Siempre se ha dicho lo mismo cuando los jóvenes salen a las calles para reclamarle a la clase política su incompetencia: “son carne de cañón”.
Porque la reacción siempre ha reaccionado igual: son unos cuantos revoltosos, minoría ruidosa, un grupo de privilegiados que a nadie representan.
Como integrante del primer Consejo Estudiantil Universitario (CEU), conozco el sentimiento del despertar ciudadano desde las aulas y sé que esa vociferante descalificación es levadura para un movimiento. Nada mejor para propagar el cierre de filas que el manejo faccioso de sus acciones en los medios.
Hay tres noticias que saltan a la vista: la suma de los contingentes diluyendo la histórica división entre universidades públicas y privadas; la pertinencia de sus demandas y el impacto de éstas en los destinatarios.
Así fue hace 25 años en la antesala de la alternancia desencadenada por esa generación que se sumó a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y que con su entusiasmo logró que Heberto Castillo declinara a su favor, abriendo el camino de la construcción del PRD.
Imposible, desde esa vivencia, engancharme con el ninguneo hacia “la primavera juvenil chilanga”. Porque conozco además el gozo de haber sido abono de un cambio que la reacción de entonces caricaturizó.
Sí, esa experiencia me lleva de manera natural a escuchar las voces del nuevo reclamo, la vocación de periodista me obliga a comprender su dimensión.
Hay tres noticias que saltan a la vista: la suma de los contingentes diluyendo la histórica división entre universidades públicas y privadas; la pertinencia de sus demandas y el impacto de éstas en los destinatarios.
Son noticias en el auténtico significado del término: rompen el statu quo y nos conducen a terrenos inéditos en los que se reconcilian esferas que desde la ideología o el pensamiento social considerábamos antagónicas.
Ese es el caso de las movilizaciones del sábado y del miércoles con muchachos de instituciones públicas y privadas que comulgan bajo un mismo pliego petitorio.
Ni siquiera el asesinato de dos jóvenes del Tecnológico de Monterrey en 2009 en medio del fuego cruzado, responsabilidad del allanamiento del Ejército al campus de Nuevo León, desató la solidaridad que esta vez consiguieron los alumnos de la Universidad Iberoamericana (UIA) por la satanización a su protesta del viernes 12 ante el candidato Enrique Peña Nieto.
Materializado en el video Yo soy 131, el reclamo por la reacción de ninguneo se multiplicó entre sus pares en las redes sociales y en las calles, trascendiendo diferencias económicas y echando por tierra el prejuicio de que los niños bien no protestan o que las revueltas juveniles son del lumpen proletariado.
Basta recordar la explicación sobre el crecimiento de las instituciones privadas para entender que lo ocurrido marca el fin de una época. Y es que éstas habrían sido alentadas por el empresariado y los gobiernos neoliberales para contrarrestar la conciencia crítica de las universidades públicas, según voces de rectores y académicos.
Pero he aquí la conciencia crítica de una generación sin militancia partidista ni prejuicios de clase, menos ideológicos, que centra la mirada en los pendientes de la democracia: derecho a la información, rendición de cuentas y apertura de los espacios donde se da el debate político y público, una demanda que conduce a los medios de comunicación.
Sin embargo, el pliego petitorio expuesto en “La Suavicrema” hace tres días va más allá de la prensa y la televisión. Es un reclamo a una clase política que prefirió la opacidad y la simulación.
“Las y los jóvenes creemos que el sistema político y económico no responde a las demandas de todos los mexicanos (…) Yo Soy 132 hace del derecho a la información y del derecho a la libertad de expresión sus principales demandas”, expusieron los manifestantes.
Ningún candidato puede tirar la primera piedra. Sus partidos y gestiones incurrieron en el juego de hago como que te informo. Y facturaron millones en publicidad simulando que así rendían cuentas.
Por eso la corrupción a través de firmas falsas, negocios familiares o vínculos con delincuentes se personifica en tantos, sea Yarrington, Moreira, Larrazabal, Godoy o Agúndez. Y el distintivo es que sucedió en los gobiernos locales, donde se han resistido más a la transparencia.
De ahí que la mejor noticia de la primavera estudiantil se encuentre en la reacción, así sea retórica, de los presidenciables: Peña Nieto y su manifiesto democrático con una comisión que habría de revisar los tratos publicitarios del gobierno con los medios; Josefina Vázquez Mota y su estrategia de contraste frente al PRI con un no al autoritarismo y la promesa del fin del fuero a los políticos, y AMLO con la oferta de una cruzada sin tregua contra la corrupción.
Y aunque la minoría ruidosa no ha logrado incidir en las intenciones del voto, según reportan los encuestadores, la agenda de los mal llamados “carne de cañón” ya le hizo un boquete a la agenda de la clase política.
Porque hasta la reacción que siempre reaccionaba igual ha comenzado a reaccionar.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.