Con frecuencia algunas personas me piden, y se lo piden a toda la prensa, ser más “positivo”. Entienden con ese término que el columnista, y todos los periodistas, deben fijarse en los aspectos buenos, “positivos”, de la realidad, sin mirar las facetas “negativas” que pueden tener el gobierno, la sociedad, las empresas, los artistas, etcétera. A decir verdad, no pienso que solo me la pase hurgando en carneros y alcantarillas. Con frecuencia me refiero a libros, películas, tiras cómicas, música y otros asuntos agradables y luminosos, pero no puedo ver lo “bueno” de algo o alguien que es radicalmente malo.
Hace unos días leí que la policía española arrestó a Luka Bojovic, acusado de asesinar a Zoran Djindjic, primer ministro de Serbia. Bojovic había iniciado su carrera como miembro de la Guardia Voluntaria Serbia, una organización paramilitar también conocida como los Tigres de Arkan. Estos fueron los autores materiales de una significativa parte de los genocidios cometidos durante las guerras balcánicas de los años 90.
La combinación de nacionalismo y socialismo ha probado ser siempre privilegiado caldo de cultivo de horrores: Bergen-Belsen, Choeung Ek, Srebrenica...
Los voluntarios eran muy cercanos al gobierno socialista de Slobodan Miloševic. Después de la guerra, Bojovic se involucró en toda clase de negocios ilegales y llegó a dominar el clan mafioso Zemun. Tráfico de drogas, de armas, rufianería forman parte de su currículum, salpicados con decenas de homicidios, siendo el más notable el del premier Djindjic en el 2003. Este crimen lo cometió por encargo de viejas relaciones suyas con policías comunistas y paramilitares nacionalistas, que se oponían a las políticas democratizantes y pro-occidentales del jefe de gobierno.
La perla de Bojovic y sus tigres fue el asesinato de un desertor de su bando, quien fue martillado, troceado con sierra mecánica, asado y comido por los mafiosos. Con la piel de la cara se hicieron una máscara. Pero el monstruo tenía su lado “positivo”: era un buen padre de familia y esposo fiel. Por ello, sus perseguidores vigilaban a su mujer, quien vivía en España, con la seguridad de que tarde o temprano darían con él. No se equivocaron. Ahora este personaje y sus seguidores esperan un juicio por algunos de sus crímenes.
Bueno, ¿qué tal si en afán de ser “positivo”, un periodista hiciera una crónica de la vida familiar de Bojovic, ignorara el resto de su biografía y la titulara ‘Arrestan a un buen padre y amante esposo’? Hasta allí lo parabólico de la historia, ahora unas líneas sobre lo concreto. Los Tigres de Arkan fueron formados por ex agentes de la UDBA, la policía secreta de la Yugoslavia comunista, delincuentes comunes y militantes nacionalistas. En realidad muchos compartían las tres cualidades y miles de ellos, como Bojovic y sus secuaces, conformaron poderosas mafias una vez terminada la guerra.
Por chocantes que nos resulten sus crímenes “civiles”, son bagatelas comparados con los que cometieron en las limpiezas étnicas de los años 90. La combinación de nacionalismo y socialismo ha probado ser siempre privilegiado caldo de cultivo de horrores: Bergen-Belsen, Choeung Ek, Srebrenica...
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.