Los países latinoamericanos se acercan rápidamente a lo que ha sido llamado “la trampa de la renta media”, o cuando menos a algo muy parecido. Perderán su ventaja competitiva a medida que los salarios vayan aumentando y que no se logre establecer economías con alta productividad, intensivas en capital.
Para evitar esta fatalidad, una de las posibilidades se encuentra en fomentar a un ritmo acelerado el incremento del capital humano en la población a través de la educación. En la región entendimos que ésta era una urgencia, por lo que expandimos considerablemente la cobertura de nuestros sistemas de educación básica, y asumimos que el segundo paso era hacer lo mismo con las universidades, sin darnos cuenta que en realidad nos estábamos saltando un paso. Nos quedamos con rezagos muy importantes en términos de calidad de la educación primaria y sobre todo secundaria.
Evidencia del bajo nivel de la educación básica en América Latina son los bajos puntajes de los exámenes de PISA, estudio realizado a escala mundial por la OECD que evalúa las capacidades de estudiantes de 15 años originarios de 59 países en áreas de matemáticas, ciencia y lenguaje. Estos resultados sugieren que la juventud latinoamericana está sufriendo de un déficit en capital humano por año de estudio con respecto a países de altos ingresos, proveniente en parte de la baja calidad de la enseñanza básica. Aunque no podemos argumentar que existe una relación causal, algunos estudios han demostrado que existe una correlación entre los gastos por alumno y los resultados.
Antes de aumentar la inversión pública en las universidades debería considerarse también con mayor atención los retornos sociales que podrían obtenerse de la mejora efectiva de la calidad en la educación básica.
La educación es costosa ya que difícilmente se pueden obtener economías de escala o grandes saltos de productividad sin comprometer la calidad del output. Como lo podemos observar en el siguiente gráfico, los países con mejores resultados son aquellos que invierten más en capital humano.
¿Por qué entonces suelen escucharse tanto las voces que se quejan de la falta de recursos en el sector post secundario? Es verdad que en promedio los gobiernos latinoamericanos consagraron 75% de su presupuesto educativo en la educación no terciaria.[1] Sin embargo, algunos estudios apuntan que por cada año suplementario de instrucción que tenga un individuo, los beneficios sociales disminuyen, mientras que los costos por cada año suplementario de estudio aumentan. En años recientes los gobiernos de la región en promedio incurrieron en gastos de alrededor de 60% más por estudiante en estudios terciarios que en pupilos de estudios primarios y secundarios. Los dos países que gastaron menos fueron Chile y Argentina (-22% y -13% respectivamente) mientras que, posicionados al otro extremo del cuadro, México y Guatemala gastaron 192% y 134% más respectivamente.[2]
Finalmente, si observamos las cifras, al discriminar por quintiles las tasas de asistencia y conclusión de los estudios post secundarios, podemos ver que no siempre necesariamente son la personas más desfavorecidas las que asisten a este nivel educativo. El financiamiento de la educación superior puede implicar en algunos casos subsidios de estudiantes de hogares con ingresos relativamente mayores, como quizá podría argumentarse para países como México y Argentina, donde alrededor de 70% de los gastos en educación superior emanan de las cajas públicas, a diferencia de países como Chile, donde esta cifra es de sólo el 17%.
Así, aunque en términos de política pública no es posible hablar de un juego de suma cero entre los niveles educativos, y que el incremento de los gobiernos latinoamericanos en su gasto público en educación (4,3 % del PIB) es un objetivo plausible, antes de aumentar la inversión pública en las universidades debería considerarse también con mayor atención los retornos sociales que podrían obtenerse de la mejora efectiva de la calidad en la educación básica. Este tema representa sin duda uno de los ejes clave para el desarrollo, el cual deberá seguir discutiéndose en los años por venir, con el fin de hacer frente a la transformación por la que atraviesan hoy un buen número de países en la región latinoamericana y los nuevos retos que traerá consigo.
[1] Porcentaje de distribución del gasto público corriente en educación por nivel. Circa 2009.
[2] Estas cifras se calcularon usando las cifras para gasto público por nivel por pupilo como porcentaje del PIB per cápita de la base de datos World Development indicators del Banco Mundial (Circa 2009).
*Esta columna fue publicada originalmente en revista Humanum del PNUD.