En la Ciudad de México, al igual que en muchas capitales de América Latina, solamente cierto embajador y cierta embajada ocupan obviamente un lugar especial en el ambiente diplomático local: el embajador norteamericano y el “búnker” que lo aloja, ubicado en el hermoso Paseo de la Reforma, donde se mueve silenciosamente una enorme cantidad de personal que intenta sacar bien y a tiempo las complejas tareas rutinarias de la agenda bilateral entre México y los Estados Unidos.

Estos son los dos temas centrales que aborda la periodista mexicana Dolia Estévez en su libro “El Embajador” -prologado por el destacado historiador Lorenzo Meyer-, que desde hace unas semanas comenzó a circular en las librerías. Con preparación, rigor y profesionalismo periodísticos ella entrevistó a ocho de nueve embajadores norteamericanos acreditados en el país entre 1977 y  2012. El resultado de su periodismo de investigación es este libro, que contribuirá a comprender mejor lo acontecido en los últimos 35 años en las relaciones diplomáticas entre dos vecinos cercanos.

El trabajo de Dolia Estévez refleja un gran oficio periodístico y un conocimiento documentado de los muchos temas que son abordados en cada una de las ocho entrevistas realizadas. Esto no es casual ni sorprendente, pues su vida profesional ha transcurrido en los últimos años en Washington, donde está acreditada como corresponsal extranjera ante diferentes organismos oficiales de ese país.

¿Por qué escarbar y poner luz en el paso de los embajadores norteamericanos por México en los últimos 35 años? El rumbo correcto o equivocado de sus misiones diplomáticas, partiendo de las asimetrías y diferencias entre los dos países, tiene que ver mucho, aunque no de modo exclusivo, más con lo que Washington haga en México y no tanto con lo que México haga en Washington.  Y en todo eso el papel del embajador norteamericano es crucial. La tarea de Dolia Estévez en este excelente material periodístico es explorar metódicamente el perfil político y psicológico de los nueve personajes que, con diferente eficacia y suerte, representaron los intereses de Estado Unidos en el país.

Entre 1977 y 2012 el mundo cambió radicalmente. La globalización intensa y el fin de la Guerra Fría pueden ser los dos elementos clave que configuraron los escenarios en los que se tomaron las decisiones para ir construyendo una nueva agenda bilateral. Me parece que eso está claro en este libro, junto con otra cuestión que la misma Estévez remarca acertadamente y de muchas maneras algo sustancial a lo largo de las entrevistas: la perspectiva diplomática norteamericana sobre México entre 1929 y el 2000 -durante el dominio hegemónico total del PRI en México-, pasó por alto la corrupción, los procesos electorales fraudulentos, la violación de derechos humanos y otras “cosas” más, privilegiando por encima de cualquier otra cuestión la estabilidad política mexicana para asegurar una frontera sur segura.

De los 76 embajadores norteamericanos que hemos tenido entre 1825 y la actualidad, ha habido una mezcla contrastante entre ellos, dados sus variados modos diplomáticos y personales. Tuvieron especialmente una conducta abominable Joel R. Poinsett, el primero de la lista, que fue despedido a petición del gobierno mexicano y Henry Lane Wilson, que participara activamente en el sangriento golpe de estado de 1913 contra el presidente Madero, hace precisamente 100 años. 

Cabe destacar anticipadamente a dos de los entrevistados por Dolia Estévez que también están en la carpeta de embajadores conflictivos: John A. Gavin que durante los años 80 del siglo pasado cubrió una parte del periodo del presidente López Portillo y otra parte del  sexenio del presidente De la Madrid. Su gestión fue calificada por el canciller B. Sepúlveda como “el embajador que más daño ha causado a la relación entre México y Estados Unidos, junto con Joel Poinsett y Henry Lane Wilson”. El segundo caso, muy reciente, ubicado en el periodo del panista Felipe Calderón, es el del embajador Carlos Pascual, que salió del país por la puerta de servicio después de que Wikileaks lo balconeó con la divulgación de “cables diplomáticos confidenciales” (sic) que salieron de su embajada, en los cuales se daban opiniones bochornosas, para decirlo suavemente, sobre las instituciones castrenses y judiciales de México.

Cuando a finales de 1977 se hizo pública la información de que México poseía enormes recursos petroleras, la diplomacia de Estado Unidos, por medio de los embajadores Lucey y Nava, fue orientada para presionar a México para que se les vendiera más petróleo con el fin incrementar su reserva estratégica. D. Estévez  aborda esta cuestión de forma clara y contundente, basándose en fuentes confiables: “la Casa Blanca ordenó la revisión secreta más ambiciosa jamás realizada sobre política estadounidense hacia México” (p. 43). El petróleo mexicano le abrió el apetito al imperio y hubo una voz mexicana, lo subrayo, que lo entendió oportuna y acertadamente: un hombre llamado Heberto Castillo, precursor de la transición democrática mexicana, que señaló con valentía e inteligencia en esos años los riesgos de no manejar el auge petrolero con una visión estratégica y nacionalista a favor de un país menos desigual y más democrático.  

