Ayer, en el mercado de predicción de eventos de intrade.com se incrementaron los momios a favor de Peña: ahora tiene una probabilidad de 89% de ganar la elección presidencial, mientras que AMLO cayó a 5% y Josefina se mantuvo en 3%. Este cambio seguramente tuvo que ver con la publicación de la encuesta de Reforma de éste martes que, a diferencia de la pasada que era un outlier estadístico, ahora salió alineada a lo que reportan las otras encuestas serias. De acuerdo con este sondeo, Peña le lleva 12 puntos de ventaja a AMLO.

A diferencia de hace unos días cuando el tabasqueño presumió con bombo y platillos la encuesta de Reforma que lo ponía a cuatro puntos de distancia del priista, AMLO, fiel a su estilo de que cuando las cosas le convienen, las aplaude, pero cuando le son adversas, las repudia, procedió a cuestionar los resultados: “Algo pasó, se me hace muy raro porque siempre las encuestas de Reforma han estado apegadas a la realidad. En esta ocasión no corresponde con la información que yo tengo […] Las otras encuestas evidentemente están manipuladas, Reforma no manipula encuestas. Yo creo que aquí lo que pasó es que hay un error. Nosotros seguimos arriba”.

No sé de dónde saca AMLO que él va arriba cuando todas y cada una de las encuestas publicadas lo ponen abajo. Pero el tema no es éste.

Ya está preparando el terreno desde ahora. Cada vez insiste más en la posibilidad de un fraude electoral, aunque también dice que va a ganar. Ayer volvió a cuestionar la limpieza en los comicios: “Se reunieron gobernadores del PRI con Peña Nieto, en el nerviosismo ya les asignaron cuotas de votos […] Ahora están ya desatados, entregando despensas, materiales de construcción, chivos, borregos, marranos, cochinos, puercos, entregando tarjetas para engañar como siempre lo hacen, no les va a funcionar”.

El tema es qué hará AMLO a partir del 1 de julio por la noche, cuando se conozca que perdió. Fiel a su estilo, desconocerá el resultado de la elección, procederá a un conflicto poselectoral y negará la legitimidad del nuevo presidente. Es lo mismo que ha hecho siempre que ha perdido una elección.

Ya está preparando el terreno desde ahora. Cada vez insiste más en la posibilidad de un fraude electoral, aunque también dice que va a ganar. Ayer volvió a cuestionar la limpieza en los comicios: “Se reunieron gobernadores del PRI con Peña Nieto, en el nerviosismo ya les asignaron cuotas de votos […] Ahora están ya desatados, entregando despensas, materiales de construcción, chivos, borregos, marranos, cochinos, puercos, entregando tarjetas para engañar como siempre lo hacen, no les va a funcionar”. Y remató: “El voto es libre y es secreto, ahorita están diciendo: ‘les vamos a dar un celular y van a tachar por el PRI, y toman la foto y me traen la foto y ahí están sus mil pesos’, eso es lo que andan diciendo”.

Si esto es verdad, los partidos que apoyan a AMLO y su movimiento (Morena) tienen los recursos para desenmascarar esta presunta compra de votos.

Deben hacerlo porque el que acusa tiene que probar y presentar las pruebas a las autoridades, para que sean castigados aquéllos que violan la ley.

Pero volvamos al asunto del conflicto poselectoral. ¿De qué tamaño será?

Hay quienes piensan que, con una gran diferencia de votos entre primero y segundo lugar, más la aceptación de la derrota del tercer candidato en la competencia, no van a existir muchos argumentos para un conflicto poselectoral mayor. Quizás. Pero hay otro escenario: que, ante la evidencia de una nueva derrota de AMLO, esta vez contundente, y la lección de que la radicalización tiene costos en el electorado, la izquierda más moderada decida no seguir a AMLO en esta ocasión. Esto en principio podría ser una buena noticia. Pero también podría complicar mucho las cosas. Porque, ya sin los elementos centristas dentro del lopezobradorismo, el conflicto poselectoral del 2012 podría ser aún más radical que en 2006, sobre todo si se le suma, como reportó ayer Excélsior, un movimiento de estudiantes decepcionados porque no fueron aceptados en una universidad pública.

Se trata de un potencial caldo de cultivo que podría generar un conflicto poselectoral con peores consecuencias que en 2006. No se trata del número de personas dispuestas a seguir a AMLO, que en esta ocasión podrían ser menos, pero más radicales. Y ese es el problema. Porque pocas personas enojadas y radicalizadas pueden armar grandes desmanes dificilísimos de resolver.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com