A cuasa de la presentación de una denuncia de los asesinatos de extranjeros en Guatemala durante el conflicto armado interno, ha salido a la luz y al interés público el tema de la muerte de los embajadores John Gordon Mein, de Estados Unidos, y el conde Karl von Spreti, de la entonces Alemania Federal, así como de otros diplomáticos. Ambos hechos tuvieron lugar en 1968 y 1970, respectivamente, es decir hace 43 y 41 años, cuando yo tenía dos y cuatro años de haber iniciado mi carrera periodística.

Por eso los recuerdo con muchos detalles, aunque más el caso del representante de Washington, y creo necesario hacer un breve recuento, porque el 75% de los guatemaltecos adultos de hoy no había nacido, y por ello no pueden saber este caso.

Con la mentalidad del mundo en los primeros casi doce años de este siglo, a los jóvenes -pienso yo- les cuesta imaginar el mundo de las superpotencias, de la amenaza atómica, pero sobre todo del conflicto armado interno. Y lo sé porque incluso en ese tiempo fue difícil para los guatemaltecos entender la magnitud de la lucha librada en el territorio nacional. Sin hacer un juicio valorativo ni señalar a quienes son o fueron más culpables o menos, la Guatemala de ese tiempo era el sitio perfecto para continuar el proceso de instalación de gobiernos comunistas inspirados en la revolución cubana, cuyo dirigente principal, Fidel Castro, con la ayuda y la bendición de la Unión Soviética, colaboraba para el logro de ese objetivo.

John Gordon Mein había llegado un par de años antes a Guatemala. Tenía el pelo y la piel blanca; los ojos, claros. Yo era reportero de policía desde 1966 y debido a ello, junto con un fotógrafo de Prensa Libre -no recuerdo si Luis Emilio Chávez o Mario Alfonso Tercero- nos dirigimos a la Avenida de La Reforma y 12 calle, porque nos habían avisado del asesinato de una persona en un carro negro. Mientras nos dirigíamos al lugar supimos de la posibilidad de ser el señor Mein. En efecto, su cadáver estaba en la acera derecha de esa avenida, ensangrentado, boca arriba, con varias balas en el pecho. Ya había gente de la embajada. Todos estábamos conmocionados, y más al enterarnos de ser el primer embajador estadounidense asesinado.

Esa noche recuerdo haberme puesto a pensar cómo afectaría este asesinato la lucha interna librada en Guatemala en cuanto a la reacción de Estados Unidos, del Ejército, de la población, y también el efecto en las relaciones internacionales del país. Ojalá -pensé- esto no se repita. La guerrilla se encargó de demostrar mi total equivocación.

Reconocía al embajador por su pelo blanco. Llegó el juez a la media hora y todos atestiguamos las primeras diligencias: quitarle la camisa, contar cuántos balazos tenía… Me pregunté por qué todo eso se debía hacer en la calle y no dentro de una ambulancia. Según la versión de ese momento -cierta o no, ahora ya no importa ni importaba entonces- el asesinato se debió a la inexperiencia del grupo guerrillero, porque la idea era secuestrarlo para canjearlo luego por prisioneros, pero el embajador cuando le abrieron la puerta, se corrió en el asiento, salió del carro -por cierto sin seguridad, ni blindado, solo con chofer- y corrió unos metros. En pocas palabras, le dispararon varios tiros por la espalda mientras corría por su vida, desarmado.

Muchos de mis criterios cambiaron ese día. La idea de una guerrilla luchadora por el pueblo fue sustituida por la certeza de un grupo convencido de la validez del asesinato, incluso de gente desarmada, por razones políticas. Por otro lado, dentro de la lógica de ese entonces, algunas personas explicaban el hecho como una consecuencia de la guerra ideológica. Todo esto ocurrió el 28 de agosto de 1968. Esa noche recuerdo haberme puesto a pensar cómo afectaría este asesinato la lucha interna librada en Guatemala en cuanto a la reacción de Estados Unidos, del Ejército, de la población, y también el efecto en las relaciones internacionales del país. Ojalá -pensé- esto no se repita. La guerrilla se encargó de demostrar mi total equivocación.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.