El tema del aborto es un erizo marino: difícil manipularlo sin pincharse. Tiene espinas por todas partes. Todos los que han participado en el debate sobre esta punzante materia han sido, de una manera u otra, hendidos por sus venenosas púas. No pensaba opinar sobre el asunto, pero ante el pedido de un estimado amigo no podía negarme. Si no quería intervenir no era por miedo a pincharme con sus múltiples aguijones, eso es inevitable en tan erizada materia, sino porque, siendo absolutamente honesto, he de decir que no tengo una idea clara, sustentable y definitiva sobre la cuestión.
Sería muy cómodo refugiarme en el dogma y decir que en esto creo lo que la Iglesia “nos manda creer”. Sería agradablemente popular decir que coincido con la moda actual y me declaro por el aborto libre. No, hay demasiadas implicaciones y cabos no resueltos. Reconozco que está en juego una vida, ¿en acto? ¿en potencia? Casi da igual. Por otra parte, están las razones que llevan a las mujeres a decidir abortar. Deben ser muy poderosas, porque es una experiencia espantosa, que nadie, nadie, la va a emprender si no tiene motivos de suprema importancia. Un aborto es siempre una tragedia por donde se lo mire. Dejo a la divinidad el juzgamiento de estos hechos... “Dios es más generoso que los hombres y los medirá con otra medida”.
Insisto, el aborto es una tragedia y como tal debe ser evitado, pero está visto que la penalización per se no conseguirá erradicarlo, solo lo hace más peligroso. ¿No sería conveniente pensar en medidas menos represivas pero, sobre todo, más eficaces?
No tengo respuestas en lo ético, pero vamos a lo fáctico. Una estadística sostiene que en el Ecuador se practican anualmente ciento cincuenta mil abortos. Abrahámicamente diré, ¿y si son menos, tan solo 60.000? ¿Y si solo son 10.000? Siendo un delito penalizado, ¿cuántas mujeres, médicos y comadronas han sido juzgados y condenados a prisión? ¿Diez, setecientos, veintitrés, ni una? ¿Quién los va a condenar? A partir de la expedición del nuevo y perfecto Código Orgánico de Sanciones Arbitrarias, abreviadamente la COSA, ¿la Policía Judicial va a dedicar parte de sus efectivos a perseguir a las mujeres que deciden, por cualquier razón, pasar por esta tragedia? No seamos hipócritas, no lo van a hacer. Esto lo sabemos todos, entonces ¿qué sentido tiene que la COSA lo tipifique como delito? Ninguno. Se lo hace por el mero afán electorero de complacer a los sectores conservadores. Y quiero creer que fue por candidez que nuestros venerables obispos (por favor, no vayan a pensar que hay sorna en el adjetivo) alabaron una postura que no tendrá ninguna concreción en la realidad. Y los legisladores y legisladoras que aprobaron obedientemente la COSA, y las más resabiadas que acataron la orden bajo protesta, saben también que están creando una ley que no se va a aplicar. ¿Se trata de una condena “simbólica” o es que nos gusta chapotear en la impostura?
Insisto, el aborto es una tragedia y como tal debe ser evitado, pero está visto que la penalización per se no conseguirá erradicarlo, solo lo hace más peligroso. ¿No sería conveniente pensar en medidas menos represivas pero, sobre todo, más eficaces?
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.