Los resultados de la Prueba Inicia, que mide las calificaciones de los estudiantes egresados de Pedagogía Básica, revelaron que el 70% no domina los contenidos de las materias que deberán enseñar a sus futuros estudiantes. Vergonzoso para un país que se ufana de ser miembro de la OCDE. Lamentable retroceso, ya que hasta los años 70 la formación pedagógica en Chile se encontraba a la vanguardia entre los países de América Latina.
El ministro de Educación, Harald Beyer, señala que “no hubo supervisión de lo que estaba ocurriendo ni se puso exigencia concreta a los programas de formación”. Curiosa afirmación de quien ha sido uno de los defensores de la teoría de mercado para favorecer el desarrollo de la educación. El resultado de esa concepción ha sido el aumento irracional de programas para la formación de profesores, de baja calidad, que otorgan pingues ganancias a universidades privadas, sin ningún grado de planificación y con un sistema de acreditación también privado. Ello ha culminado en un fracaso completo.
En pedagogía se ha multiplicado el número de estudiantes, con 300 programas en el año 2000 para alcanzar los 1000 programas en la actualidad. Hoy tenemos 107.000 estudiantes de pedagogía con formación precaria. Pero lo mismo ha sucedido en todas las carreras universitarias, lo que ha servido para entregar profesionales de baja calificación al mercado laboral: de cada diez egresados, cuatro no trabajan en lo que estudiaron. En el ámbito pedagógico el problema es especialmente grave, ya que cada profesor educa entre 3.000 y 4.000 alumnos en su vida profesional. En consecuencia, la mala enseñanza a los profesores tiene una incidencia multiplicadora negativa en la formación de los niños de nuestro país. Por cierto, ello afecta en mayor medida a los hijos de las familias más pobres, obligados a estudiar en los colegios más precarios del país.
Los resultados de la Prueba Inicia no debieran ser una sorpresa. Es consecuencia de una educación convertida en negocio y del repliegue del Estado de sus responsabilidades fundamentales. Ello es parte del modelo económico-social que inventaron los que hoy gobiernan el país y que administraron los gobiernos de la Concertación. Con un Estado que no planifica el número de docentes que requiere el país y con el lucro en el centro del sistema educativo, se han multiplicado las universidades-empresas. Éstas no se proponen mejorar la docencia, desarrollar la investigación educativa, desplegar una ética formadora, sino obtener el máximo de utilidad al mínimo costo posible.
Los resultados de la Prueba Inicia no debieran ser una sorpresa. Es consecuencia de una educación convertida en negocio y del repliegue del Estado de sus responsabilidades fundamentales. Ello es parte del modelo económico-social que inventaron los que hoy gobiernan el país y que administraron los gobiernos de la Concertación.
La multiplicación de universidades privadas, de bajísima calidad, sólo ha servido para engañar a la conciencia pública con la mentira de un mayor acceso de los jóvenes a la educación superior. Así nos encontramos con familias y jóvenes que se han endeudado con la banca para pagar una educación que resulta inservible para encontrar un trabajo digno y rentable. Muchos profesionales, con escasa capacitación, que terminan en la frustración y que no ayudan al mejoramiento de la productividad del país.
Por ello los estudiantes se han rebelado contra un sistema educacional que ha culminado en un desastre y exigen erradicar el lucro, porque deteriora la formación, segrega y reproduce las desigualdades. También han demandado que las universidades tradicionales de educación superior deben recibir financiamiento directo, del presupuesto nacional, para cubrir sus actividades. Y, sostienen, que las empresas dedicadas al negocio educacional, en escuelas y universidades, no deben ser financiadas ni directa (subvenciones) ni indirectamente (becas) mediante recursos públicos.
El ministro Beyer se equivoca al proponer algunos cambios cosméticos en la supervisión y en el contenido de los programas pedagógicos para resolver la tragedia en que nos encontramos. Hay que apuntar a un cambio de fondo, que termine con el negociado en la educación. Junto con expoliar a las familias chilenas, las universidades privadas han sido incapaces de mejorar la educación y los organismos acreditadores han sido sus comparsas. El negocio de ambos es incompatible con una formación decente y de calidad para los niños y jóvenes chilenos.