¿Cuál es el momento económico que vive desde hace algunos meses la economía mexicana? Atraviesa por una prosaica y lamentable recesión, eso es todo y sí es muy preocupante. El problema es ponerse primero de acuerdo en entender lo que es una recesión. Seamos prácticos para revisar este concepto. Con las cifras del INEGI hay dos formas de saberlo, ambas para medir y seguir la trayectoria del ciclo económico: la de los ciclos de crecimiento, con el SIC (al estilo de la OCDE) y la de los ciclos clásicos, medidos a la antigüita con el SICCA (al estilo de Estados Unidos). Y ambas, sin duda alguna, indican que estamos en una recesión, o para decirlo sin tintes apocalípticos, en una evidente desaceleración: la economía está en movimiento, pero con ritmos cada vez más lentos.
El término recesión creo que con frecuencia se asocia erróneamente con el de contracción, que es cuando hay decrecimiento económico, o sea, que las tasas del producto interno bruto real son negativas. No estamos aún en una fase de contracción, aunque pareciera que ahora nos enfilamos hacia ella. Y la contracción es lo que popularmente se conoce como “crisis”, que conlleva la idea de un desplome de la actividad económica, que con frecuencia se acompaña de turbulencias financieras, particularmente las de tipo cambiario, al tiempo que los nervios de la vida política y social se van tensando de modo extraordinario.
¿Algunas conclusiones a vuelo de pájaro para esta nota escéptica? Sí, dos. Que el secretario de Hacienda pierda el temor a hablar con la verdad y se esmere en manejar sus influyentes opiniones con un realismo sensato, pero no mágico. Y que tomemos en serio esto de comenzar a medir oportuna y atinadamente la situación económica...
Este tema se politizó más de lo debido cuando el Secretario de Hacienda insinuó muy en su elusivo estilo comunicacional que “técnicamente” no estábamos en recesión. Supongo que en su lugar casi todos dirían algo parecido, pero el Dr. Videgaray se metió innecesariamente en honduras al querer ser optimista o cauteloso. Sin embargo, la discreción compasiva y acomodadiza de la mayoría de los analistas económicos frente a este yerro del poderoso secretario de Hacienda, así como el poco entendimiento de este asunto por parte de periodistas presuntamente expertos en estas cuestiones, ayudó a enterrar o encubrir el desliz del economista hacendario número uno.
Sospecho que esta no será quizá ni la primera ni la última vez que el Dr. Videgaray incurra en estas clase de pifias, pues le quedan cinco años en el puesto (si el presidente lo blinda por todo ese tiempo). Hay que recordar que ciertos secretarios de Hacienda de este país no se escaparon de hacer también en su momento declaraciones necias. Silva Herzog en 1982, meses antes de la moratoria mexicana de la deuda externa, declaró muy deportivamente que el país sólo tenía un “problema de caja”. Pedro Aspe en los noventa, embriagado por el triunfalismo salinista declaró que eso de los pobres y la pobreza era algo así como un “mito genial”. Serra Puche, arquitecto de la gran torpeza cambiaria del siglo XX, le dijo al mundo que el peso mexicano estaba sólido… y que viene el desastre de diciembre del 94. Y Carstens, hace cinco años, cuando comenzaba la Gran Recesión en Estado Unidos, dijo que tendríamos sólo un “catarrito”. Como se puede recordar, tales pifias de esos señores “de horca y cuchillo” fueron del tamaño de su importancia política y así nos fue de mal.
En este ambiente de confusión conceptual, para decirlo de alguna manera, todos el mundo ha puesto su parte: el catastrofismo de los profetas fallidos (el sistema vive una “crisis terminal”, dijo uno de ellos, de gran prestigio en la zurda), la autocomplacencia del primer círculo oficial (“no pasa nada, todos tranquilos”) y las mismas patéticas limitaciones de todos los medios de comunicación sobre esta cuestión. Todos ellos han hecho su parte, sin duda, para mantener en una visión supina entre la mayoría ciudadana sobre este tema de la recesión. La gente sabe o intuye lo que está pasando, pero no sabe bien a bien explicarlo y de esta manera el posible debate sobre el tema nace castrado, cojo y con pocas posibilidades de sacar lecciones y consejas prácticas de esta situación adversa de los últimos meses.
