Por primera vez en la historia de Chile, y contra todo pronóstico, en esta elección presidencial hay tres mujeres candidatas de un total de nueve. En contraste, para el Congreso sólo compiten 100 mujeres de 548 candidatos, es decir 18%.
Ello refleja la gran paradoja en la que nos encontramos. Por un lado, las mujeres en carrera a La Moneda están entregando un potente mensaje a la ciudadanía, que “la mujer sí puede” representar a la sociedad en su conjunto y que los espacios de poder no son exclusivos para los hombres. Pero, por otro, las élites partidistas se encargan de recordarnos que esto es excepcional por lo competitivas que resultaron ser estas candidatas. Pero el uso y costumbre es otro: repartirse la torta del binominal (sistema electoral que impera en Chile) mayoritariamente entre autoridades que se reeligen (incumbentes) y candidatos seguros, los que en 82% son hombres, como ha sido en los últimos 20 años. ¿Para qué cambiar?
Ante esta lamentable falta de renovación, es muy probable que después de noviembre, continuemos teniendo de las más bajas tasas de representación política femenina en Latinoamérica y en el mundo.
Ante esta lamentable falta de renovación, es muy probable que después de noviembre, continuemos teniendo de las más bajas tasas de representación política femenina en Latinoamérica y en el mundo.
Cuando se plantea que Chile es un país estable, con un sistema político con baja volatilidad electoral y un sistema de partidos arraigado, se esconde el hecho de que nuestro país, es uno de los que menor adhesión partidaria declara. El nivel de identificación con las dos coaliciones hegemónicas descendió desde 70% en 1990, a menos de 30% hoy.
¿Qué quiere decir esto? Que la ciudadanía valora la existencia de partidos políticos para el funcionamiento de la democracia, pero cuestiona su baja sintonía con el Chile de hoy, que reclama por una Democracia representativa de toda la diversidad de la sociedad.
Así las cosas, que los partidos políticos insistan en no nominar mujeres en sus listas electorales es una muestra más de que en esta actitud reside el gran problema de la subrepresentación. Es decir, en el imperativo de mantener la incumbencia y un control excluyente de quiénes acceden al poder.
Para romper la barrera histórica que enfrentan las mujeres se hace urgente cambiar el sistema electoral con perspectiva de género, pero ésa no es condición suficiente. Se requiere además impulsar un mecanismo de acción positiva que obligue a los partidos a presentar listas equilibradas de candidatos, con incentivos y sanciones.
Por eso promovemos un reparto equitativo de la competencia a través de una ley de cuotas (60/40) para la nominación de candidaturas a las elecciones parlamentarias, municipales y regionales. Una de las diez propuestas para el futuro gobierno que estamos impulsando en el marco de la campaña soyciudadana.cl
Las leyes de cuotas –tan resistidas hasta ahora por Chile– han sido adoptadas por once países en America Latina y más de 50 en el mundo, para cargos de elección popular. Ello ha permitido aumentar el número de mujeres electas en más de 25%.
Las cuotas que resuelven el problema de la competencia electoral, también son necesarias en otros ámbitos de la toma de decisión, donde ver el retrato de “clubes de hombres” ya resulta extemporáneo. Mujeres y hombres tienen intereses y necesidades distintas, lo que hace necesario que en las instancias de poder y toma de decisión se haga visible esa diferencia.
De ahí que aboguemos por la representación equilibrada en los cargos de designación presidencial en el Poder Ejecutivo, en los poderes autónomos donde abundan los directorios con 100% de hombres, en los directorios de las empresas públicas, hoy con sólo 6% de mujeres, así como en partidos políticos, gremios -con 11% de presidentas-, y sindicatos -con 20%-. Tal como lo han hecho otros países que verdaderamente apuestan por consolidar su democracia a través de la promoción de los derechos y oportunidades de sus habitantes.
A nadie le cabe duda que hay mujeres capacitadas y dispuestas a tomar mayores responsabilidades en posiciones de liderazgo. Sin embargo, ellas parecen ser invisibles para quienes tienen en sus manos la posibilidad de nominarlas y promoverlas. Eso tiene que cambiar y la experiencia demuestra dos caminos: esperar que las transformaciones culturales operen solas, es decir en los próximos 100 años, o adoptar medidas temporales eficaces como han demostrado ser las cuotas de género, hasta que el principio de la igualdad se instale. No debiera haber duda del camino a seguir.
*Esta columna fue publicada originalmente en Comunidad Mujer.