Un asunto escandaloso y degradante para el país que hay que resaltar a partir  de lo dicho por el embajador Julián Nava. López Portillo, en uno de sus muchos desplantes faraónicos auspiciados por el auge petrolero, le obsequió un fino caballo de crianza de medio millón de dólares al presidente Ronald Reagan, que por cierto entró ilegalmente a Estado Unidos y que su afortunado destinatario pronto  castró. Una historia corta y lamentable, sin duda.

Conviene regresar al malhadado embajador John Gavin, que tuvo una gestión diplomática estridente, hasta el punto que fue descalificado públicamente por funcionarios mexicanos tanto en la presidencia de López Portillo como en la de Miguel de la Madrid. La rispidez que generaron algunas de sus declaraciones llevaron a que él mismo fuera demandado por López Portillo (ya como ex presidente) y, además, según dicho por el mismo Gavin, aquel ¡lo retó a un duelo! Superficial e infantil, sin duda alguna, este político mexicano de desvergüenzas teatrales.

Del embajador Pilliod, que estuvo después de Gavin, puede decirse que fue un hombre de transición, que pasó por el país sin pena ni gloria. La orientación neoliberal y pro empresarial de los gobiernos delamadridista y salinista facilitaron la tarea de este embajador que venía del sector privado norteamericano. Es posible suponer sensatamente que la entrada de México al GATT y los preparativos para negociar el TLCAN  fueron parte de los efectos de la discreta labor de este embajador entre 1986-1989.

La figura de John D. Negroponte, embajador entre 1989 y 1993, es central en las negociaciones trilaterales que concluyeron en el TLCAN que involucra a los tres países de América del Norte. Si algo obvio se puede señalar de la misión que él cumplió es, en cierto sentido, que fue muy exitosa, toda vez que el TLCAN le dio un giro de 180 grados a la relación bilateral entre México y Estado Unidos. Los datos que presenta Dolia Estévez de este señor lo pintan como un diplomático profesional y de altos vuelos, notable en muchos sentidos. El gobierno de Calderón, apenas el año pasado, le dio la medalla de la Orden del Águila Azteca.

El final dramático y terrible del sexenio salinista tuvo como testigo y actor al embajador J. R. Jones (1993-1997). Los candentes acontecimientos políticos y financieros mexicanos de 1994 y 1995, desde la rebelión zapatista en Chiapas hasta el mega rescate financiero de México a instancias del gobierno de Clinton, marcaron en muy alto grado su misión diplomática. Este capítulo está cargado de respuestas vagas y desmemoriadas por parte de Jones. Es claro que sus silencios o sus medias tintas, frente a las incisivas preguntas de la periodista Estévez, advierten que todavía hay cenizas calientes de los fuegos de aquellos días aciagos para México. 

Una vez que el PRI perdió por primera vez en 71 años la presidencia, el arribo del panismo a Los Pinos, primero con Fox y luego con Calderón, no registra grandes cambios en la diplomacia norteamericana en México, excepto en un punto álgido que todavía está vivo, indigna y duele: la impopular e ineficaz guerra contra el poder narco emprendida por el gobierno calderonista. 

A Davidow le tocó presenciar la derrota priista del 2000 y observar, no sin complicaciones, “el estilo panista de gobernar”, ciertamente lerdo e inseguro con Fox. El que lo sustituyó, Tony Garza, muy cercano al presidente Bush, un hombre con un perfil político e intelectual menor a su predecesor, quizá tuvo como mayor desafío el tema migratorio, que fue pasado a segundo término después del ataque a las Torres Gemelas de New York. 

De Carlos Pascual, al que ya nos referimos antes, fue el último embajador entrevistado por Estévez, que gastó infructuosamente su fina perspicacia con preguntas directas sobre las causas de su salida intempestiva de México, donde el presidente mexicano tramitó personalmente su expulsión. Vale decir sobre esto último que era poco menos que imposible que ella sacara algo nuevo de esta entrevista, dado lo calientito que todavía está este asunto. 

El trabajo de Dolia Estévez refleja un gran oficio periodístico y un conocimiento documentado de los muchos temas que son abordados en cada una de las ocho entrevistas realizadas. Esto no es casual ni sorprendente, pues su vida profesional ha transcurrido en los últimos años en Washington, donde está acreditada como corresponsal extranjera ante diferentes organismos oficiales de ese país.

Hay, creo, la tendencia errónea en ciertos medios, los académicos sobre todo, de subvalorar el trabajo periodístico basado en la entrevista, instrumento poderoso para armar grandes rompecabezas. Reivindico la idea de que las anécdotas, los incidentes menores, los recuerdos personales -y hasta los chismes y rumores que salen en las entrevistas-, son en conjunto una plataforma útil y válida para dar luz donde hay opacidad y, por lo mismo, muy poco está dicho, sobre todo si, como sucede con el trabajo de esta periodista mexicana, se tienen bien trabajados los cimientos del tema escogido.