La atroz matanza en Hula de 108 personas -casi la mitad de ellas niños- atribuida a las fuerzas del régimen de Bashar al-Assad, ha puesto al caso sirio en el centro de las preocupaciones de la comunidad internacional. ¿Cómo actuar para evitar la continuación de ese estado de cosas por el cual a diario siguen pereciendo decenas de sirios por efecto de la brutalidad represiva de las huestes gubernamentales y sus milicias shahiba? 

Es evidente que las limitadas sanciones impuestas y las órdenes de expulsión de los diplomáticos sirios de diversos países occidentales -como ya lo habían hecho también la mayoría de los Estados árabes- no han surtido efecto alguno, del mismo modo en que tampoco el plan llevado por Kofi Annan logró imponer la tregua. La reciente condena del Consejo de Derechos Humanos de la ONU parece, en ese contexto, un gesto simbólico más, pero sin capacidad de alterar el curso de los acontecimientos. Como es sabido, Rusia ha sido el instrumento más importante para prolongar la vida del régimen de Al-Assad, el cual, por otra parte, cuenta con el apoyo de sus socios regionales más cercanos: Irán y Hezbolá.

Así las cosas, un macabro callejón sin salida es lo que continúa enfrentando el pueblo sirio, para el cual una intervención internacional directa o un fuerte apoyo armamentista que beneficie a la fragmentada oposición siguen siendo, debido a una serie de condiciones políticas, económicas y estratégicas, aspiraciones imposibles de concretarse, cuando menos en el corto plazo.

Sin embargo, los dantescos escenarios ofrecidos por la masacre de Hula han suavizado relativamente la postura rusa. Aún sin aceptar abiertamente Moscú la necesidad de apretar el cerco para que Al-Assad se vaya, ha surgido información, publicada por The New York Times, acerca de contactos entre Rusia y Estados Unidos para ensayar la “solución yemenita” en el caso sirio. ¿En qué consiste dicha solución? En más o menos lo mismo que el plan del Consejo de Cooperación del Golfo aportó para un cambio de régimen en Yemen. En efecto, el presidente de este país, Ali Abdulah Saleh, luego de intensas presiones, fue forzado a abandonar el poder que había monopolizado durante tres décadas, a cambio de inmunidad para él y su familia. ¿Funcionaría una fórmula similar en Siria?

Por desgracia, son muchas las opiniones de los analistas más serios de la región en el sentido de que las probabilidades de éxito de una solución de ese tipo son muy pocas. El motivo principal es que a diferencia de Yemen, donde el círculo del poder estaba compuesto por los parientes más cercanos del mandatario, en el caso sirio ese círculo abarca a un gigantesco aparato de seguridad que incluye a líderes políticos y militares de la secta alawita, cuyo número oscila quizá entre 100 mil y 150 mil. Ellos han sido los ejecutores y los cómplices de la represión y las masacres y constituyen un conglomerado que se resistiría con todos los medios a su alcance a que la inmunidad ofrecida para su presidente no alcance a cobijarlos y queden entonces a merced de la ira popular que se volcaría naturalmente contra ellos.

Se presume así que ante un vislumbrado escenario en el que Al-Assad y su familia cercana fueran obligados de algún modo a retirarse gracias a la inmunidad ofrecida, se gestaría posiblemente un golpe de Estado promovido por los personajes que se ubican hoy en los altos mandos de dicho aparato de seguridad, con objeto de recolocarse ya sin la figura de Al-Assad, pero manteniendo intacto el férreo control alawita del país. Es más, para un desenlace de ese tipo, contribuirían sin duda maniobras desplegadas desde Teherán o desde los cotos libaneses controlados por Hezbolá, actores que en el afán de conservar vigentes las múltiples ventajas que obtienen de su relación con Damasco, harían sin duda todo lo necesario para que en el paisaje sirio nada cambiara más que los rostros particulares de los miembros de la familia Al-Assad al mando de la nación. Así las cosas, un macabro callejón sin salida es lo que continúa enfrentando el pueblo sirio, para el cual una intervención internacional directa o un fuerte apoyo armamentista que beneficie a la fragmentada oposición siguen siendo, debido a una serie de condiciones políticas, económicas y estratégicas, aspiraciones imposibles de concretarse, cuando menos en el corto plazo.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.