ver datos que dan cuenta de lo acontecido entre 1982 y 2012.
Dejando de lado a los economistas de Hacienda, reviso las posiciones de este gremio frente a los temas de la deuda pública.
Por un lado, veo a los economistas liberales ortodoxos, fuera del poder político (hoy priista, ayer panista) y del presupuesto, que la deuda acumulada y el endeudamiento les produce por sí mismos ansiedades sin fin. No importa si sea financiable o no, pequeña o no, sana o no, sensata o no. El punto toral para ellos es que el déficit fiscal y su financiamiento por la vía del endeudamiento puede ser el causante de graves problemas que quizá terminen en brotes inflacionarios y crisis financieras de dimensiones catastróficas para el país. Y lo mejor es que la historia económica les da algo de razón.
Por otro lado, para los economistas keynesianos ortodoxos (jamás panistas, a veces priistas, a veces perredistas) la deuda acumulada y el endeudamiento que ahora se manejan en Hacienda no son motivo de grandes preocupaciones, sobre todo cuando en 2013, arguyen, la política fiscal jugó un rol pro cíclico que contribuyó mucho a la actual desaceleración económica. El punto toral para ellos es que el déficit fiscal y su financiamiento por la vía del endeudamiento no necesariamente son causantes de graves problemas que quizá terminan en brotes inflacionarios y crisis financieras de dimensiones catastróficas para el país. Y lo mejor es que la historia económica les da algo de razón.
¿Dónde está el justo punto medio en el debate mexicano sobre los límites de la deuda y del endeudamiento fiscales? La ortodoxia liberal no me sirve para encontrarlo, igual que las alegres despreocupaciones de los keynesianos ortodoxos. Ambos terminan por naufragar en un debate concreto sobre los costos y ventajas de un cierto déficit fiscal que implique mayor endeudamiento. Mientras tanto, presumo y lamento que la mayor parte de la ciudadanía y de amplios sectores de la misma clase política se queda en la luna.
Cuando los economistas liberales en el poder sacan la tijera y recortan mucho el gasto y por muy largo tiempo los efectos sociales de sus obsesiones de déficit fiscal cero se sienten de inmediato. La austeridad, entendida como palanca principal del equilibrio fiscal, reduce expectativas de crecimiento económico y el desempleo crece con rapidez. El “realismo económico” nos ha dejado extenuados por muchos años en el caso mexicano y si no se cree esto hay que ver datos que dan cuenta de lo acontecido entre 1982 y 2012.
Cuando los economistas keynesianos en el poder sacan la chequera y gastan mucho y por mucho tiempo, los efectos sociales de sus despreocupaciones por el déficit fiscal no se sienten de inmediato. El gasto público expansivo, en aras de una sociedad más justa, abre un compás de espera (varios años) y nadie pregunta (obvio) cómo se financiarán los déficits fiscales del caso. Estas motivaciones justicieras de políticas fiscales expansivas sin freno nos dejaron amargas lecciones en el caso mexicano y si no se cree hay que ver datos que dan cuenta de lo acontecido entre 1970 y 1982.
Los economistas liberales se ubican en la derecha política, se reclaman sensatos y se justifican ante la opinión pública por los costos elevados de las deudas acumuladas con las políticas “populistas”. Los economistas keynesianos se ubican en la izquierda política, se reclaman justicieros y se justifican ante la opinión pública al rechazar los costos elevados de las austeridades depredadoras que causa el recetario “neoliberal”.
Tuve maestros liberales y keynesianos. Los buenos liberales y los buenos keynesianos me enseñaron mucho: eran agudos, cultos e ingeniosos. Pero los que mascullaban las ideas Hayek o de Keynes, por ejemplo, los percibí como charlatanes, presuntuosos y patéticos. El fundamentalismo de unos y otros me aburría y más me aburre aún. Su verborrea estaba desprendido de un aparato conceptual sólido, ajenos a la palabra escrita y eran en general bastante “rolleros”, simples diletantes, si se quiere llamarles de forma menos cruda.
Termino esta texto escéptico evocando a la economista inglesa Joan Robinson, a 30 años de su muerte. La (buena) enseñanza de la economía le preocupaba y en una conferencia impartida en la India en 1957 se lanzó una dura y maciza ofensiva contra los estudiantes de Economía que andan por el mundo buscando recetas para resolver los complejos problemas económicos del mundo de entonces (no muy distintos a los de hoy, diría yo).
La célebre Sra. Robinson, con su particular enfoque económico heterodoxo, rechazaba a los simplones de todo signo ideológico que quieren reducir los grandes temas de la economía política a esquemas teóricos rígidos y, por ende, concluidos, sin grandes problema pendientes o por explorar. Ese es el problema de los fundamentalistas liberales y keynesianos. Como huérfanos postizos de Hayek o Keynes, hoy abordan los espinosos temas de las finanzas públicas nacionales repitiendo frases o transcribiendo párrafos de las obras de sus presuntos guías teóricos para curarse en salud. El resultado visible y comprobable es y será siempre el mismo: vulgaridades por todas partes.