1. Tuve la oportunidad de conocerlo personalmente y compartir con él una velada única, intensa, aleccionadora. Fue un oasis en medio de una árida reunión de trabajo. Con el pasar del tiempo, aquella plática fue convirtiéndose para mi en algo más que una espléndida remembranza; se volvió un capítulo vital que conservo nítido en el recóndito baúl de mis destartalados recuerdos. Debe ser por aquello que siempre me remachaba mi madre, y antes, mi abuelo: escuchar a un maestro es aprender.

2. Ocurrió en un sobrio restaurante de un gran hotel de Manhattan, cerca del Parque Central de Nueva York y no tan cerca del ruido loco de los trenes del Metro. Carlos Fuentes -el mexicano cosmopolita- estaba allí, contento, jovial, a gusto en la Gran Manzana. Invitado por Reforma, uno de los poderosos grupos mexicanos de medios de prensa, el autor de la célebre novela La muerte de Artemio Cruz (1962) acudía para hablar, mejor, para conversar en calidad de orador central -sin tarimas ni micrófonos- sobre un tema que le apasionaba: la realidad latinoamericana, con énfasis en el prisma mexicano, del cual era, junto con Monsiváis, su cultor excelso. Cabe precisar que yo andaba por esos pagos cumpliendo algunas tareas periodísticas en Wall Street (esa sí, la verdadera jungla de cemento) y fui invitado por un influyente amigo mexicano a la "conversa" con Carlos Fuentes. Era imposible decir que no...

3. Para entonces tenía yo un registro más o menos claro de lo que era Carlos Fuentes, escritor consumado y miembro de la exclusiva tropa mitológica del "boom" latinoamericano, junto con papá Borges, Gabo, Vargas Llosa, Cortázar y otros pocos escogidos. En el colegio había leído algunos libros de Fuentes por recomendación de uno que otro profesor inquieto, deseosos ellos de abrirnos la mente, y nosotros, debo reconocer, urgidos por cerrar los libros. De ahí brota el recuerdo de la trama difícil de Terra Nostra (1975) y la prosa notable de La cabeza de la hidra (1978), entre otros. En medio de los ajetreos universitarios aparecieron nuevas obras, nuevas inquietudes, nuevas lecturas. Destaco dos que me marcaron: Agua quemada (1983) y la célebre Gringo viejo (1985). A breves trazos, este era el escritor Carlos Fuentes que tenía en mi mente cuando estreché su mano en Nueva York. Pero mi radar se nubló de inmediato cuando descubrí al Fuentes no escritor, al Fuentes apasionado por la historia y experto en economía (por si acaso, sacó un Doctorado en Economía en el célebre Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra), disciplinas que dominaba con igual destreza que su pluma. Ahí mismo lo demostró con sencillez inaudita. Y ante un momento de excepción, fue la única vez que me permití una licencia periodística: decidí no tomar nota -para qué!- si lo exquisito era escucharle... Claro, luego recapitulé y ordené las ideas. De esa raída libreta saco los apuntes que ahora comparto con ustedes.

No les canso más. Ahora que el maestro no está más entre nosotros, y muchos hablarán mucho de él (al fin de cuentas, él fue un ser universal desde su depurada mexicanidad), rindo mi modesto homenaje al gran sencillo Carlos Fuentes.

4. Estaba fresco el recuerdo de un suceso trágico, y de ahí partió Fuentes para hacer la lectura más didáctica y dialéctica que he escuchado de la historia política mexicana. Recordó el escritor-historiador que el 23 de marzo de 1994 fue asesinado el candidato presidencial Luis Donaldo Colosio. Dos semanas antes de su muerte, dijo, el joven y prometedor político surgido del enmohecido establecimiento político mexicano, pronunció un histórico discurso que marcó la ruptura con su propio partido: "Colosio se enfrentó al todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) y eso le costó la vida". "Sin embargo, narró Fuentes, la violenta muerte de Colosio -recuérdese que fue el asesinato de un político por razones políticas-, desgraciadamente no resultó un hecho nuevo en México". Si alguien revisa cuidadosamente nuestra historia política -agregó- se percatará con cierta facilidad que el asesinato político es un hecho más o menos recurrente, el cual viene asociado con otro componente no menos destacado en nuestra sociedad: la traición política. Pasó, por ejemplo, con muchos dirigentes y líderes de la Revolución Mexicana; por citar dos casos destacados -Pancho Villa y Emiliano Zapata-, y también con los asesinatos de los presidentes Ignacio Madero y Venustiano Carranza".

5. "Traición política y asesinato político son, pues, dos aristas trágicas en la lucha por el poder, en el México de hoy como en el de hace mucho tiempo atrás. Es doloroso decirlo, pero la verdad histórica no puede ignorarse". Era la primera vez que oía el desarrollo de una lectura tan profunda y descarnada del fenómeno político mexicano, descifrada y narrada de forma adusta y magistral por Carlos Fuentes, el escritor-historiador que deslumbraba ante mis ojos.

6. En otra parte de su clase magistral (mientras iban y venían ricos potajes, finos vinos, carnes y mariscos difíciles de olvidar...), Fuentes desmenuzó el papel protagónico que juega la Iglesia Católica mexicana en el entramado del poder nacional, "sea con el PRI o sin el PRI". "El poder de la Iglesia Católica en México es descomunal, aunque discreto; es determinante, pero soterrado. La Iglesia Católica, como institución, ha desarrollado en nuestro país las más depuradas técnicas y formas de control y dominio de la conciencia del mexicano. Le favorecen su larga historia como institución, pero también nuestra historia de cómo se formó el Estado mexicano, nuestra arraigada tradición religiosa, la herencia colonial... Todos esos factores juegan permanentemente en su favor; por eso la Iglesia no ha tenido que hacer mucho para dominar de forma avasalladora, a ratos grosera y nefasta, solo ha tenido que trazar una línea de continuidad y mantener su apariencia y sus formas".

7. No les canso más. Ahora que el maestro no está más entre nosotros, y muchos hablarán mucho de él (al fin de cuentas, él fue un ser universal desde su depurada mexicanidad), rindo mi modesto homenaje al gran sencillo Carlos Fuentes. Y cito sus palabras cuando nos despedimos en aquella inolvidable noche neoyorquina: "Salúdeme a mis amigos en Quito, una ciudad hermosa donde viví, a la que conocí y quiero más de lo que muchos ecuatorianos creen"... Mensaje dado. Adiós, Maestro.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta... apuntes de Hernán Ramos.