Con excepción de los conocedores de la realidad atlética de Guatemala, los guatemaltecos en general no teníamos un conocimiento amplio de Erick Barrondo García. Conocíamos de su triunfo en los Juegos Panamericanos de Guadalajara y nos enteramos de esa anécdota triste, pero muy guatemalteca, cuando se regresó a su natal San Cristóbal Verapaz en un autobús, porque no lo recibió nadie al llegar a Guatemala con la presea del primer lugar en marcha. Pasado ese incidente tan demostrador de la realidad del deporte guatemalteco, con delegaciones llenas de invitados y con pocos participantes y entrenadores, Erick se había ido desvaneciendo en el imaginario popular.
El sábado regresó a toda orquesta al conocimiento y reconocimiento públicos, esta vez con una medalla olímpica de plata. Y miles de guatemaltecos pudieron atestiguar a la distancia ese triunfo, porque la prensa deportiva nacional se encargó de recordárselo al público. Las dramáticas condiciones de su victoria, lograda en los últimos metros de un recorrido de 20 kilómetros, hicieron aún más emotiva la victoria. Hoy ya es uno de los deportistas consagrados del país, y para superar el puesto obtenido sólo le quedaría ganar un oro en la próxima competencia, de 50 kilómetros. Se vale soñar, pero la realidad actual de esa medalla de plata es suficientísima.
Disciplina, trabajo, confianza en sí mismo son las características presentes en Erick Barrondo, cuyos padres fueron quienes vieron sus condiciones. Es también loable la labor de sus entrenadores, desde Jorge Coy hasta el actual, Lino Rigoberto Medina, de Cuba, quienes merecen su parte del aplauso. La provincia guatemalteca es el vivero de donde han salido los más importantes deportistas de Guatemala para competencias atléticas: Mateo Flores, Teodoro Flores Palacios y ahora Erick Barrondo. Los aplausos a partir de ahora los tiene merecidísimos y sobre todo el agradecimiento por haber alegrado a un país tan necesitado de satisfacciones. Felicitaciones.
La provincia guatemalteca es el vivero de donde han salido los más importantes deportistas de Guatemala para competencias atléticas: Mateo Flores, Teodoro Flores Palacios y ahora Erick Barrondo.
6 de agosto, 1945. Hace exactamente 67 años, la ciudad de Hiroshima fue devastada, junto con 80 mil de sus habitantes, al haber sido utilizada la primera bomba atómica de la historia. Dos días después ocurrió lo mismo en Nagasaki. En total en la suma de quienes murieron instantáneamente más las víctimas fallecidas con el transcurso de los años se puede hablar de unas doscientas mil personas, es decir, una cantidad superior a los muertos cobrados por 36 años de conflicto armado interno en Guatemala. Conforme pasan los años son cada vez menos los sobrevivientes, y la cantidad de personas en el mundo conscientes de la magnitud de esa tragedia, disminuye también.
En nacimiento de la era nuclear desencadenó la carrera arnamentista atómica, primero entre las dos superpotencias enfrentadas en la Guerra Fría. Esta ya terminó con la desintegración de la Unión Soviética, pero la posesión de armas nucleares ha aumentado, con el terrible riesgo implícito en existir dentro del arsenal de países como Corea del Norte e Irán, el primero gobernado por una dinastía, y el segundo, por un fanático religioso musulmán. El peligro está presente en muchas partes del mundo, porque la energía atómica es utilizada para fines distintos a los objetivos militares, pero ello no excluye la posibilidad de accidentes, como el de Chernobyl, en Rusia.
Japón es el único país del mundo cuyos habitantes han sufrido en carne propia la hecatombe atómica. Por eso cuando quedó sin electricidad porque el reciente terremoto sacó de línea las centrales eléctricas, me sorprendí enormemente. Y pensé entonces cómo el tiempo se encarga de borrar dolores y prejuicios. Sin embargo, la amenaza del uso de bombas atómicas para ataques preventivos, y de represalia, es una realidad oculta en numerosos lugares del mundo, muchas veces escondidos en montañas. El 6 de agosto es un día para meditar en las terribles consecuencias de sacar a la ciencia de su papel de protectora de la vida y convertirla en un instrumento de muerte.
*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.