Una de las noticias más importantes para los medios de prensa privados ecuatorianos, curiosamente, no fue noticia en dichos medios cuando ésta se produjo, el pasado 28 de julio (hasta el momento en que escribo estas líneas leí algo en los medios públicos cercanos al gobierno y en la prensa internacional, nada más). Lo curioso es un decir; se entiende que sea así. Ahora les explico las razones.

En la larga guerra política, legal e ideológica que desde hace más de un lustro libran Rafael Correa y la gran prensa privada ecuatoriana, el campo económico venía quedando de lado. Salvo una que otra escaramuza matizada de advertencias o amenazas, el factor económico de esta guerra no había pasado realmente a mayores, aunque se veían claros destellos de que el diluvio llegaría más temprano que tarde (p. ej.: la fijación del impuesto al papel periódico, cuando antes tenía valor cero, y otros ítems). El 28 de julio de 2012, sin embargo, este conflicto irreversible dio un giro cualitativo, sin que la noticia haya salido de los cuarteles generales de los medios privados.

El asunto es que ocurrió lo que tanto temían los propietarios y gerentes (en muchos casos, propietarios-gerentes a la vez) de los medios privados: el gobierno de Ecuador decidió no pautar más publicidad estatal en esos medios, con lo cual cerró un grifo económico clave que venía oxigenando las alicaídas finanzas de las empresas mediáticas, a su vez, duramente golpeadas por el creciente repliegue de la publicidad privada, su fuente natural de financiamiento. Para quien gusta de los números, mire el gráfico adjunto, rico en cifras y visualmente ilustrativo de la tendencia de esta variable económica. No es difícil, así, deducir la gravedad del momento y la complejidad del escenario. Los medios privados se enfrentan a una tenaza infernal: cierre del grifo estatal y reducción de ingresos por concepto de publicidad privada (amén de la deserción progresiva de lectores, como explico más abajo).

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El 28 de julio, repito, Correa, en tono beligerante, ordenó que se suspenda toda la publicidad estatal en los medios privados, al tenor de un argumento que el presidente venía leudando desde hace varias semanas: “(…) Fernando Alvarado –ordenó al director de la Secom (Secretaria Nacional de Comunicación del Ecuador): de ahora en adelante usted no manda publicidad oficial a los medios mercantilistas, porque no tenemos por qué, con dinero de los ecuatorianos, beneficiar el negocio de seis familias de este país… se acabó”.

La triste omisión informativa de esta decisión, de todas maneras relevante, al contrario de amortiguar el golpe frente a la sociedad ecuatoriana (quizá pretendiendo darle perfil bajo al misil lanzado al corazón de sus negocios), sólo revela cuan profundo llegó la decisión presidencial en las empresas mediáticas. Porque la decisión de Correa implica el corte de uno de los principales flujos de caja que apalancaban financieramente a los medios privados (a unos más que a otros, por supuesto, aunque es difícil precisar las proporciones dado que esos datos no se conocen claramente). Y ahí radica la razón de haber convertido en no-noticia una noticia vital para los medios: noticia que, por su alta densidad, era (es) muy importante para todos los consumidores conscientes de la información.

Así las cosas, la prensa privada ecuatoriana en su conjunto, vista como una gran unidad de negocios que genera tres productos parecidos aunque muy diferentes en su esencia (información-opinión-publicidad), vive un verdadero calvario. En lo fundamental, pareciera que se niega a reconocer públicamente el pésimo momento que atraviesa...

Para escarbar por dentro, no hay que raspar mucho en el tema de las platas ni pedir datos detallados a los gerentes financieros o de ventas de los medios privados. No se trata de echar sal en la herida. Bástenos acentuar que la tendencia es nítida, mientras las salidas devienen ecuación inversamente proporcional a los problemas creados. Hoy, la prensa privada ecuatoriana (igual que la de otros países, aunque cada una tiene sus pecas propias), está sometida a terribles presiones financieras que amenazan su viabilidad en el tiempo. Este lío mayúsculo, sin embargo, no es el único en la agenda empresarial. Por ejemplo, los fantasmas tecnológicos también causan prolongados insomnios, al igual que la brecha generacional que carcome lo que hoy han dado en llamar sus “audiencias”. Esta brecha histórica tiene un efecto devastador y concreto: la migración indetenible de miles y miles de usuarios jóvenes de la información -con costos a la baja- hacia el impresionante, envolvente e ilimitado mundo de la tecnología digital de la información-comunicación.

Tanto la tendencia del mercado de la información, unida a la conducta político-mediático-económica del Gobierno, combinadas, han perforado los balances financieros de las empresas privadas de medios. Este hecho sin precedentes es un proceso en curso desde hace un buen tiempo. Pero déjenme completar el drama: al igual que la deserción de lectores-oyentes-televidentes, los anunciantes privados también empezaron a poner un pie en el mundo digital y recelan cada vez más de las ventajas ofrecidas por la vieja relación costo-beneficio, al momento de pagar un anuncio en un medio tradicional y cotejarlo con su rendimiento. Todo este maremágnum trae un detalle a tener en cuenta: el zafarrancho mediático-empresarial ya venía ocurriendo desde mucho antes de que Rafael Correa apareciera en el firmamento político; este problema estaba sobre la mesa cuando el actual presidente era todavía el hombre invisible de la política ecuatoriana. Y cuando Correa se instaló en Carondelet, la prensa privada ecuatoriana tuvo que agregar a su abultada canasta de problemas económicos y financieros, el temido factor político liderado por el cofundador de la así llamada Revolución Ciudadana; problema que por cierto, claramente, no ha logrado descifrar hasta el momento.

Así las cosas, la prensa privada ecuatoriana en su conjunto, vista como una gran unidad de negocios que genera tres productos parecidos aunque muy diferentes en su esencia (información-opinión-publicidad), vive un verdadero calvario. En lo fundamental, pareciera que se niega a reconocer públicamente el pésimo momento que atraviesa, quizá pensando que no es bueno mostrar las debilidades al enemigo, en momentos de gran acoso político y cuando los bolsillos se han debilitado tanto. Es su derecho pensar y actuar sobre esa hoja de ruta. No juzgo esa estrategia, me limito a poner en blanco y negro aquello que la prensa se niega a registrar tan siquiera como noticia de última página.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta... Apuntes de Hernán Ramos.