Autocensura. La Real Academia de la Lengua Española anunció hace un par de días que incluirá en su diccionario las palabras tuit, tuitero, tuitear y tuiteo. Aparecerán en la edición 23 del famoso libro que se publicará en 2014 y corresponde a la incorporación de la revolución digital que estamos viviendo y que no puede quedarse fuera del idioma, son palabras que se han hecho parte del cotidiano en todo el mundo.
En México, pareciera que vamos en retroceso. Hace unos días recordaba lo divertido que era Twitter en un inicio, cuando personajes de la vida pública, sobre todo de la política, comenzaban a entrarle de lleno a esta red social. Recuerdo que una gran mayoría daban cuenta de que era ellos, y no su equipo, quienes manejaban su perfil. Los veíamos tuitear (dicho ya no entre comillas, recordemos que ya es una palabra aceptada) y responder a sus seguidores. Se armaban sendos pleitos por los agarrones que sostenían en el tuiteo cotidiano con sus detractores. Ejercicio refrescante dentro de una democracia que se autocensura para quedar bien con algunos sectores.
Hoy, parece que una parte de aquellos políticos tuiteros ha sido alcanzada precisamente por esa autocensura y han hecho de sus perfiles en Twitter una suerte de sala de prensa; “hoy enviamos al Senado...”, “en desayuno con empresarios...”, etcétera. Perfiles donde desfila un tuit tras otro tuit que nos da cuenta del trabajo que estos políticos realizan. Qué aburrido...
Hoy, parece que una parte de aquellos políticos tuiteros ha sido alcanzada precisamente por esa autocensura y han hecho de sus perfiles en Twitter una suerte de sala de prensa; “hoy enviamos al Senado...”, “en desayuno con empresarios...”, etcétera. Perfiles donde desfila un tuit tras otro tuit que nos da cuenta del trabajo que estos políticos realizan. Qué aburrido; si de algo estamos cansados es precisamente de los protocolos, esa muralla que impide que les conozcamos en ambientes distintos a los que dan las distintas plataformas políticas. Que no le saquen, que se avienten a manejar ellos mismos sus cuentas, que para eso son.
Siri. Y así como la RAE se incorpora al tiempo de la revolución tecnológica, Apple, más que incorporarse, nos obliga al resto a hacerlo mediante el esperado nuevo dispositivo que salió ayer a la venta en algunos países del mundo. Pero más que iPhone 5, es el sistema operativo que en su versión número 6, ofrece finalmente en español a Siri, esa función que desde el iPhone 4S está disponible en inglés y que nos acerca a esos tiempos que apenas hace un par de décadas eran parte del imaginario futurista: hablarle a una máquina.
Y no sólo hablarle, pedirle que realice alguna función dentro del mismo aparato, desde marcar a un determinado contacto, hasta hacer una reservación. Pero lo curioso de este nuevo juguetito que Apple ha puesto a disposición de sus consumidores es que hasta cierto punto Siri es capaz de responder a preguntas no técnicas. Es decir, si uno pregunta “Siri, ¿me quieres?”, el dichoso aparato responde hasta con sarcasmo; o sea, es una maquinita ¿seudo conciente?, ¿seudo sentimental?, ¿con inteligencia artificial?
Estamos, pues, a la entrada, en serio, de la revolución digital y quién sabe a dónde será capaz de llevarnos...
Addendum. Al inicio de esta semana dábamos cuenta del asesinato del diputado Jaime Serrano Cedillo en Ciudad Nezahualcóyotl. El móvil, por la naturaleza del ataque que originó su muerte, se enfocó en el robo. Ayer, el gobernador del estado, Eruviel Ávila, adelantaba que ya se tenía definición de la línea de investigación que seguirá el caso: la esposa es la sospechosa del crimen. Diferencias entre ambos, que aún no han sido reveladas por la PGJEM, quien está armando el caso, podrían haber sido las causas del asesinato perpetrado, de inicio, por la misma mujer. Y aunque al cierre de esta edición no hay más datos ni declaraciones de la inculpada, queda por ahora en calidad de principal sospechosa. Todo parece indicar que el hecho no tiene tintes políticos, sino que es una más de esas terribles historias de amor que acaban, justamente, de forma también terrible.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.