La reacción del mundo árabe al trailer de la película La inocencia de los musulmanes ha sorprendido por su fuerza.
¿Por qué una película de tan mal gusto y de pésima producción ha enfurecido tanto a los musulmanes? Su calidad la debió haber arrojado de inmediato al basurero del olvido.
Pero en su lugar Estados Unidos ha visto a su embajador en Libia, Chris Stevens, y a más personal de su sede diplomática, asesinados.
Basta con remitirnos a que la última vez que un embajador estadunidense murió en funciones por un acto terrorista fue en 1979, cuando Adolph Dubs fue asesinado en Afganistán.
El tema es que en aras de respetar la libertad de expresión, se ha permitido que se difunda casi cualquier contenido, no importando si se ofende, denigra, discrimina o agrede a otros.
¿Cómo es que un mundo que debería estar más civilizado por todos los avances de las comunicaciones, por todo el esfuerzo de refuerzo a la libertad de expresión, de diversidad, de credo, se topa con el odio y la muerte por la producción de una mala película cuyo creador sigue siendo poco claro y con motivos igualmente brumosos?
El tema está quizás en los retos que justamente estos avances en las telecomunicaciones están presentando al enfrentar derechos de igual jerarquía: libertad de expresión y de pensamiento vis-à-vis el derecho al honor, a la dignidad, a la igualdad y a la no discriminación.
La enorme libertad de expresión que permite que cualquiera suba en la red de internet el contenido que quiera para ser visto por todos los rincones del mundo, puede ser un avance, pero exige nuevas reglas que hasta ahora están ausentes.
La secretaria de Estado de EU, Hillary Clinton ha sido clara al salir a decir que ese video pudo haber sido producido en Estados Unidos, pero que el gobierno que encabeza Obama no tiene nada que ver con su contenido y no simpatiza con ese tipo de apreciaciones sobre el profeta Mahoma o sobre el mundo musulmán.
Y es cierto. El tema es que un oscuro individuo en Estados Unidos pudo producir este video de odio y lo subió a la red a través de YouTube. ¿Con qué fin? Es lo de menos.
El tema es que en aras de respetar la libertad de expresión, se ha permitido que se difunda casi cualquier contenido, no importando si se ofende, denigra, discrimina o agrede a otros.
Es algo que está presente también en México, en varios casos, pero ejemplifico uno: el académico de la UNAM, Alfredo Jalife-Rhame, quien ha tomado como bandera agredir a personas públicas de distintos ámbitos pero todas ellas de origen judío.
Sus tuits de odio pueden merecer ser ignorados en el plano de que está ejerciendo su libertad de expresión, pero a la vez está difamando, discriminando y faltando a la dignidad de aquellas personas a las que se refiere. Él y sus seguidores, que los tiene.
Como también los tienen quienes odian a Mahoma, detestan a los musulmanes y sienten que practican su libertad de expresión cuando atacan al Islam.
Hoy, más que nunca, debido a la capacidad de proyección con que contamos por los avances en las telecomunicaciones, los Estados tienen que encontrar un mecanismo para hacer compatibles los derechos a la libertad de expresión vis-à-vis con otros derechos de igual jerarquía.
Seguramente será un reto al que se tendrá que enfrentar en México la Suprema Corte y en el mundo es un desafío que no se está cumpliendo.
Esa es una parte de la explicación a lo que está ocurriendo en el mundo árabe, reencendido.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx