Corea del Norte vuelve a ser noticia. Ahora esta nación, seguramente reaccionado a la resolución 2087 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que le demanda a no proseguir con futuros lanzamientos de misiles, y que entiende como una constante presión de Estados Unidos, ha vuelto a realizar una prueba nuclear (sumándose a las del 2006 y 2009).
Definida como una poderosa prueba nuclear, ésta habría correspondido, según la información oficial, a un dispositivo “miniaturizado”. La prueba, condenada ya mundialmente, va acompañada también por un mensaje a los Estados Unidos: éste puede ser el primer ensayo de una secuencia indefinida, así como la amenaza de nuevas acciones no especificadas”. De este modo, pasando de la amenaza a la acción, Pyongyang pone nuevamente al sistema internacional y al débil (pero complejo) orden existente en materia nuclear en tensión.
El mundo podría volver a experimentar un momento de proliferación nuclear en cascada y volver de alguna manera a los años de más preocupación en esta materia.
En 2003, Corea del Norte anunció su salida del Tratado de No Proliferación de Armas nucleares, y desde entonces se ha convertido en una verdadera problemática para la región y para el orden internacional en materia de no-proliferación, desarme y seguridad nuclear. Así, con la idea cada vez más lejana de su reunificación, este país es un actor que tensiona cada día más el frágil equilibrio regional.
La iniciativa norcoreana se enfrenta a China, que al parecer tiene como objetivo de mediano plazo dejar de ser un “tomador de reglas” para transformarse en un “generador de reglas”. A este respecto, es central la declaración que Estados Unidos ha hecho sobre la posición china. Para la administración de Obama es importante “rebalancear” o dar un “giro” en la política hacia Asia, lo cual sería visto por China como provocación y posible de generar una polarización. Japón, por su parte, ve cada vez más da señales de querer modificar su posición no beligerante (sostenida en la constitución de este país) y estudiar la opción de volver a poseer (con lo que esto significa en el colectivo regional histórico) un ejército propio de carácter disuasivo. Corea del Sur, que asume con dolor las experiencias del pasado, no quiere volver a ver repetida la imposibilidad de la autodefensa. Y Taiwán, nación bisagra del juego geopolítico y estratégico de los gigantes del sistema internacional, se intenta acomodar a la consolidación de China como potencia regional y a la idea de que Estados Unidos terminará en el futuro cercano siendo parte de un mundo multipolar.
De este modo, la posición norcoreana de llegar a ser un actor activo en materia de poder nuclear militar se enfrenta a los intereses de los existentes poderes nucleares pertenecientes (Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Francia y China) y no pertenecientes (Israel, India y Pakistán) al Tratado de No-Proliferación y Desarme. Ha sido, precisamente, esta intranquilidad la que motivó la creación del grupo de los seis (China, Corea del Norte, Corea del Sur, Estados Unidos, Rusia y Japón) y que ha intentado contener el proceso norcoreano. Configurado el grupo en 2003, el mismo año en que Corea del Norte abandonó el Tratado de No proliferación y Desarme, ha buscado desde entonces que Pyongyang abandone la idea de llegar a ser un poder nuclear.
El punto es que existe la idea, no dicha de forma trasparente, que de concretarse el proceso nuclear norcoreano, el efecto regional debería ser hacia una proliferación de este tipo de armamento. De este modo, el mundo podría volver a experimentar un momento de proliferación nuclear en cascada y volver de alguna manera a los años de más preocupación en esta materia.