Dostali significa “hasta la coronilla” en ruso. Es la palabra que se ha visto pintada en muros y paredes por toda Rusia, puesta por quienes ya no quieren seis años más de Vladimir Putin al frente del país.

Pero en las elecciones de este lunes, el resultado fue otro. Su triunfo se dio en primera vuelta y con ello Putin se aseguró seis años más al frente del Kremlin.

Ya fue presidente hace doce años. Al término de su primer mandato puso a Dimitri Medvedev en su lugar y él se fue de primer ministro. Ahora, con la elección, regresa al Kremlin.

La política rusa hoy recuerda en mucho a la mexicana de no hace tantos años. No sólo porque quien llega a la presidencia está ahí por un sexenio, sino por la forma como llegan. Cuando menos así fue la elección legislativa de diciembre pasado y así, se reporta, fue la elección de este lunes.

Es la palabra que se ha visto pintada en muros y paredes por toda Rusia, puesta por quienes ya no quieren más a Putin.

Desde la práctica del voto en carrusel, en la que un autobús lleva a votantes de casilla en casilla a emitir votos múltiples pro Putin, hasta la urna embarazada, hacen pensar que un IFE no le vendría mal al sistema electoral ruso.

No obstante, ese tema es sólo sintomático de la dificultad que está teniendo Putin para mantenerse en el poder por más tiempo sin rendir cuentas por la corrupción de su gobierno y por los daños a la democracia en que ha incurrido este ex agente de la central de inteligencia de la antigua URSS, la KGB.

La verdad es que Putin parece el reflejo mismo de la sociedad rusa. Siete décadas de comunismo no se sacuden rápido. En estos días se preguntaba Francisco G. Basterra en las páginas de El País ¿Cuánto tiempo le cuesta a una sociedad abandonar el pasado autoritario y dotarse de usos y costumbres libres, enterrando los posos de decenios de dictadura? ¿Cuánto dura el tránsito de siervos a ciudadanos libres?

La respuesta está aún por verse. Putin ha sido un hombre duro, a veces rayando en lo militar, en algunos temas. Ha hecho que los gobernadores, que antes eran electos, ahora sean nombrados; las condiciones para participar en el juego político se han endurecido, y en el tema de libertad de expresión y medios de comunicación el Kremlin ha sometido a las televisiones estatales a un férreo control.

Hay manchas muy marcadas en la gestión de Putin en cuanto a asesinatos de periodistas críticos. Quizás el más notable sea el caso de Anna Politkóvskaya, quien fue asesinada mientras estuvo investigando la guerra de secesión en Chechenia y las torturas sistemáticas del gobierno de Putin ahí.

Lo cierto es que la sociedad rusa sigue cargando el bagaje de una sociedad que ha vivido bajo el poder de los zares, primero, bajo el régimen de Stalin, después, y bajo el mandato comunista hasta hace apenas 20 años. Esa herencia se empieza a sacudir ya. Las manifestaciones en contra de Putin y el hecho de que se puedan reportar las irregularidades en las elecciones legislativas de diciembre pasado primero, y de las presidenciales de ayer, es muestra de ello.

Muestra del “¡Dostali!” que han gritado quienes ya no quieren más a Putin en el poder.

Es muestra de ello y de que cada vez es más difícil para los hombres fuertes y poco democráticos seguir siéndolo sin rendir cuentas a los ciudadanos.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.