Semanas atrás un alto funcionario gubernamental advirtió del riesgo que el régimen abandone su original compromiso democrático y termine adoptando un estilo de dominación política similar al del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó México por varias décadas. Para él, así como el PRI, habiendo tenido un origen revolucionario, concretamente de corte agrario, devino luego en una suerte de dictadura oligárquica, igualmente el movimiento que llevó al poder al actual gobernante habría perdido su original brújula “ciudadana” y estaría por convertirse también en un régimen autoritario y vertical.

Desde Plutarco, el arte de las comparaciones tiene ciertamente sus encantos. No puede negarse que nuestro sistema político vaya camino a consolidarse como un sistema autoritario, y que en algunos aspectos el cortejo con el totalitarismo sea evidente. Aquí las similitudes con ese México gobernado por un PRI que abandonó sus raíces revolucionarias podrían ser fáciles de registrar. Las instituciones políticas han perdido esa vitalidad creadora que de ellas exige una sociedad democrática. La oposición, el Parlamento, los estamentos geográficos intermedios, el sistema electoral, la organización social funcionan no dentro de los límites que les exige la Constitución, sino dentro de aquellos que le permite el jefe de Estado. Y punto.

El proceso de hegemonía del Ejecutivo sobre el sistema judicial no es sino un eslabón más, no el último, de ese viaje hacia el autoritarismo al estilo del PRI del que hemos sido advertidos. Como en México en su momento, el control judicial ha probado ser altamente eficiente. A través de la justicia, los regímenes como el que vivió México bajo el PRI, han podido intimidar a opositores, domesticar a los medios de comunicación independientes y blindar a sus cuadros de gobierno de responsabilidad. Y todo ello con un costo relativamente bajo.

Marcar las diferencias entre procesos políticos es tan riesgoso como la de hallar sus similitudes. Si la vocación autoritaria del actual régimen parece reflejar la del PRI en México, las raíces revolucionarias de este último, por mucho que las haya abandonado, no tienen parangón con los orígenes políticos que tuvo el actual régimen en nuestro país a pesar de las decenas de millones de dólares gastadas en publicidad para convencernos de lo contrario.

Lo que está sucediendo en Ecuador en cambio es la entronización de un modelo cesarista que camina según los impulsos de una personalidad.

A pesar del rol protagónico del Ejecutivo en el sistema político en México, el PRI gobernó a través de ciertos cauces institucionales que aseguraban un mínimo de funcionalidad autónoma al sistema. Lo que está sucediendo en Ecuador en cambio es la entronización de un modelo cesarista que camina según los impulsos de una personalidad. A estas alturas el proceso político mexicano ya había encontrado la fórmula que garantizaba una permanencia en el poder con una alternancia presidencialista para evitar precisamente que el régimen degenerara de oligárquico –como lo fue– en tiránico, según la clásica tipología aristotélica.

En el Ecuador el oficialismo ni se atreve a pensar en semejante posibilidad. El anuncio de la reelección presidencial –a pesar de la prohibición constitucional– confirma que la comparación del Ecuador con el México del PRI fue quizás generosa.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.