Cuando en su juventud Nicolás Sarkozy mostraba interés en dedicarse a la política, su padre le aconsejó que con ese apellido el único lugar donde podía aspirar a ser político y quizás hasta llegar a ser presidente de la república era en los Estados Unidos, no en Francia. El tiempo probó lo equivocado que estaba Sarkozy padre. No solo que su hijo llegó a la presidencia de la república francesa, sino que llegó a esa dignidad con una popularidad no vista en las últimas décadas.

El entusiasmo que despertó Sarkozy en su carrera al Palacio del Elíseo fue enorme. Se presentó como el gran desafiante del establishment político francés, una nueva figura con escasa experiencia a nivel nacional pero lleno de energía, impaciente, agudo, ansioso de sacudir al sistema francés. Había llegado el momento de voltear la página de ese viejo modelo de la política tradicional que Jacques Chirac representaba, así como la desgastada maquinaria del estado de bienestar que amenazaba con paralizar la economía francesa. 

Sin embargo, hoy todo parece haberse esfumado para Sarkozy. Pocas veces en la historia política moderna ha habido un caso de un líder que ha visto desplomarse su popularidad tan abruptamente. Pero es un desplome que tiene más que ver con su personalidad y carácter que con las políticas gubernamentales.

A pesar de sus planteamientos y retórica, Sarkozy se ha cuidado de no provocar en Francia una revolución al estilo de aquella que Margaret Thatcher desató en Gran Bretaña. Ha hablado mucho de algo parecido, pero poco ha podido o querido hacer al respecto. Sabe que la gran mayoría de los franceses aún se resiste a abandonar la idea que el Estado juega un papel protagónico en sus vidas, una idea que prácticamente ha sido abandonada en el resto de Europa. Es el estilo personal de Sarkozy el que ahora se ha vuelto su principal enemigo. Su constante contrapunto parece agotador. 

Es el estilo personal de Sarkozy el que ahora se ha vuelto su principal enemigo. Su constante contrapunto parece agotador.

Hollande -su principal contendor en las próximas elecciones presidenciales- no ha ocultado su nostalgia por los años de Mitterrand. Desde entonces no ha gobernado el partido Socialista en este país. Pero Europa ha cambiado desde entonces. No solo que el propio Mitterrand tuvo que dar marcha atrás sino que hoy es imposible un proyecto como el suyo en una Europa unida. 

Para alguien como Sarkozy, tan acostumbrado a vivir en el filo de la navaja, las próximas elecciones bien pueden ser su última jugada.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.