Es difícil, casi imposible, no coincidir con los buenos propósitos que flotaban en el ambiente la pasada semana en Caracas. La formación de un gran bloque latinoamericano, más que un sueño, es una necesidad. Y lo es más en estos días cuando el fenómeno de la globalización con sus oportunidades y peligros parece inevitablemente ligado a la historia de las sociedades contemporáneas tal como lo fueron en su momento el capitalismo y las revoluciones industriales.
Esta necesidad de fortalecer un gran espacio económico y político, sin embargo, contrasta con los resultados obtenidos. América Latina es probablemente la región que más iniciativas políticas ha ensayado para fortalecerse como un bloque económico y político. Pero es también la región que mayor número de fracasos ha cosechado en estos intentos.
Su difícil geografía, la sombra que proyecta la presencia tan cercana de una potencia económica, la acentuada tradición nacionalista de muchas de sus sociedades que raya en ocasiones en un provincialismo aberrante; la reciente incorporación a estos esfuerzos de unidad de ese complejo mundo que es el Mar Caribe fuertemente marcado por una tradición colonial anglosajona, son algunos de los históricos y nuevos obstáculos que han derrotado en los hechos a la elocuencia de los discursos.
Mientras no se consolide una mayor integración económica en la región, iniciativas como la de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribe (Celac) no dejarán de ser otro proyecto más con sus 15 minutos de fama del que hablaba Andy Warhol. La propia decisión de etiquetar con el término “comunidad” a lo que parece que no pasará de ser un Grupo de Río con otro nombre, es un síntoma de esa fragilidad.
Mientras no se consolide una mayor integración económica en la región, iniciativas como la de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribe (Celac) no dejarán de ser otro proyecto más con sus 15 minutos de fama del que hablaba Andy Warhol.
En efecto, hoy se entiende por una “comunidad de Estados” a un esquema de organización política interestatal que es la culminación de un proceso de integración económica. A este tipo de estructura internacional los Estados llegan luego de haber recorrido con éxito primero una unión aduanera, luego una unión arancelaria, a la que le sigue posteriormente un mercado común.
Una vez que ese mercado común se consolida es cuando generalmente se da el más complejo paso como es la creación de una comunidad de Estados. Complejo, porque implica la transferencia definitiva de una serie de competencias nacionales a órganos comunitarios y la adhesión de los Estados miembros a una serie de políticas que cubren áreas de lo más diversas, a través de directivas que son de ejecución obligatoria en los espacios nacionales. Como se sabe, a la comunidad de los Estados le sigue luego la unión estatal, que es un nivel más avanzado de integración, el cual constituye la antesala de la confederación.
En Caracas, sin embargo, se ha querido empezar por el final y no por el comienzo: proclamando la creación de una comunidad en un espacio económico que no está integrado. No es una coincidencia que el coronel Hugo Chávez haya terminado su discurso de inauguración de la cumbre leyendo un pasaje Cien Años de Soledad, obra clave del realismo mágico.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.