Desde el año 1993 que Chile no tenía un escenario electoral presidencial tan predecible. En efecto, sabido es que la candidata de la Nueva Mayoría y ex presidenta Michelle Bachelet será la próxima presidenta, la única duda es si esto será en primera o en segunda vuelta. No obstante, hay varias cosas que se juegan en esta elección, donde también se renueva la totalidad de la Cámara de Diputados, la mitad del Senado y se eligen por primera vez, a través del voto ciudadano, a los consejeros regionales. 

Lo primero, es la dimensión que alcanza la apatía política en Chile, que se sincera con la implementación del voto voluntario que por primera vez se pone a prueba en este tipo de elecciones en nuestro país. Una participación electoral por debajo de los 5,5 millones de personas en un padrón electoral de cerca de 13 millones, sería una mala noticia para nuestra democracia, porque se acercaría a la baja participación de la elección municipal de octubre pasado y estaría muy por debajo de la participación en elecciones presidenciales y parlamentarias anteriores. Si muchos ciudadanos deciden quedarse en casa y no ir a votar, se generará un problema relevante de gobernabilidad y de paso pondrá en duda el nivel de respaldo que tendrán los cambios que el ejecutivo querrá promover y el parlamento discutir.

Desde la perspectiva de la Nueva Mayoría (NM), coalición que lleva a la ex presidenta Bachelet como candidata, será muy relevante la capacidad que tenga para constituirse realmente en una fuerza mayoritaria en el parlamento que le permita hacer los cambios que se propone en su programa.Ello es una apuesta difícil, porque las características del sistema electoral binominal en Chile (que sobre representa a la primera minoría y tiende a empatar a las coaliciones políticas en el Congreso), seguramente asegurará un buen resultado a la NM, pero no le alcanzará para reunir el quórum de parlamentarios que necesitará para hacer algunas reformas (4/7, 3/5 o 2/3 de los parlamentarios en ejercicio, cuando se trata de disposiciones de la constitución), cuestión que obligará a generar un diálogo relevante con la oposición en el Congreso y una gran sintonía con la oposición extra parlamentaria constituida en movimiento social, que seguramente tiene altas expectativas y disposición para salir a levantar sus demandas en las calles. Ello es muy relevante porque determinará también el grado de lealtad y cohesión de la mayoría que se alcance en el Congreso.

La experiencia en el anterior gobierno de la ex presidenta Michelle Bachelet indica que, pese a que en el año 2006 se alcanzó una mayoría relevante en ambas cámaras del Congreso, a poco andar del gobierno está se perdió, dando origen al llamado fenómeno “díscolo” dentro del Congreso, que incluso terminó con la expulsión o renuncia de importantes personeros de la en ese tiempo llamada Concertación. Las señales de unidad, particularmente en aquellas materias que generan controversia al interior de la coalición, serán claves para que el gobierno pueda llevar adelante su programa y tenga conducción de la agenda política. Por su parte para la derecha, constituida en la Alianza por Chile, será muy determinante el resultado de la elección presidencial para sus decisiones en el futuro. Si la definición es en primera y mas aún, si es en segunda vuelta, será relevante que la candidata del actual oficialismo procure, al menos, llegar en segundo lugar, porque ello permitiría contener la crisis que vive actualmente esa coalición, que seguramente iniciará un proceso de redefiniciones y recriminaciones importantes después de las elecciones, como ya es posible avizorar dado el tenor de las declaraciones de sus actores más relevantes. No obstante, si el nivel de votación está por debajo del 24%, que es el peor resultado que ha obtenido la derecha desde la recuperación de la democracia en 1990, la debacle será inevitable y es posible que sea el comienzo del fin en la coalición. Al mismo tiempo, habrá que ver también cual será su resultado a nivel parlamentario y que partido de esta coalición logra quedarse con la mayor bancada, buscando así ostentar la hegemonía en su sector. Esta es una cuestión no menor en un escenario donde la crisis es inminente y es probable que la UDI, el sector más conservador de ese conglomerado político, busque seguir manteniendo su posición privilegiada, mientras que los sectores más liberales, representados por una parte importante de RN, busquen tomar distancia de sus aliados. 

En cualquier caso, cierto es que tanto la Nueva Mayoría como la Alianza por Chile tienen un camino no menor que recorrer en el próximo periodo, porque es preciso recordar que ambas coaliciones tienen niveles de aprobación muy bajos desde la ciudadanía, al mismo tiempo que el Congreso tiene mínimos niveles de confianza institucional.

En cualquier caso, cierto es que tanto la Nueva Mayoría como la Alianza por Chile tienen un camino no menor que recorrer en el próximo periodo, porque es preciso recordar que ambas coaliciones tienen niveles de aprobación muy bajos desde la ciudadanía, al mismo tiempo que el Congreso tiene mínimos niveles de confianza institucional. Si en Chile existe crisis de representación, esta se ilustra a partir de estos indicadores y la desconfianza en los partidos (de las más bajas en América Latina), cuestión que no puede ser indiferente en un país con una democracia de alta calidad, pero de baja intensidad.

Por último, será muy importante también saber cual es el alcance que tendrá el llamado de distintos actores ciudadanos a marcar “AC” en el voto, pidiendo un cambio a la Constitución a través de una asamblea constituyente. Esto por dos motivos, primero, porque si el respaldo es relevante, no podrá dejar indiferente ni a los actores políticos ni a la presidenta de la NM, mas aun si el cambio a la Carta Fundamental es uno de sus ejes de campaña; segundo, porque si este llamado organizado desde la sociedad civil resulta de cierta relevancia, será un indicador más de los déficit que tiene la democracia chilena respecto a iniciativas de democracia participativa o directa. De hecho, es relevante considerar que en Chile, pese a que la actual Constitución política sostiene que la ciudadanía reside en el pueblo y que esta se expresa a través de elecciones y plebiscitos, estos últimos nunca se han realizado desde la recuperación de la democracia, entre otras cosas, porque no ha habido voluntad política de implementar este tipo de mecanismos habilitando una legislación en esta línea.
Así, por ejemplo, si se mira el contexto latinoamericano, pese a que Chile tiene niveles de calidad de la democracia tan altos como Uruguay, no contempla, como si lo hace este país, consultar a la ciudadanía sobre cuestiones de alto interés nacional junto con las elecciones generales mediante plebiscitos o referéndum. Tampoco logró concretar, como si lo hizo Colombia, la idea de una “cuarta urna”, pese a que se discutió hace algunos meses cuando algunos actores políticos propusieron legislar para implementar esta iniciativa, pero el llamado no fue recogido por la mayoría de los representantes políticos ni del oficialismo ni de la oposición. Tampoco en Chile existe, como si sucede en al menos trece países de la región, la iniciativa ciudadana de ley, que permitiría que iniciativas como esta encontraran acogida en el sistema político. Con una sociedad civil cada vez más organizada y con capacidad de articulación, es incomprensible que el sistema político chileno no contemple formas de participación que contribuyan a canalizar las demandas de la ciudadanía. Eso es sin duda tarea pendiente para el próximo periodo.