Diez años después de que –literalmente- la democracia lograra apagar uno de los símbolos más notorios de la dictadura en Chile, como fue ponerle fin a la denominada “Llama de la libertad”, el sano intento por terminar con los íconos de la huella de Pinochet en la historia alcanza otro clímax con la decisión de las nuevas autoridades de la comuna de Providencia de cambiarle el nombre a la calle 11 de septiembre. La medida, que formó parte de las propuestas de campaña de la actual alcaldesa Josefa Errázuriz, se materializa con la firme oposición de los concejales de derecha.
La polémica calle de la capital chilena, surgida en medio de un proyecto que buscó generar en la comuna un desarrollo urbano que incluyera comercio y servicios públicos en los años 70, nació originalmente con el inocente nombre de Nueva Providencia. La arteria se abre en forma paralela a la calle Providencia en una larga extensión entre Miguel Claro y Los Leones, resultando clave en la consolidación comercial y urbana de la comuna (de alto poder adquisitivo y ubicada en la zona media-alta de la ciudad).
El cambio de nombre a una calle relevante es un acto simbólico importante, en la medida en que responda a un proceso más profundo. Providencia vive un cambio intenso y quienes la administran hoy buscan demostrarlo a partir de este hito urbano que, por lo demás, sólo restituye la nominación original. Y con ello, sin duda, demarcar un atractivo upgrade social.
En forma paralela a su creación se encontraba el desarrollo del Metro, existente en esa época entre San Pablo al poniente y Plaza Baquedano al oriente.
La extensión de ese trazo hacia la Escuela Militar (oriente) no consideraba Providencia, sino que más hacia el norte, la Costanera. El alcalde de la época, Alfredo Alcaino, conversó directamente con Pinochet para que el trazado cruzara la comuna y con ello potenciara el proyecto que llevaba a cabo con la nueva avenida. El general accedió, decidiéndose compartir inversiones y expropiaciones entre Providencia y el ministerio de Obras Públicas. Quizás por ese acuerdo, cuando la calle se inaugura en el año 1980, aparece con la nueva nominación.
El decreto edilicio que oficializa el cambio de nombre, en todo caso, no deja espacio a la duda. “Considerando que la gesta del 11 de septiembre de 1973, que libró al país de la opresión marxista, debe ser recordada por las generaciones presentes y futuras en una obra de gran importancia urbanística, decreto denomínese Avenida 11 de septiembre a la nueva vía pública”.
A pesar de que el nombre siempre fue una piedra en el zapato de la democracia chilena, lo cierto es que el tema muchas veces se perdió en el descuido de las particularidades de la transición nacional. El realismo político tampoco ayudó, ya que Providencia fue durante todo este tiempo un verdadero bastión de la derecha, al cual la Concertación u otros grupos sólo pudieron acceder a espacios de concejales que ni siquiera alcanzaban quórum importantes.
El escenario cambió con el movimiento social que comienza a gestarse a fines del año 2010. La comuna de Providencia se ubica en una zona estratégica de Santiago que, dada las nuevas conformaciones urbano-sociales, se encuentra al medio entre la zona céntrica de la capital y la exclusiva zona oriente. Gracias a proyectos como el de la polémica calle, el área alcanzó un importante desarrollo para oficinas, centros comerciales, tiendas, paseos, trabajos y asentamientos que atrajeron a toda una nueva masa de habitantes, especialmente jóvenes y trabajadores de clase media. Con recursos económicos importantes, la zona cuenta con muy bien gestionados parques y áreas verdes, servicios eficientes y educación comunal sobre la media. Gracias al desarrollo económico del país, la comuna también atrajo muchos y variados proyectos inmobiliarios.
Toda esa dinámica de las últimas dos décadas hizo cambiar el perfil social de la comuna, más bien cercano a tradicionales familias acomodadas que optaron por quedarse en esta zona de la capital y no trasladarse, como lo hizo la mayor parte de la clase alta capitalina, más hacia el oriente de Santiago. Ese era el perfil del votante que mantenía a la derecha en el poder local. Sin embargo, el fenómeno de cambio social que vive Chile, y que a partir del año 2011 centró en la educación pública un punto de expresión y lucha importante, en Providencia tomó caracteres de gesta mayor.
A la sazón, encabezando la comuna se encontraba un particular personaje: el coronel ( R ) Cristián Labbé. El jubilado militar, poseedor de una personalidad expresiva y carácter polémico, llevaba la nada despreciable suma de cuatro triunfos municipales seguidos y parecía un acorazado imbatible. Hasta las elecciones municipales del 2012, cuando todo ese cambio social de la comuna decide organizarse y enfrentar al imbatible viejo militar. Con un planteamiento progresista, que incluyó desde el primer momento la propuesta de cambiarle el nombre a la calle 11 de septiembre, el movimiento se gestó de manera paralela y hasta de forma antagonista a los partidos políticos, Concertación incluida.
Se dieron una organización propia, hasta una mítica primaria, en la que los perdedores sellaron el acuerdo de trabajar en conjunto y cambiar Providencia ahora también desde arriba. Labbé, en tanto, equivocó todas sus tácticas, se enfrentó a la movilización estudiantil con formas no sólo poco elegantes, sino que derechamente marciales y la guinda de su amarga torta fue la decisión de facilitar instalaciones municipales para un patético homenaje al brigadier Miguel Krassnov, que vive sus días preso en la especial cárcel de Punta Peuco, reservada para los uniformados condenados por delitos contra los derechos humanos en dictadura. Krassnov acumula más de veinte procesos judiciales y más de cien años en condenas.
El cambio de nombre a una calle relevante es un acto simbólico importante, en la medida en que responda a un proceso más profundo. Providencia vive un cambio intenso y quienes la administran hoy buscan demostrarlo a partir de este hito urbano que, por lo demás, sólo restituye la nominación original. Y con ello, sin duda, demarcar un atractivo upgrade social.
El asunto es que la transición chilena ha cruzado ya por varios momentos similares en los que, al final, lo superficial termina confundiéndose con lo profundo. Si el cambio de nombre es sólo para aparecer en los medios, estaríamos enfrente de una nueva farsa en estas lides. Si, por el contrario, obedece a una importante pieza de un trabajo mayor, es una acción más que bienvenida.