Solamente seis semanas han pasado desde la segunda vuelta de estas elecciones, y el cambio de gobierno se encuentra a poco menos de cinco semanas de distancia. En ese pequeño lapso la efervescencia política se ha calmado, la proliferación de retratos de los aspirantes ha desaparecido, el entusiasmo de quienes fueron contratados para vitorear, agitar banderas y, en general, dar un aparente ambiente de apoyo popular a los aspirantes a la presidencia tampoco se observa en el horizonte.
El resultado final dejó en el centro de la atención nacional a Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti Elías, así como a sus decisiones, comentarios, visitas y todas las actividades relacionadas con los preparativos para recibir el cargo el 14 de enero a las 14 horas.
Es necesario preguntarse dónde se encuentran quienes lucharon por uno de los dos lugares clasificados en la primera vuelta. Solamente Harold Caballeros suena en su nueva calidad de canciller designado del país, lo cual despierta el interés y la curiosidad respecto a sus planes de trabajo, su equipo para lograrlo y también, sobre todo, su futuro político porque en las elecciones del 2015 será uno de los aspirantes, posiblemente el oficialista. Los demás simplemente quedaron fuera del escenario político. Las luces se apagaron y, a mi manera de ver las cosas, sus carreras, o más bien sus sueños políticos, terminaron para siempre, hecho cuya interpretación más posible puede ser la de constituir un hecho positivo para el país.
De los siete candidatos participantes en la primera vuelta, Eduardo Suger decidió retirarse, es decir, no realizar una tercera intentona. Dejó a sus simpatizantes en libertad para votar por cualquiera de quienes ocuparon la primera y segunda casillas. Caballeros negoció un puesto en el gabinete en caso de una victoria del Partido Patriota, como ocurrió. Pero la totalidad del resto, comenzando por Manuel Baldizón, se esfumaron. Ese es el caso de Mario Estrada, Rigoberta Menchú y Juan Gutiérrez, quienes negociaron un puesto para una posible victoria del partido Líder. La derrota dejó definitivamente fuera a los dos primeros, y solo en el propio Baldizón y Gutiérrez quedó abierta la posibilidad, aunque difícil, de una segunda intentona.
Los políticos esfumados constituyen una prueba más de la poca consistencia del sistema partidista del país, cuyas peculiaridades lo hacen insostenible.
Quedó fuera, sin ninguna posibilidad, la señora Patricia de Arzú, cuya peculiar y cortísima carrera política pasará a la historia como una curiosidad del sistema electoral guatemalteco. Prácticamente nadie la recuerda a apenas cien días de su confrontación con una realidad política muy ajena a la voluntad divina, por ser derivada de la voluntad humana, imperfecta como lo es, pero única forma válida de escoger a quienes van a gobernar. Sin embargo, no se pueden dejar de señalar, en su defensa, sus grandes cualidades personales como integrante de una denominación o secta religiosa en la cual participa con un entusiasmo indudable, pero al mismo tiempo imposible de trasladar del campo espiritual al terrenal y complicado de la política partidista.
En situación similar se encuentra doña Rigoberta Menchú, pero en su caso no tanto porque una tercera intentona sería desaconsejable para su figura de persona destacada en el país, sino porque su inexplicable para muchos guatemaltecos alianza con Baldizón le provocó muchos anticuerpos como consecuencia de las posiciones respecto a la pena de muerte, por ejemplo, del aspirante perdedor en la segunda vuelta. Temas como la pena capital o las drogas son ejemplos de la dificultad de salir indemne si por cualquier circunstancia un político cambia la opinión expresada en la campaña política. Los políticos esfumados constituyen una prueba más de la poca consistencia del sistema partidista del país, cuyas peculiaridades lo hacen insostenible.
*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.