Por otra parte, el banco central fue como siempre ha sido: ya con muchos indicios de esta situación recesiva, la reconocen discretamente y allí dejan el asunto. Calladitos de ven más bonitos, dirán los señores de su Junta de Gobierno, para no dar lugar a especulaciones o ser comidilla en cuchicheos por aquí y por allá.
Si se revisan las expectativas manifestadas por los analistas privados y los del mundo académico desde enero a la fecha, el punto queda más que claro: se fueron deteriorando poco a poco y sin pausa las previsiones de crecimiento económico para el 2013. Las causas son visibles y perceptibles: la caída de la demanda externa (originada en Estado Unidos), el achicamiento del mercado interno, la caída de la construcción y los misteriosos rezagos en el gasto público. Y si queremos poner más sal a esto, agreguemos la menor recepción mensual de remesas familiares provenientes, obvio, del “otro lado”.
El panorama económico se volvió más sombrío con los saldos de los huracanes. Hubo que quitarle puntos al potencial de crecimiento de este año, ni modo. Y otra vez los chicos “itamitas” de Hacienda la volvieron a regar; quisieron encontrar, como insinuación velada, que esta circunstancia dolorosa era explicación del origen de la recesión. No, no es así. La recesión ya estaba en marcha y los siniestros producidos en las zonas afectadas por los huracanes sólo sirvieron para complicar las cosas, para catalizar las tendencias recesivas en marcha. Oportunismo cretino del sector oficial al decidir actualizar el tema de la recesión como para querer lavarse la cara. No les salió.
Dejando de lado los embrollos analíticos y de política económica en torno a este tema, hay que aprovechar la oportunidad para señalar que sería bueno contar con un organismo que anuncie periódicamente el punto en el que se encuentra la economía. O sea, una especie de comité nacional de ciclos económicos en donde estuvieran individuos versados en estos tópicos, no organizaciones, que anunciaran en donde estamos parados. Esto se hace en los Estado Unidos desde hace años y los resultados salen bien. El país cuenta con información, experiencia y expertos que pueden hacer este trabajo rutinario y oportuno en un entorno institucional de autonomía y credibilidad a prueba de todo.
¿La recesión en marcha tiene que ver con las evidentes dificultades del febril activismo reformador del presidente Peña Nieto? No, aunque él y sus apologistas dicen que de no aprobarse las reformas estructurales tal cual fueron enviadas al Congreso, vendrá el chamuco por nosotros más temprano que tarde. Esto es un asunto aparte, de expectativas inestables de mediano y largo plazo, cierto, pero que no explica la recesión del 2013. Desde 1994, esto es, desde hace 19 años, casi 20, la integración económica de México en la zona de América del Norte nos ató más al ritmo económico de Norteamérica. Y en eso estamos y no hay solución inmediata a la vista, ni por el mercado interno ni por la diversificación del aparato exportador.
¿En dónde andamos ahora, según los pronósticos de octubre de “El Observatorio Económico de México” de la UAM-Azcapotzalco para el 2013? Se los describo y anuncio gratuitamente: crecimiento real de 1.2%, inflación anual de 3.6%, balance fiscal de -2.4% (como proporción del PIB), tasa de política monetaria de 3.25% (esperamos más recortes del banco central), cambio en empleos formales vía IMSS sólo de 440 mil, tipo de cambio dólar–peso a 12.8 al final del año y un desequilibrio externo de -1.5% en la cuenta corriente (como proporción del PIB). Se trata de un escenario posible, como muchos de los que hacen otros analistas y observadores de la economía mexicana. ¡Y tan optimistas que andábamos hace 10 meses!
¿Algunas conclusiones a vuelo de pájaro para esta nota escéptica? Sí, dos. Que el secretario de Hacienda pierda el temor a hablar con la verdad y se esmere en manejar sus influyentes opiniones con un realismo sensato, pero no mágico. Y que tomemos en serio esto de comenzar a medir oportuna y atinadamente la situación económica presente sin darle concesiones a los amigos de las verdades oficiales o de las profecías aterradoras. Ni unos ni otros ayudan en nada, sólo alimentan la confusión y los miedos irracionales.