Algo que rompa el molde, que provoque en quien lo vea una expresión diferente, éso es la innovación. En Argentina el gobierno ha tomado algunas medidas correctas para promover esto, pero al evaluar los resultados, el país sigue retrocediendo en los ránkings mundiales de innovación. En 2012, según el World Economic Forum, Argentina se posicionó en el puesto 95 detrás de Brasil, Bolivia, Colombia, Uruguay, México y  Chile.

Entre las buenas medidas que se han tomado para cambiar esto se encuentran: la creación del  ministerio de CTI, el incremento del presupuesto, llevándolo a 0,73% del PBI y el aumento salarial de los científicos, que le ha dado mayor prestigio a la actividad. 

Traduciendo esto en lenguaje común, se está invirtiendo en proyectos que no llegan al mercado en forma de innovación, sino que se está generando conocimiento que terminan en publicaciones especializadas, con dudosa aplicabilidad.

Pero los resultados no acompañan el esfuerzo. Una de las formas que tenemos de medir lo producido por la actividad son las patentes por millón de habitantes, y nuestro número es desalentador: estamos en 5,6 patentes. Chile tiene 6,11 y es peor aun cuando se compara con Australia y Canada que tienen 58 y 63 respectivamente. 

El retroceso no tiene freno. En 2005, 2006 y 2007 se concedieron 306, 512 y 445 patentes respectivamente, mientras que en el periodo 2008, 2009, 2010, y 2011 se concedieron 244, 248, 211 y 224, paralelamente la cantidad de habitantes subió, por lo que el coeficiente cada vez es más bajo. 

Este número da la idea de la capacidad que tiene una sociedad para generar y proteger  conocimiento  para luego convertirlo en innovación en el mercado. Pero ¿dónde está la génesis del problema? Son varios los motivos por los cuales no tenemos los resultados que necesitamos como sociedad que quiere crecer aportando valor en su industria.

Primero, el portafolio de inversión en los distintos tipos de proyectos no responde a las necesidades del país. El ministerio se está equivocando, está invirtiendo en forma creciente desde el 2003 en  proyectos de investigación básica (sin un fin práctico). Mientras que el  presupuesto invertido en los proyectos de desarrollo (proyectos que generan tecnologías) es bajo y viene decreciendo desde el 2009 hasta ahora. En 2011 se situaba en 23,5% del presupuesto total. El resto del presupuesto 45% se aplica a investigación aplicada (investigación con un fin práctico), valor que podría considerarse normal, aunque un poco alto.

Traduciendo esto en lenguaje común, se está invirtiendo en proyectos que no llegan al mercado en forma de innovación, sino que se está generando conocimiento que terminan en publicaciones especializadas, con dudosa aplicabilidad.

Se declara que debemos exportar valor agregado, pero para eso hay que potenciar las actividades de innovación. No podemos generar innovación si gestionamos un portafolio de proyectos equivocado. Debemos modificar la matriz de inversión, dándole más énfasis a los proyectos de desarrollo e investigación aplicada en donde participen las empresas. Al menos por los próximos diez años debe haber un cambio.

Otro problema que se observa en Argentina es el poco compromiso de las empresas privadas con las actividades CTI. De hecho, sólo participan en 29% del presupuesto, muy por debajo de Brasil, donde las empresas se hacen cargo del 50% del esfuerzo.

También es preocupante el deficiente proceso de articulación existente entre el sector público y privado que genera desconfianzas, lleva a que los científicos desconozcan las realidades competitivas modernas y que el sector privado no tenga idea de los instrumentos financieros que el Estado pone a su disposición y que podría utilizar para este tipo de actividades.

Einstein decía que es ingenuidad y locura hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos. Llegó el momento de cambiar, que los funcionarios del ministerio, científicos, empresarios y educadores depongan sus paradigmas y se sienten a conversar. Hoy la integración pública-privada debe ser dinámica y ágil, dejando atrás paradigmas ideológicos, en donde la competitividad ya no viene del camino lineal, sino de la capacidad de desarrollar conocimiento propio, incorporar conocimiento de otras fuentes e integrarlos rápidamente en propuestas de valor para un consumidor global habido de novedad.

Si el país no cambia ahora, se escribirá otro capítulo del libro “Argentina historia de individuos brillantes que supieron construir un gran fracaso colectivo”.